(Columna publicada en el semanario GENTE, del grupo El Colombiano, el 27 de agosto de 2021)
Al hablar de clásicos
literarios, suele pensarse en obras europeas y de tiempos anteriores al siglo
XX. Guerra y paz, Los miserables… Y
está bien, son clásicas porque fueron importantes en su época y continúan
siéndolo, como si no envejecieran.
Si traemos la vista a Colombia,
también los hay. Obras fundamentales por su
contenido y tratamiento, cuya lectura enseña y sus relecturas aportan más
elementos de análisis. Entre ellas, Cóndores
no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal, cumple 50 años
este 27 de agosto:
Esta ficción explica mejor que los libros
de historia el capítulo amargo de La Violencia, en que conservadores y
liberales se mataron solo por su filiación política. Tuluá, la protagonista, es
narradora, escenario de las acciones y sus habitantes son actores y testigos de
los acontecimientos.
Con motivo del
aniversario, le preguntamos a Gardeazábal cómo surgió la idea de escribirla, si
cuando sucedieron los hechos él era todavía chico y cuando los escribió, apenas
había dejado atrás la adolescencia. Dijo:
“Decidí
hacerla cuando hice mi tesis de grado en la U. del Valle sobre “las novelas de La
Violencia en Colombia”. Vi entonces cuál novela faltaba en la ya criticada y
estigmatizada novelística de La Violencia por parte de la crítica bogotana, que
tal vez la veía muy provinciana. Estaba en Pasto, una ciudad aislada del país
en aquellas épocas, había tomado distancia sobre mi pueblo y hay cierta
satisfacción en recrearle cuando se está lejos”.
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