(Columna publicada en el semanario Gente, de El Colombiano, el 24 de septiembre de 2021)
La
polémica suscitada por la declaración del embajador de Colombia en España, en
el sentido de seleccionar escritores neutrales para representar nuestras letras
en la Feria del Libro de Madrid es muestra del absolutismo del Gobierno
colombiano. Y pretender que la literatura sea neutral es un adefesio, pues si
algo caracteriza a las creaciones artísticas es la libertad.
La
opresión ha sido denunciada por escritores. Esopo señaló la tiranía, la
injusticia y la desigualdad social en sus fábulas, esquivando la censura al
hacer como si narrara ingenuamente situaciones vividas por animales. Jonathan
Swift fue censurado por Los viajes de
Gulliver, porque en la trama subyacía una crítica anticolonialista. Ray
Bradbury, por Fahrenheit 451, por su
alusión al gobierno totalitario que quema los libros e impide a los habitantes
pensar libremente. La literatura indigenista y la de La Violencia son otros ejemplos
de contracorriente.
Pero,
si bien el caso que comentamos entristece, no asombra. Quienes vivimos en
Colombia somos testigos de la intención gubernamental de ponerle uniforme a las
ideas. Hace días, esta misma administración ponía obstáculos a la visita de
organismos de verificación de derechos humanos a nuestro suelo.
Digamos, por último: no solamente las palabras comunican; también los actos. Con acciones como la de vetar a escritores, el resto del mundo puede formarse una idea de la realidad nacional. Los vetos son manifestaciones de torpeza: quien los impone manda un mensaje que exhibe lo que quiere tapar.
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