(Columna publicada en el semanario Gente, del grupo El Colombiano, el 10 de septiembre de 2021)
Dante es el
hipocorístico de Durante. Y como suele suceder con estas abreviaturas, terminó ocupando
el sitio del nombre. Alighieri parece haber tenido en su nombre su destino, porque
ese durante alude a simultaneidad y
también encierra una especie de espera. No hay que forzar esta idea para insinuar
que tal espera corresponde al largo destierro que soportó.
El 14 de
septiembre se cumplen 700 años de su muerte. Había nacido en Florencia, en la
primavera de 1265, cuando esta ciudad-estado era rica y próspera. Recibió una
formación profundamente religiosa, cercana a los franciscanos y otras órdenes,
y se interesó en la política. Defendía la idea de una Iglesia separada del
Estado. Fue por estas razones que terminó exiliado, situación de la que jamás
llegó a sobreponerse.
Además de la
Divina Comedia, es autor de la Vida Nueva, el Convite y otras obras.
¿Por qué
hablar de un italiano en un semanario del sur del Valle de Aburrá? Porque, más
que italiano, se trata de un ser humano universal. Las imágenes del Infierno,
el Purgatorio y el Paraíso propias de la Edad Media que él inmortalizó, en las que habitan almas atormentadas
nadando en mares de inmundicia, u otras de aspecto apacible, extasiadas al
contemplar el rostro de la Virgen María, todavía prevalecen entre nosotros,
siete siglos después. Las mamamos con la leche materna, como suele decirse.
Así, Dante es tan nuestro como el más típico de los antioqueños.
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