viernes, 29 de marzo de 2024

Eduardo Escobar

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 26 al 31 de marzo de 2024)

 


Eduardo Escobar, el más joven entre los fundadores del Nadaísmo, tenía la chispa del paisa. Gozón, conversador, alborotado. Lo conocí en Jardín, Antioquia, en el certamen Narrativas Pueblerinas de 2017, donde hablamos de Manuel Mejía Vallejo. Pidió aguardiente. Contó que le debía un dolor y una alegría al autor de Aire de tango. El dolor: haberle robado una novia, “el más hermoso bombón de Junín”. En su tristeza de adolescente, enviaba cartas a esa mujer amada, pero —se enteraría años después— Mejía Vallejo se las hacía romper sin abrirlas. La alegría: el mismo ladrón, en asocio con Óscar Hernández Monsalve, habría de publicarle posteriormente el poemario La invención de las uvas, en la editorial Papel Sobrante.


Escobar murió el 18 de marzo pasado. Nació en 1943. Ambos actos en Envigado. Recibió formación religiosa, pero renunció a su “intento de santidad”, como solía decir, y se dedicó a escribir poesía, cuento, periodismo y ensayo. Entre sus obras están: Cuac, Confesión mínima, Correspondencia violada y Ensayos e intentos.


Río de Letras invita a la lectura con una muestra de su ingenio creativo. Leamos algunos versos de “El fin del mundo”:


Hoy soy feliz:

el sol se está apagando sobre el mundo.

Todo va a terminar.

La muerte es amarilla sobre el río.

El universo será un puñado de sal para el mar.

La luz se transformará en jabón para la cara.

Los automóviles dormirán en las esquinas

y esperarán convertirse en garzas.

Yo esperaré la invasión de las garzas

que vendrán a fabricar sus nidos

en el corazón de los semáforos (…). 

miércoles, 27 de marzo de 2024

Hablar de teatro

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 27 de marzo de 2027)



El Día Internacional del Teatro festeja un arte milenario que se fortalece con artistas, dramaturgos, público y periodistas que se dejan atraer por la escena como por un imán.

 

Foto Cortesía de Medellín en Escena
publicada en El Colombiano.

El 27 de marzo se celebra el Día Internacional del Teatro. Se sabe que las artes escénicas en Medellín se han consolidado desde hace décadas. Se distinguen los grupos, los actores y las actrices, y los montajes. Tal consolidación se debe a los artistas y dramaturgos, por supuesto, pero también a otras personas que los rondan y apoyan con su intelecto, como los asesores literarios y estéticos, los periodistas culturales y los críticos. Todos están bajo la misma carpa. La tarea de unos y otros es importante. Hablemos de crítica, pues, desde nuestro hacer, la tenemos más cerca.


El teatro tiene antecedentes precolombinos —los rituales y ceremonias indígenas son las primeras expresiones del arte teatral—, y siguió en tiempos de la Colonia con expresiones europeas. Comenzó a fundarse una tradición en América Latina, primero con las presentaciones de compañías extranjeras que recorrían ciudades con montajes del viejo continente y dramaturgias de autores franceses y españoles, más que todo. Luego, con creaciones latinoamericanas y, cómo no, colombianas, el movimiento teatral fue despuntando a finales del siglo XVIII y principios del XIX. La crítica teatral fue surgiendo también, incluso de forma escrita, porque los jesuitas y otros introdujeron las imprentas y, con ellas, propiciaron la creación de periódicos y revistas. Aparecieron comentarios, arengas, insultos, alabanzas, panfletos y críticas sobre montajes escénicos, aunque no estaban a cargo de personas expertas ni eran constantes.

 

Nancy Yohana Correa Serna, historiadora de la Universidad Nacional, tiene una tesis de maestría titulada Obras de teatro y censura en Medellín entre 1850 y 1950 (http://www.scielo.org.co/pdf/histo/v9n17/v9n17a02.pdf). Cuenta que el primer espacio para teatro se construyó en 1836. Lo llamaban El Coliseo. Se presentaron compañías de ópera, zarzuela y teatro nacionales y extranjeras. Se privilegiaba el teatro español y el francés. Obras de  Bretón de los Herreros, Calderón de la Barca, Alejandro Dumas hijo, y Victor Hugo, entre otros. Paralelo a esto se fue constituyendo la información sobre esas obras y los comentarios en torno a ellas. Se conformaron Juntas de Censura que vetaban obras si las consideraban inmorales o contrarias a los preceptos religiosos.


Andando el tiempo, periódicos como La Tribuna, la Balanza, El Espectador, El Colombiano, las Novedades, El Pelele, La Juventud, Sur América, Revista Lectura y Arte informaban y comentaban sobre teatro. En La Balanza, 1880, mencionan que han pasado de moda los dramas, como los de esos autores europeos mencionados. Critican a la Compañía Prado, tras una presentación en El Coliseo:


“Ni se usa salir por la ventana, ni comer arsénico, ni beber filtros, ni filtrar aguas misteriosas; hoy va fundándose el teatro puramente práctico, doméstico, fotográfico. [...] ya van disgustando (pero, sobre todo, disgustan en Antioquia, y con razón) esos salados y picarescos equívocos de los Tirso de Molina, de los Lope de Vega, de los Bretón de los Herreros”.


La historiadora Correa Serna revela, por ejemplo, que la Compañía Colón presentó Juan José, de Joaquín Dicenta, en 1903. Trata de un caso de infidelidad femenina. Fue calificada de inmoral y así consta en una crítica publicada en El Pelele. La misma obra, presentada por otra compañía en 1932, fue calificada en El Colombiano de drama formidable, lo cual muestra el cambio en la mentalidad de la sociedad y de los medios de comunicación.

 


Referentes

Hay algunos nombres que bien pueden considerarse referentes de la crítica teatral en nuestra región.


Juan de Dios Restrepo, más conocido como Emiro Kastos, el autor del relato Mi compadre Fausto, vivió entre 1825 y 1884, esa época temprana del teatro. Se le consideró una autoridad en la materia. Publicó en El Neogranadino, El Tiempo y otros periódicos. En 1855 reseñó la temporada de la compañía de teatro de Froilán Gómez, integrada por aficionados, que presentaba sobre todo obras de Victor Hugo. También registró la separación del grupo en 1856.


Tomás Carrasquilla, movido por la sensibilidad artística y la emoción, escribió críticas colmadas de alabanzas a las presentaciones de la actriz mexicana Virginia Fábregas y su compañía, del montaje La noche del sábado de Jacinto Benavente y otros más (La danza de la muerte, El ladrón, Los fantoches), en 1913. Él no afirma que las suyas sean críticas, sino crónicas. También las llama reseñas. Uno percibe en ellas, además, algo de ensayo personal y de carta.


“Y de tu arte, de aquel arte glorioso de la escena, el más difícil, el más potente, el más peregrino, ¿qué habré de decirte, Circe benéfica? ¿Qué de tus facultades y de tu escuela? ¿Qué de tus voces, de tus gamas y coloridos? ¿Qué de aquel interpretar, de aquel transformarte en lo que quieras?”


Baldomero Sanín Cano, el rionegrero que vivió de la segunda mitad del siglo XIX a primera del XX, escribió en La Nación y La Luz y otros periódicos. No se definía como crítico, sino como cronista que registraba sus impresiones. Decía que el teatro es hecho por hombres no por palabras, y que cuando caía en la retórica, en la poesía, perdía fuerza expresiva.


Ramiro Tejada, quien murió en 2019, fue actor, director, gestor y crítico. Dejó un libro muy útil: Jirones de la memoria (Crónica crítica del teatro en Medellín). Lo suyo era análisis, ironía, diálogo con las obras. Creo no equivocarme al afirmar que Ramiro ha sido el más aplicado crítico que ha tenido el teatro de Medellín. Asistía a festivales de la ciudad, el departamento y el país. En el volumen mencionado, expresó:


“(…) escribo de las obras (…) para sobrellevar los desgarros que los actores, y actrices desde luego, producen en mí, me escinden a tal punto que ese desdoblamiento solo es llevadero de la otra manera, vaciando toda esa pulsión en un texto.


Escribo de las obras (y de la vida) para dejarme a mí mismo constancia del discurrir del mundo, develar mis pesadillas, descubrir mis momentos de verdad —es larga y lenta espera en la soledad de la butaca, en la oscuridad de la sala, en el silencio de la escena, para develar un instante de misterio, el momento anhelado de verdad del personaje—. Escribo de las obras, en fin, para ponerme a salvaguarda, para ajustar cuentas con mi saldo en rojo de actuación. Cada obra a la que asisto de mis compañeros de oficio me gratifica, así no se note en algunos comentarios. Cada escena que reconstruyo ante la máquina de escribir vuelve, torna a mí con la frescura de la actuación vívida que percibí en la sala”.


Óscar González Hernández es un referente actual de la crítica teatral, así como de de la asesoría literaria de algunos grupos —el Teatro Oficina Central de los Sueños le rindió homenaje en días pasados por esta labor—. Emite sus pensamientos por todas partes: El Colombiano y otros periódicos, revistas virtuales y de papel, libros, programas radiales… Invita a buscar un arte que no sea igual a la vida cotidiana. Y, a los espectadores, a no ir en procura de un teatro obvio, facilista y simple, porque para encontrar lo que fácilmente podemos entender no es preciso salir de casa, ni del baño siquiera. González, quien también es poeta y ensayista, escribió en la revista Viceversa:


“El teatro pues, está solamente en el verdadero teatro, la vida. Y por ello mismo Ir y Estar en teatro, es lo mismo (en su mismisidad) que Ir y Estar en uno mismo, por lo que entonces es necesario hacer sentir la conciencia de que el teatro es el mundo y la realidad en su totalidad inalienable e indestructible. Y si teatro es todo esto, entonces nos poseemos en el teatro y en él nos nombramos en medio del «absurdo»” (https://www.viceversa-mag.com/el-teatro-en-el-teatro/).

 


Retroalimentación

La crítica y los comentarios teatrales se dirigen, en primer lugar, al público en general. Un público que no es creador ni actor, sino espectador. Por tanto, aquella contiene elementos narrativos, tanto de interpretación como de opinión sobre un espectáculo. Le informa sobre la trama de una obra y le indica qué puede esperar en ella, para que tome la decisión de asistir o no a una función. También va dirigida a los artistas —directores, dramaturgos, actores—, porque estimula el debate sobre las obras, pues constituye una forma de retroalimentación.

 

El sector teatral no lo conforman solamente los artistas, las compañías, los grupos escénicos. También el público y el periodismo que hay en torno a ellos. Es más sencillo entender esta idea si observamos, por ejemplo, el fútbol. Son importantes los futbolistas y los entrenadores, pero también los hinchas, los espectadores y los periodistas. ¿Quién se atrevería a negar que Wbeimar Muñoz Ceballos ha sido un hombre de fútbol, solo porque no haya saltado al terreno de juego enfundado en pantalones cortos y medias hasta las rodillas? Ha sido importante desde el comentario radial detrás de un micrófono, como el Pibe Valderrama desde el campo de juego detrás de un balón. Todo lo que circunda el espectáculo ayuda a enriquecerlo. Por tanto, ambas caras de la moneda, la actividad teatral y la cobertura periodística y académica, se nutren y alientan mutuamente.

sábado, 23 de marzo de 2024

El Brujo voló hace 60 años

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 18 al 24 de marzo de 2024)

 

 

Como si se hubiera metido un clavo por la suela del zapato, así, martirizados, hemos pasado desde hace un mes: el 16 de febrero se cumplieron 60 años de la muerte de Fernando González y apenas ahora hacemos manera de evocarlo.


En sus libros, el Brujo de Otraparte escribe claro, sin florecitas ni adornos. Exhorta a no avergonzarnos por ser quienes somos —mulatos y mestizos— ni lamentar no ser europeos o gringos. Nuestro modo de sentir, pensar y actuar también es válido.


En Viaje a pie, relato de un recorrido por el Occidente del país, pinta las señales físicas y culturales de los habitantes; reflexiona sobre sus costumbres y creencias, y enseña que la meta es el camino. En Los negroides explica el sentido de la identidad cultural, esa conciencia pertenecer a un grupo, y advierte que los latinoamericanos debemos despojarnos de la vanidad. En El maestro de escuela expone la idea del “grande hombre incomprendido”, ese que culpa a los demás y a las circunstancias de su incapacidad y sus actos mediocres.


Además de escribir con desparpajo, experimenta con la novela; no se siente atado con el asunto de los géneros literarios.


Su pensamiento sigue vigente, como recién estrenado. En la actualidad, se diluyen las nociones de origen y sentido de pertenencia; las mentiras se hacen verdades y las verdades, mentiras. Entonces González acude para recordarnos que la verdadera filosofía está en no mentir. El engaño otorga quizás un triunfito pasajero a quien lo comete, pero representa un lastre para la especie, un fracaso que difícilmente podamos superar. 

jueves, 21 de marzo de 2024

Historias de cruz y ficción

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 20 de marzo de 2024)

 

https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/historias-de-cruz-y-ficcion-OD24057922


Creemos conocer los relatos del sufrimiento y la muerte de Jesucristo solo por oír la repetición de fragmentos de año en año. Un gusto diferente se obtiene al leerlos completos y directamente, así como ensayos y novelas escritos en torno a esos hechos.

 


Como en Semana Santa tenemos unos cuantos días para vivir sin prisa, el plan divino está en la lectura. En especial, la de textos que van en consonancia con los temas de los rituales que muchos católicos representan durante esos ocho días. No solo están llamados al disfrute de cuentos, novelas, ensayos y poesía sobre tales asuntos quienes profesan esta religión; también los de otras, los  escépticos y los ateos. Porque el arte, y en este la literatura, da cuenta de cómo resuelve sus inquietudes espirituales un grupo humano desde su imaginación y reflexión. Las obras de calidad no hacen distinciones. Por eso leemos con deleite libros místicos de la India, Egipto, la civilización Maya, el pueblo Kogi, sin pensar si creemos o profesamos alguna de estas filosofías.


El libro más apropiado para la Semana Santa es, por supuesto, la Biblia, todo un volumen de aventuras físicas y espirituales. En el libro de los libros está todo. Guerras, traiciones, huidas, alianzas entre pueblos, persecuciones a individuos por pensar diferente, actitudes pacifistas... Y también antecedentes de los géneros literarios: el cuento, la novela y la poesía en general; los relatos de aventuras, de viajes, detectivescos y negros; la poesía amorosa, mística y épica; las crónicas, las meditaciones, la ciencia ficción…


Sin embargo, la intensa vida del personaje central de los días santos, Jesucristo, está narrada parcialmente en la segunda parte de la Biblia, el Nuevo Testamento, conjunto de historias que transcurren en el siglo I. Por considerarlo obvio o repetido, y pensar que lo sabemos de memoria, ¿cuántos de nosotros nos perdemos de leer directamente el evangelio de San Juan y nos atenemos a lo que repiten sacerdotes que limitan los pasajes que se deben exponer?  El autor que firma como San Juan es, además, un personaje secundario de primer orden. Es uno de los discípulos de Jesucristo y, a diferencia de los otros que ostentan esta categoría, lo acompaña incluso en las últimas horas de vida. Narra con detalle la desgracia de su maestro: el acoso ejercido por representantes del imperio Romano; la prisión; el juicio liderado por Poncio Pilatos, prefecto de la provincia de Judea; la crucifixión; el sufrimiento; la agonía sucedida en una tarde ardiente, y el fallecimiento en medio de otros condenados a muerte en cruz, pues la crucifixión era una sentencia común en aquel tiempo.


Bajo el subtítulo “Muerte de Jesús”, San Juan relata:


«Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice:


“Tengo sed”.


Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: “Todo está cumplido”. E inclinando la cabeza entregó su espíritu». (1)


Por supuesto, cuenta además el prodigio más grande protagonizado por Jesús, superior a los milagros, como corresponde a un personaje de apariencia humana, pero de naturaleza divina: la resurrección. Esta ocurrió tres días después de haber sido sepultado en un sepulcro propiedad de un tal José de Arimatea, quien, por cierto, llegaría a ser figura fundamental en la literatura medieval ocupada en el asunto de la recuperación del Santo Grial, como Perceval y la leyenda del Grial, una novela de caballerías de Chrétien de Troyes, del siglo XII.

 


Lo oculto y lo revelado

Como en el Nuevo Testamento no aparecen datos de la vida de Jesucristo entre la adolescencia y los treinta años, para eso están los Evangelios Apócrifos, escritos en los primeros siglos de la cristiandad por diversos autores, y Vida de Jesús, una biografía compuesta por el historiador francés Ernest Renan en el siglo XIX.


Los Evangelios apócrifos, firmados con nombres de personajes cercanos a Jesucristo, como María Magdalena, Pedro, Felipe, Nicodemo, Santiago, Tomás, José el carpintero, entre otros, no fueron incluidos en la Biblia oficial de los católicos romanos, anglicanos y ortodoxos, ni por las de las iglesias protestantes, porque los teólogos los han considerado imprecisos. En ellos, Jesús realiza milagros más extraordinarios que los mencionados en los Evangelios aceptados. Relatan aspectos poco tratados en el libro sagrado, como la infancia y juventud del Mesías, a cargo de Santo Tomás. El capítulo V del Evangelio de San Pedro, subtitulado “Últimos momentos de Jesús”, dice:


«1. Y era mediodía, y las tinieblas se apoderaron de toda Judea, y ellos estaban turbados, y se preguntaban con inquietud si el sol se habría ocultado ya, considerando que él vivía aún, y que está escrito para ellos que el sol no debe ocultarse sobre un hombre puesto en suplicio mortal.


2. Y uno de ellos dijo: Dadle a beber hiel con vinagre. Y, habiendo hecho la mezcla, se la dieron a beber.


3. Y consumaron todas las cosas, y acumularon sobre sus cabezas sus pecados.


4. Muchos circulaban con lámparas encendidas, pensando que era ya de noche, y se ponían a la mesa.


5. Y el Señor clamó, diciendo: Mi potencia, mi potencia, me has abandonado. Y pronunciadas estas palabras perdió la vida.


6. Y, en aquella misma hora, el velo del templo de Jerusalén se rompió en dos”. (2)


Por su parte, Ernest Renan intenta someter la religión cristiana a lo que supone un análisis imparcial, científico y objetivo. En su ensayo, que se lee con la avidez con la que se sigue una novela, cuenta la historia de Jesucristo como figura histórica, despojándolo del mito. Entendió que entre los contemporáneos de Jesús, “para determinar si una misión era sobrenatural solo existían dos formas de prueba: los milagros y el cumplimiento de las profecías. Jesús y, sobre todo, sus discípulos emplearon estos dos procedimientos de demostración con una absoluta buena fe. Desde hacía mucho tiempo, Jesús estaba convencido de que los profetas habían escrito pensando solo en Él”. (3)


El francés humaniza a Cristo. Cuenta que, días antes de su crucifixión y muerte, “una gran tristeza parece haberse apoderado (…) del espíritu de Jesús, habitualmente tan jovial y tan sereno… Todos los relatos coinciden en atribuirle, antes de su detención, un momento de confusión, una especie de agonía anticipada. Según unos, gritó de improviso: “Mi alma está desconcertada. ¡Padre mío: líbrame de esta hora! Se creía que entonces había escuchado una voz del cielo; otros decían que vino a consolarle un ángel. Según una versión muy extendida, el hecho tuvo lugar en el huerto de Getsemaní. Jesús, según se decía, se alejó de sus discípulos, dormidos, a un tiro de piedra, no conservando con Él más que a Cephas y a los hijos de Zebedeo*. Entonces comenzó a orar, el rostro contra la tierra. Su alma experimentó una tristeza de muerte, una angustia terrible le oprimía; pero su resignación a la voluntad divina venció”. (4)


Saca en limpio la idea de que Jesús nunca trató de hacerse pasar por una encarnación del propio Dios, pero “es el individuo que ha hecho dar a su especie el mayor paso hacia lo divino”, dice en el capítulo XXVIII, dedicado al “carácter esencial de la obra de Jesús”. (5)


Y como voces emergentes del abismo del pasado que llegaran hasta nuestros días, no cesan de encontrarse en yacimientos arqueológicos documentos y textos parecidos a los evangelios, en torno a la figura de Jesús. Entre estos, El evangelio de Judas, publicado en 2006, se basa en papiros hallados a finales del siglo XX. En él, Judas Iscariote no es traidor, sino que permitió la realización del plan divino. Y Jesucristo estuvo siempre enterado de esto.


Fragmentado y con visos de gnosticismo, El evangelio de Judas menciona la existencia de planos espirituales en los cuales habitan seres sobrenaturales que rigen el cosmos.


En una conversación, Jesús le dice:


“Tú serás el decimotercero y serás acusado por el resto de las generaciones, y llegarás a dominar sobre ellos. En los últimos días reprobarán tus ascensiones a la santa generación”. (6)


 

Ficciones contemporáneas

Difícil hallar un personaje en torno al cual se halla pensado, fantaseado, investigado y escrito tanto como sucede con Jesucristo. Los anteriores son algunos ejemplos de relatos pegados a la tradición. Sin embargo, sabemos que a partir de ellos, la imaginación de autores de todos los tiempos ha volado para engrandecer la figura del Hijo del Hombre. Desde la Edad Media hasta el siglo XVIII se presentaban los autos sacramentales en las catedrales. Pedro Calderón de la Barca y Félix Lope de Vega son dos representantes de este género. Después, varias novelas han tomado al personaje y lo han puesto en situaciones diversas. La escritora inglesa Taylor Caldwell ficciona sobre la vida de algunos apóstoles. Entre sus títulos están: El gran león de Dios, que habla de san Pablo; Yo, Judas, de Judas Iscariote, y Médico de cuerpos y almas, de san Lucas. El griego Nikos Kazantzakis escribió Cristo de nuevo crucificado, a mediados del siglo pasado, que se convirtió en un clásico. Los sucesos de esta novela discurren en un pueblo griego llamado Licovrisi, donde año tras año se conmemora la tragedia de Jesús, con personajes de carne y hueso. Implica un mensaje de protesta y defensa de la libertad. La obra no traiciona a los protagonistas ni tergiversa los hechos, y documenta las costumbres de la época. Otra novela del mismo autor es La última tentación de Cristo. Este es un carpintero de Nazaret repudiado por seguir fabricando cruces para los romanos. Oye voces que le dicen que es el elegido. En un momento decisivo, oye la voz de un ángel que le recomienda huir. Lo hace con María Magdalena.

Por eso, con fe, con sed de conocimiento, con espíritu curioso, como sea, es buen momento para que los lectores se dejen arrastrar por los mares desconocidos y tormentosos de los temas santos.

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Notas:

1.     Varios autores (1975). Biblia de Jerusalén. Bilbao, Desclée de Brouwer, página 1538.

2.     Varios autores (1996). Evangelios apócrifos. Buenos Aires, Ediciones C.S. página 321.

3.     Renan, Ernest (2003). Vida de Jesús. Madrid, Editorial Edaf, página 200.

4.     Ibid. Página 261. (*Cephas es Simón Pedro y los hijos de Zebedeo son Juan y Santiago).

5.     Ibid. Página 301.

6.     Iscariote, Judas (2006). El evangelio de Judas. Madrid, Editorial Edaf, página 140.


sábado, 16 de marzo de 2024

Posteguillo, Vallejo y Montero

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 11 al 17 de marzo de 2024)

 

Entre creadores de aquí y allá, tres españoles animarán la Feria del Libro de Bogotá: Santiago Posteguillo, Irene Vallejo y Rosa Montero.


Posteguillo favorece la novela histórica con el Imperio Romano. Africanus: el hijo del cónsul, Las legiones malditas y La traición de Roma forman la serie sobre Escipión el Africano. Posee otra sobre Trajano. De Yo, Julia, la emperatriz filósofa, leamos:


“Un día el jefe del pretorio observó que Marcia, la amante del emperador, estaba sola en su habitación. El prefecto empujó la puerta entreabierta y miró a las ornatrices de la amante del César: una sostenía un frasco con una mezcla de vinagre, miel y aceite de oliva; la otra, otro más pequeño con un ungüento hecho a base de raíces secas de la planta del melón y excrementos de cocodrilo y estornino. Estaban a punto de aplicar la compleja mezcla al rostro de la amante de Cómodo, pero en cuanto vieron al jefe del pretorio, salieron de la estancia como perseguidas por el can Cerbero del inframundo”.


Vallejo llega entre aplausos por El infinito en un junco, ensayo sobre la historia del libro.


Montero brilla en obras literarias, columnas y entrevistas. De El peligro de estar cuerda, estas líneas:


“Siempre he sabido que algo no funciona bien dentro de mi cabeza. A los seis o siete años, todos los días, antes de dormir, le pedía a mi madre que escondiera un pequeño adorno que había en la casa, un horroroso calderito de cobre, típico objeto de tienda de suvenires baratos (…) temía levantarme sonámbula en mitad de la noche y ponerme a darle lametazos al caldero”. 

viernes, 15 de marzo de 2024

Más lectores, más libros

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 14 de marzo de 2024)

 

https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/mas-lectores-mas-libros-EA23981588


Según la Cámara Colombiana del Libro, los colombianos leemos un poco más hoy que ayer. Si bien esto no significa que leamos mejor, alegra cualquier progreso en este tema.

 


Fiesta del Libro de Medellín.
Foto cortesía Camilo Suárez,
El Colombiano.

El disfrute del arte y, en este, de la literatura, ha sido siempre un asunto de la minoría. Cuando más, de “la inmensa minoría”, como dice el lema de la HJCK, la emisora bogotana dedicada a manifestaciones culturales desde hace más de 70 años.


Nadie debe extrañarse de que haya menos personas que disfruten de la visita a un museo, al teatro o de la lectura de un libro, que la que goza con los deportes, en primer lugar el fútbol. Y si vamos a seguir por esta línea de reflexiones, consideremos que entre quienes disfrutan los deportes, tanto asistiendo a las canchas y las pistas como observándolos a través de medios de comunicación, hay una cantidad indefinida de esos contados seres que se divierten con el arte y los libros.


Así ha sido siempre, desde que el mundo es mundo. O, por lo menos, desde que existe la escritura y los libros en cualquier formato, sean tablas, paredes, rollos de papiro, folios encuadernados…


Por esto, muchos celebran, y hasta con razón, la última encuesta de la Cámara Colombiana del Libro sobre Hábitos de lectura, visita a bibliotecas y compra de libros durante 2023, realizada en octubre del año pasado en todo el país y publicada hace unos cuantos días. Al parecer, los colombianos mayores de 18 años estamos leyendo casi cuatro libros por año, en promedio. Más que antes. ¿Antes de qué? Pues antes de dicho estudio. Porque, según el Dane, en el decenio pasado, el promedio de lectura era de dos libros por persona en el lapso de doce meses. Y hace 20 años, los índices eran más bajos incluso. Claro, esto es motivo de festejo, porque la lectura sigue siendo la manera más efectiva de transmitir y recrear las culturas, y de incentivar la capacidad intelectual de los pueblos, asuntos que deben derivar no en otra cosa que en solucionar problemas reales y cotidianos, y en fomentar el espíritu crítico ante los pensamientos dominantes, lo cual consigue ciudadanos menos dependientes.


La encuesta les deja claras varias cosas a las autoridades, los industriales y los negociantes de libros. De 52 millones de individuos que suma la población colombiana, el 72 por ciento lee y el otro 28 por ciento no lee. Al traducirlo a números de personas, lo cual es un poco —solo un poco— más digerible que en porcentajes, quiere decir que unos 37 millones pertenecen al grupo de los que leen alguna cosa, y 15 millones, al de los que no pasan los ojos por ningún texto. Estos argumentan que no les gusta, no saben hacerlo, no tienen tiempo o cualquier otro motivo.


Mientras en el siglo pasado era casi un refrán y, como tal, se repetía sin pensar en él, que la región del país donde más lectores había era la costa Caribe, esto parece haber cambiado. Antioquia y el Eje Cafetero lideran el estudio. Son cuatro departamentos con casi 10 millones de habitantes. Nueve de cada diez personas de esta geografía montañosa respondieron a los encuestadores que tienen el hábito de la lectura. Le siguen el Centro, el Oriente y Bogotá.


El placer es el principal motivo de quienes tienen hábitos lectores. Por eso, no es raro que lo que más se lea sean relatos literarios. Religión y esoterismo ocupan el segundo renglón de los temas preferidos.


Y a pesar de que ahora los más de los mortales nos embelesamos con las pantallas de los dispositivos digitales, el libro de papel sigue ocupando el primer sitio entre los formatos preferidos por quienes leen.


La pandemia del covid-19, que causó tantos males, mató a tanta gente y produjo tantas tristezas, por otra parte dejó algo para celebrar. En ella, no pocas personas encontraron en la lectura uno de los mecanismos de escape del encierro, la angustia y la realidad indeseada. El tiempo de incertidumbre quedó atrás, al menos por ahora, y algunos sujetos ya le habían tomado gusto a la lectura y siguieron practicándola.


En fin, basta de cifras y datos. Se lee un poco más que antes y, lo entendemos,  esto es lo que cuenta y se festeja. Si son muchos o pocos lectores, buenos o malos lectores, muchos o pocos libros… Los índices de lectura constituyen un asunto relativo, comparable solamente con el mismo país —como cuando un individuo habla de sus hábitos de lectura: sería inútil y carecería de sentido compararlos con los de otras personas—. Porque si cotejamos nuestros números con los de la India, por ejemplo, tanto en promedio de lectores como de libros leídos por año y de cantidad de tiempo diario invertido en esta tarea, los que ahora nos alegran se nos antojarían ínfimos. Los números desnudos no dicen mucho. Ellos son resultado de un sinfín de variables: la tradición de los hábitos lectores de una sociedad, el prestigio que tengan las manifestaciones culturales entre los ciudadanos, la convicción que haya desde hace tiempo entre los gobernantes sobre la necesidad de alentar la lectura para fomentar la imaginación, el pensamiento, los saberes y el conocimiento…


viernes, 8 de marzo de 2024

30 años sin Bukowski

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 4 al 10 de marzo de 2024)

 

 

Lo primero que cayó a mis manos de ese “viejo indecente”, Charles Bukowski, fue La senda del perdedor. Una novela autobiográfica sobre los primeros 20 años de Henry Chinaski, el alter ego mal disimulado del escritor. La Gran Depresión es la circunstancia que atraviesa la obra. El empobrecimiento material incide en distintos ámbitos de la vida social e individual. Muchos autores han escrito sobre ese tiempo crítico. Pocos han conseguido pintarlo como Bukowski. El padre de Chinaski, maltratador, se desespera y avergüenza. Sale a diario de casa para aparentar que va a trabajar, no sea que los demás piensen que es un perdedor.


Representante del realismo sucio, movimiento caracterizado por ocuparse de seres corrientes, dueños de vidas ordinarias, así como por el minimalismo estructural —la parquedad en las creaciones, la carencia de adornos, figuras, adverbios, adjetivos— que le permite al contexto dar sentido al relato, Bukowski es autor de Factótum; Pulp; El infierno es un lugar solitario, y Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones.


El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco es una obra póstuma basada en su diario. El 27/02/93 escribió:


“¿Por qué hay tan poca gente interesante? De entre todos los millones, ¿por qué no hay unos cuantos? ¿Tenemos que continuar viviendo con esta monótona y pesada especie? Parece como si su único acto posible fuera la Violencia. Eso se les da muy bien. Les hace florecer de verdad. Flores de mierda, apestando nuestras posibilidades”.


El 9 de marzo cumplen 30 años de muerto. Nació en 1920.

 

jueves, 7 de marzo de 2024

Creadoras

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, semana del 4 al 10 de marzo de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/creadoras-OK23929034 


El Día de la Mujer Trabajadora, que conmemora las luchas de las mujeres por participar en los asuntos públicos y ser tratadas en iguales condiciones a los hombres, también convoca a celebrar la creación artística, a veces silenciosa, de escritoras y poetas.

 

¿Por qué será que la sociedad de consumo, a estas alturas de la existencia, continúe, como en tiempos pasados, tratando de insinuar que el Día de la Mujer es una celebración de rositas y caramelos? Es una conmemoración de gestas y conquistas en un mundo inequitativo. Pero, bueno, uno sí tiene la respuesta: porque el consumismo, todo lo frivoliza. Despoja de su esencia los hechos, los sentimientos, las creaciones humanas, para que no quede sino la cáscara vana. En este caso, el regalo, la ramplonería, lo que se puede vender y comprar, pero jamás ilumina a los ciudadanos a celebrar la existencia de los seres o halagar la inteligencia.


Sabemos que lo que intenta salvar del olvido esta fecha, el 8 de marzo, es el Día de la Mujer Trabajadora. Conmemora las luchas de las mujeres por participar en la sociedad, ser valoradas como seres humanos y tratadas en condiciones de igualdad con los hombres.


Como lo que nos convoca es la literatura, hablemos de escritoras y poetas.


Las escritoras ocultaban hasta principios del siglo XX su condición artística. En el siglo XIX se contaron por docenas las mujeres que escondieron su identidad tras un nombre masculino. Y todo porque el pensamiento dominante era que las mujeres nada tenían que hacer en el arte, la literatura, el deporte, la política, la economía.


Un caso muy sonado es el de las hermanas Brontë: Charlotte, Emily y Anne. Inglesas de la época victoriana, es decir, el tiempo en que imperó la reina Victoria en el Reino Unido: de 1837 a 1901. Este tiempo se caracterizó por la exacerbación del moralismo y la disciplina. Las mujeres debían permanecer sometidas a espacios privados y dedicarse en exclusiva al cuidado de hijos y hogares. Autoras de obras que entraron a la categoría de clásicas de la literatura —Jane Eyre, Cumbres Borrascosas y Agnes Grey— no pudieron ver sus nombres escritos en las carátulas de sus libros, sino los seudónimos Currer Bell, Ellis Bell y Acton Bell, respectivamente, con los cuales al menos mantenían las iniciales de sus nombres originales.


Cuentan los biógrafos que Charlotte envió un poemario suyo al escritor Robert Southey, para pedirle opinión sobre su calidad. Este le contestó, entre otras cosas, que “la literatura no puede ser asunto de la vida de una mujer”.


La francesa Amantine Aurore Dupin, la de Indiana y Lelia, aparecía como George Sand; la española Matilde Rafaela Cherner, la de Ocaso y aurora, una novela de tintes políticos sobre la época de Carlos II el Hechizado, como Rafael Luna; la inglesa Mary Anne Evans, la de El hermano Jacob y El molino junto al Floss, como George Eliot; la estadounidense Luisa Mary Alcott, la de Mujercitas, firmó todas las obras anteriores a esta como A.M. Barnar, pero luchó por poner su nombre en la que sería su obra más conocida y lo consiguió; la escritora y periodista francesa, Colette, la de las novelas Claudine y Gigi, fue suplantada por el esposo, Henry Gautier-Villars “Willy”…


Isabel Carrasquilla.
 Foto: Melitón Rodríguez
Archivo Biblioteca Pública Piloto

En nuestro medio, los ejemplos brotan. Isabel Bunch de Cortés, de Cundinamarca, fue poeta, escritora y traductora, firmaba como Belisa. La antioqueña Isabel Carrasquilla también fue sujeto de discriminación. Su talento encontró barreras en la mentalidad de sus contemporáneos. Incluso Tomás, su hermano escritor, le decía algo semejante a lo que Robert Southey le manifestó a Charlotte Brontë: “la literatura no es cosa de mujeres”. Se oponía a que la ejerciera. Apenas si la aceptaba en tertulias y compartía sus “chifladuras” por el teatro. A pesar de que el autor de Grandeza la llamaba “lumbrera querida”, con lo cual reconocía su capacidad. Con la firma Equis, escribió comedias, coplas, memorias y literatura de viajes. Para apreciar su estilo, leamos un fragmento de Impresiones de viaje escritas por una abuela para sus nietos:


“El mismo día por la tarde, dejamos las costas de Colombia y el barco tomó rumbo hacia Cristóbal. Esta travesía es monótona. Cuando se está en altamar se siente admiración con mezcla de tristeza; será porque se medita en la pequeñez de la nave y en la profundidad del mar y del cielo. Al fin, en la noche del segundo día, las luces del faro nos indicaron la proximidad de la costa. Colón es hoy una ciudad, aunque no muy grande, semejante a los puertos de mar de todos los países: mucho movimiento, mucho comercio, enormes bodegas, pero no tiene nada característico que la distinga. Fuimos a conocer la antigua brecha que abrieron los franceses cuando pretendieron romper el canal, y que culminó con el escándalo mundial que ha hecho época”.


Así, pues, ha sido por la perseverancia de luchadoras en todos los tiempos que las mujeres han conquistado espacios. Pensar que el camino ha sido de rosas y caramelos es trivializar lo complejo. Vivir esta fecha desde la frivolidad es una forma de celebración que discrimina.