lunes, 29 de enero de 2024

García Márquez y Rivera

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 22 al 28 de enero de 2024)

 

Este año está colmado de aniversarios literarios. Creadores cumplen cifras redondas de nacimiento o muerte, y obras importantes motivan a celebrar su existencia. Entre las efemérides, hay dos fundamentales para los colombianos. Los diez años de la muerte de Gabriel García Márquez, el 17 de abril, y los cien años de la primera edición de La Vorágine, de José Eustasio Rivera, el 21 de mayo.


Estos narradores se identifican por la grandeza. El primero es el más internacional de nuestros escritores; el segundo, el autor de una novela insuperable.


Cuando murió el cataquero, ya “lo habían matado” varias veces en medios de comunicación. En 2024, para conmemorar su partida, aparecerá una novela hasta ahora inédita: En agosto nos vemos. El relato de una mujer que acude cada año al Caribe a cumplir una cita, la de saludar y arreglar la tumba de su madre. En una de esas visitas se entrega a un amor furtivo, cuya pasión revive también anualmente en el mes de los vientos.


Cuando consiguió la publicación de La vorágine en la Editorial Cromos, Rivera recién había regresado a Bogotá de un dilatado viaje por la Orinoquía, en el que hizo parte de la comisión encargada de definir los límites con Venezuela. La obra cuenta que, para defender su amor, Arturo Cova y Alicia huyen a los llanos. Además de romance, en ella hay denuncia social, violencia, descripciones etnográficas y naturales… Se pone en escena la realidad de un gran pedazo de Colombia, hasta ese momento más bien desconocido “gracias” al centralismo que no permite ver más que el ombligo del país.

viernes, 26 de enero de 2024

La exigencia del relato corto

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 25 de enero de 2024)

 

 


https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/la-exigencia-del-relato-corto-DG23613660


 

Contundente como un recto a la mandíbula, el relato corto es exigente con el lector y el autor. Su potencia y flexibilidad logran mantener la vigencia de esta forma narrativa.

 

 

Que alguien tenga prestigio entre los demás, por poseer espíritu servicial, conocimientos, logros académicos o, como suele decirse, don de gente, parece un asunto natural. El prestigio también puede ser atributo de una institución. Pero que una forma narrativa tenga una reputación mayor que otra resulta absurdo, puesto que ninguna es superior a las demás.


Es extraño que, entre no pocos lectores y escritores, parezca tener más prestigio la novela que el cuento. Como si este fuera menos importante y exigente.


El cuento se define como una narración breve, real o imaginaria. Es una de las formas narrativas más antiguas de la literatura. Imposible precisar su origen; posible decir que comenzó de manera oral exclusivamente, pues ya existía cuando no había escritura.


Al principio tuvo motivaciones míticas y religiosas. Luego de ese período antiguo, surgieron las fases escritas. En la primera aparecen los escritos egipcios en las pirámides, el Libro de los muertos (1.550 a.C.) y textos de la Biblia como el de Caín y Abel, José y sus hermanos, Sansón, Ruth y otros del Antiguo Testamento; parábolas como la del Hijo Pródigo y la del Sembrador, en el Nuevo Testamento. La Ilíada y la Odisea (siglo VI a.C.); El Panchatantra (siglo II a.C.); El cínico y el asno, de Luciano (siglo II); El asno de oro, de Lucio Apuleyo (siglo II)…


Los historiadores sugieren que la segunda fase escrita del cuento se dio alrededor del siglo XIV, cuando aparecieron preocupaciones estéticas. Ejemplos de esta son El conde Lucanor, de Don Juan Manuel; el Decamerón, de Boccaccio, entre otros.


Después se llegó al cuento moderno, que despegó en el siglo XIX con apoyo de la prensa. Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant son exponentes de esa fase.


Tradicionalmente nos han enseñado que las historias tienen inicio, nudo y desenlace. Esta estructura básica del cuento sigue vigente. Sin embargo, desde el final del siglo XIX y en el siglo XX sucedieron revoluciones narrativas que reventaron estructuras y formas de decir las cosas. Creo que la más aplastante es la del desarrollo de la técnica del monólogo interior o torrente del pensamiento. El narrador parece retirarse y dejar que el lector asista directamente al fluir del inconsciente del personaje. Es un concepto del psicólogo estadounidense William James (hermano del escritor Henry James, el de Una vida en Londres), mencionado y explicado por primera vez en su libro Principios de psicología, de 1890. Noción que James Joyce usó y exprimió en la novela Ulises. También se usa en cuentos. Macario, de Juan Rulfo, está entre estos.


Otra revolución es que los géneros parecen fundirse. Truman Capote lo expresó así en el Prefacio de Música para camaleones: el escritor debería disponer de cuanto sabe de guiones cinematográficos, comedias, reportaje, poesía, relato breve, novela corta, novela, como el pintor dispone de los colores en la misma paleta “para mezclarlos y, en casos apropiados, para aplicarlos simultáneamente”.


Otro cambio es que el tiempo de la narración no tiene que ser lineal. Y otro más, que puede haber varias historias en un relato… En fin, las posibilidades abundan.


Los cuentos actuales son cada vez más experimentales. Pueden ser escritos en lenguaje coloquial o informal para dar sensación de cercanía con el lector, tener una estructura no tradicional y explorar formas de contar sin camisas de fuerza. Han roto el esquema lineal de inicio, desarrollo y final, posicionando sus ideas lo más atractivo posible, logrando convertir una historia en toda una experiencia de lectura que pueda iniciar por cualquier parte, incluso por el desenlace (…).


“Algunos aspectos del cuento” es una célebre conferencia de Julio Cortázar, dictada en la sede de Casa de las Américas de La Habana, en 1962. En ella compara la escritura con el boxeo. Señala que el cuento debe ganar por nocaut, mientras la novela, por puntos. Indica que el cuento se parece más a una fotografía, en tanto que una novela se asemeja más a una película. En esa charla dio la lista de sus “cuentos inolvidables”. Dice:


“¿No es verdad que cada uno tiene su colección de cuentos? Yo tengo la mía, y podría dar algunos nombres. Tengo William Wilson de Edgar A. Poe; tengo Bola de sebo de Guy de Maupassant. Los pequeños planetas giran y giran: ahí está Un recuerdo de Navidad de Truman Capote; Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Jorge Luis Borges; Un sueño realizado de Juan Carlos Onetti; La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi; Cincuenta de los grandes, de Hemingway; Los soñadores, de Izak Dinesen, y así podría seguir y seguir... Ya habrán advertido ustedes que no todos esos cuentos son obligatoriamente de antología. ¿Por qué perduran en la memoria? (…) Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá en nosotros, dará su sombra en nuestra memoria (...)”.


Por mi parte, también tengo mi colección de cuentos inolvidables o, mejor dicho, favoritos y podría dar algunos nombres: El escarabajo de oro de Edgar Allan Poe, Los asesinos de Ernest Hemingway, Una rosa para Emily de William Faulkner, Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo de García Márquez; El libro de arena de Jorge Luis Borges, Una flor amarilla de Julio Cortázar, Las sepulcrales de Guy de Maupassant, Un recuerdo de Navidad de Truman Capote, El policía y el himno de O. Henry, Así fue salvado Wang-Fo de Marguerite Yourcenar, El hombre invisible de Gilbert Keith Chesterton, El hombre muerto de Horacio Quiroga, Un viejo cuento de escopeta, de José Félix Fuenmayor…


Así comienza el último de los mencionados:


“Petrona, la mujer de Martín, llegaba a la ciudad —el poblado con sus moradores, anticipándose a la realidad que un día debía ser, la llamaban ya ciudad—. Llegaba Petrona montada en burra. Un cajón a lado y lado del sillón, el espacio entre ellos rellenado con esterillas, mantas y almohadas. Encima, Petrona. Dos mozos la escoltaban, a pie, el uno adelantado como guía y el otro detrás, empuñando un garabato, y la burra lo sabía.


Ante una casa grande, de paredes de ladrillos y techo de tejas, el guía se detuvo y    su parada se corrió a la burra y al del garabato.


—Aquí es, niña Petrona.


En el sardinel aguardaban una mujer y un muchacho. El guía no los miró, ni        parecía haberlos visto; pero mientras bajaba cargada a Petrona, dijo:


—Ella es Juana, la cocinera, y él es Eugenio, su hijo, para los mandados. Ella tiene las llaves”.


Desdeñar o subvalorar el cuento o cualquier otra forma narrativa carece de inteligencia. El cuento puede ser tan contundente que el mensaje reviente el formato y nos deje la sensación de que dice mil cosas más de las que menciona. ¿Qué esto puede decirse también de la novela o de la poesía? Entonces estamos de acuerdo: ninguna forma narrativa es superior a otra. 

viernes, 19 de enero de 2024

Sonora Matancera

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 15 al 21 de enero de 2024)

 

Enero es momento de celebrar las letras que viajan en canciones. El 12 se cumple un siglo de la conformación de La Sonora Matancera, una de las orquestas más importantes del planeta. Y 96 años del primer disco de esta agrupación que, según Guinness, es la más antigua de los cinco continentes.


Creada por iniciativa de Valentín Cané con sentido nacionalista, en cuanto a que sus integrantes eran cubanos y privilegiaban el son, andando los tiempos abrió su estética a América Latina, sin perder el sabor de la tierra de Martí. Con intérpretes de México, República Dominicana, Argentina, Colombia y otros países, enseñó cómo cantan al amor, la alegría, la tristeza, las costumbres, las creencias y las fiestas, en esas naciones.


La cubana Celia Cruz pregona: “Traigo yerba santa, pa la garganta,/ traigo Keisimón, pa la hinchazón,/ traigo abrecaminos, pa tu destino”; el dominicano Alberto Beltrán habla de un personaje picaresco: “A mí me llaman el negrito del batey/ porque el trabajo para mí es un enemigo./ El trabajar yo se lo dejo todo al buey/ porque el trabajo lo hizo Dios como castigo”; el boricua Daniel Santos filosofa: En el juego de la vida/ nada te vale la suerte/ porque al fin de la partida/ gana el albur de la muerte”, y el colombiano Víctor Pinedo confiesa: “Mi vida está pendiente de una rosa/ porque hermosa y aunque tenga espinas/ me la voy a llevar a mi casita/ porque es bonita mi rosa momposina”.


Un repertorio formado por cantos llenos de poesía y sabiduría populares. Y, claro, por populares no dejan de ser poesía ni sabiduría.  

jueves, 18 de enero de 2024

150 de Maugham

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 18 de enero de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/150-de-maugham-NB23556913


William Somerset Maugham nació hace siglo y medio. Sus palabras e ideas siguen vigentes y vigorosas en los días que corren. 


Cuando lean esta columna, lo sé, algunos me dirán: “¿Para qué pensar en William Somerset Maugham? Eres de las pocas personas que aún hablan de un autor leído con fervor en otro tiempo, pero ahora…”. Y les diré: Mejor. Cuando muchos han olvidado a un escritor o una obra, o no han tenido ocasión de echarles un ojo, bien vale la pena señalárselos.


Maugham nació en París el 25 de enero 1874 y allí permaneció hasta los diez años. Dos curiosidades se saben sobre su nacimiento. La primera, que el papá, Robert, un abogado al servicio de la embajada británica, consiguió que su esposa tuviera el parto en el edificio diplomático, es decir, técnicamente territorio inglés, con el propósito de evitar que, al crecer, William fuera obligado a prestar servicio militar, lo cual era ley para los ciudadanos franceses de aquel tiempo. Por eso, Maugham se conoce como escritor del Reino Unido. La otra, que su mamá, Edith Mary Snell, padecía de tuberculosis y, por prescripción de los médicos de la época, el embarazo podría curarle esta enfermedad. Sin embargo, a ella no le funcionó este remedio. Murió pocos años después.


Maugham pasó la adolescencia en Inglaterra, donde estudió el bachillerato; la juventud en Alemania, mientras cursaba la carrera de medicina, aunque jamás recetó una aspirina. Dos curiosidades se saben de este tiempo formativo. Una, que la severidad de cierto claustro de educación al que asistió, la rígida disciplina, lo llevaba a reprimir los sentimientos y los especialistas llegaron a opinar que era incapaz de amar. La otra, ignoro las causas, tal vez esas mismas represiones, la temprana pérdida de la madre, qué se yo, le derivaron una tartamudez que le acompañó siempre.


Después de Alemania echó a andar por el mundo, se aplicó a escribir sin pausa, a llenar cuadernos con apuntes de cuanto veía o se enteraba. Ah, y fue espía para el Reino Unido en la Primera Guerra Mundial.


¿Por qué recordarlo? ¿Por qué es interesante este autor? Por las tramas de sus historias. Están constituidas por situaciones que les ocurren a los ricos y a los pobres, a los poderosos y a los débiles, aunque las circunstancias específicas de los individuos hagan que las enfrenten de modo diferente. Por la fluidez de su narrativa, que discurre con soltura y sencillez. Y por el don de contar, mostrar y no juzgar; de tomar distancia de las acciones para analizarlas, con hondura sí, pero sin pretensiones de erudición. Tales aspectos logran que uno lea cada obra sin prisa y con gozo. Desee avanzar, saber más y más… pero no acabar para no salirse nunca de ese libro donde se vive tan bien.


Para ejemplificar lo que digo, abro al azar Soberbia y leo el primer párrafo del capítulo L:


“Estoy convencido de que hay hombres que nacen fuera de su ambiente. La casualidad los coloca en un determinado medio, pero siempre sienten la nostalgia de una patria que no conocen. Son extranjeros en el país de su nacimiento, y los senderos que conocieron de niños o las calles populosas donde jugaron, no son para ellos más que lugares de paso. A veces permanecen toda su vida como extranjeros entre sus conciudadanos, sin conseguir aclimatarse al único ambiente que han conocido. Quizá sea esta sensación de extrañamiento la que impulsa a los hombres a recorrer el mundo en busca de algo permanente donde asentar sus reales. Quizá sea un arraigado atavismo el que los incita a volver a lugares que sus antepasados abandonaron en los oscuros comienzos de la Historia. Los hombres descubren a veces un lugar al que, por causa desconocida, se sienten pertenecer. Aquella es la patria que buscaban y se quedan a vivir en regiones que no habían visto hasta entonces, entre hombres que jamás conocieron, como si les fueran familiares desde su nacimiento. En una palabra, allí encuentran por fin el apetecido descanso”.


¿Miento, acaso, en eso de la fluidez narrativa y de su profundidad sencilla y clara?


El amor, las relaciones humanas —muchas de ellas en condiciones de desigualdad—, el adulterio, la infidelidad, el afán de reivindicación son algunos de los temas de sus novelas, cuentos y dramas; Liza de Lambeth, Servidumbre humana, Una villa en Florencia, La otra comedia, Tras una noche de espanto, Hoy como ayer, El velo pintado, Ashenden o el agente secreto, El mago, La luna y seis peniques, Soberbia y El filo de la navaja, algunos de sus títulos.


En el último de los mencionados, Laurence Darrell, llamado Larry por sus amigos, es un joven que sirvió de aviador en la guerra grande de 1914 y, en ella, tuvo una experiencia cercana con la muerte. Norteamericano, movido por ese acontecimiento, desdeña lo que la mayoría de sus paisanos y congéneres ambiciona: riqueza, amor y poder. Rechaza a la novia bella y distinguida; el futuro prometedor en la dirigencia empresarial, y a los amigos de su generación, para buscar el sentido de su vida con el cual pueda llenar el gran vacío de su alma. Para tal efecto emprende un viaje más bien secreto por países de Europa y Asia, entre ellos la India, que incluye aventuras espirituales. Dice:


“Como Rolla, he venido demasiado tarde a un mundo demasiado viejo. Debí nacer en la Edad Media, cuando la fe se sentía sin pensar sobre ello”.


sábado, 13 de enero de 2024

Literatura y religión

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, 12 de enero de 2024) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/literatura-y-religion-IF23518347


 

Los temas de fe también hacen parte de la condición humana. Por eso, no pocos escritores dedican espacio en sus creaciones para reflexionar sobre ellos.

 

Cualquiera, hasta el último de los desavisados, sabe que Fiodor Dostoievski fue un escritor ruso que vivió en el siglo XIX y, andando los tiempos, entró al selecto grupo de los clásicos. A ningún despistado se le ocurriría decir que se trata de un cura o un teólogo.


Sin embargo, quienes han visitado su obra y se han detenido en ella, saben que este narrador tuvo entre sus temas recurrentes los relacionados con la fe y a estos dedicó espacios generosos en sus libros. Hacer mención de este aspecto supera en importancia al de decir que hizo parte de la iglesia ortodoxa, pues muchas personas son bautizadas en cualquier credo y no reflexionan en los asuntos espirituales.


En Los hermanos Karamazov, por ejemplo, novela de más de un millar de páginas, se aplicó en los temas doctrinales de manera directa. El monje ruso es el título del libro sexto de dicha obra. Incluye una novela corta sobre la vida del ermitaño Zósima. Más que una secuencia de acciones materiales, revela experiencias espirituales y reflexiones del religioso. Concibe la vida como un paraíso y la posibilidad de disfrutarlo si nos despojamos de la culpa mediante la confesión, no ante un sacerdote, sino ante las víctimas de nuestras acciones. Analiza el libro de Job, hombre que reniega de Dios al convertirse en juguete de Satanás y, después, vuelve a ensalzar al Creador cuando el sufrimiento cesa. Define el infierno como “sufrimiento de que ya no se pueda amar”. Esto enseña el ermitaño:


«El mundo ha proclamado la libertad, particularmente en los últimos tiempos, ¿y qué vemos en esa libertad? ¡Solo esclavitud y suicidio! Porque el mundo dice: “Tienes necesidades y debes satisfacerlas, puesto que tienes los mismos derechos que los más nobles y ricos. No temas satisfacerlas, multiplícalas”. Tal es la actual doctrina del mundo. Ahí es donde ven la libertad. ¿Y qué resulta de este derecho a multiplicar las necesidades? En los ricos, el aislamiento y el suicidio espiritual, y en los pobres, la envidia y el crimen, porque los derechos se los han dado, pero sin indicar los medios de satisfacer las necesidades» (1).


Por su parte, los hermanos, personajes centrales de la novela, dialogan sobre temas de fe, a su modo. Uno con furia, otro con ironía y el tercero con apasionada convicción.


La existencia de Dios, la caridad, el amor, el perdón, la muerte, la vida eterna, la lujuria, el egoísmo… están entre las materias que se explican y desarrollan en esta obra publicada en 1880.

 

Doctrineros

¿A qué viene este afán teológico de Dostoievski, que a veces parece un predicador sin púlpito? Esta novela y otras del autor respiran religión, teología cristiana en cada letra, en cada coma, en cada espacio entre palabras.


Pero después hablaremos de sus motivos. Hoy, no. No es sobre Dostoievski que quiero escribir, ni sobre Los hermanos Karamazov. Es sobre la vocación de predicadores que tienen algunos autores que, como él, se dedican a hacer filosofía religiosa y teología. Sin pudor. Digo “sin pudor”, no porque crea que debiera sentirlo, por el contrario, sino porque en nuestro medio y en nuestro tiempo, muchos escritores parecen avergonzarse de hablar de tales asuntos, como si estos no fueran importantes para la comunidad humana. O como si los creadores literarios debieran estar alejados de esas materias, desdeñarlas por no encontrarlas acordes con sus poses de intelectuales. Aludiendo a esta circunstancia, el escritor y profesor Memo Ánjel afirma que, además de vergüenza, la mayor parte de quienes se dedican a las letras mantienen un odio encendido hacia estas temáticas (2).


Otros ejemplos no menos célebres que Dostoievski son los de Tolstoi, Hawthorne, Poe, O’Connors, Chesterton, Faulkner, Martínez, González, Carrasquilla, entre muchos más. Incluso algunos ateos o agnósticos, como Umberto Eco y Jorge Luis Borges, exploran esas sendas ideológicas y las valoran como minas auríferas.


Lev Tolstoi habla de espiritualidad. Uno de los asuntos de Guerra y Paz es el de la generosidad. Pierre Bezújov quiere ser un hombre mejor. Intenta liberar a sus siervos y aliviarles la vida, sin que la ley lo obligue a ello, solo por amor a los demás. Y no solo lo hace, sino que lo explica. En El padre Sergio, este representante del anarcopacifismo alude al eterno debate entre el vicio y la virtud. Un religioso es tentado por una mujer movida tan solo por su necedad, y él, tras una lucha ardiente en su mente, decide infligirse dolor para no sucumbir. Y no olvidemos que este autor tiene un ensayo titulado Cuál es mi fe, en el que explica cómo llegó a Jesucristo cuando ya era un hombre maduro.


¿Acaso Flannery O’Connors no escribió dos novelas y 32 relatos llenos de intensidad sobre las formas de la fe entre las comunidades sureñas de Estados Unidos, en especial, entre los negros? Consigue exponer cómo la sabiduría popular distingue entre el bien y el mal. William Faulkner aprovechó ideas y figuras bíblicas, como la de Jasón y la de Moisés, para modelar personajes de sus obras. Gilbert Keith Chesterton y Giovanni Papini, convertidos al catolicismo, después de haber sido indiferente uno y contradictor el otro, construyeron historias en torno a los temas santos. El uno predicó a través del padre Brown, su detective, y el segundo hasta escribió una Historia de Cristo.


Jorge Luis Borges presentó la figura de Jesucristo en muchos cuentos y poemas. Descreía de su condición divina, pero valoraba su capacidad comunicativa mediante parábolas. Umberto Eco se ocupó de temas propios del cristianismo. En El nombre de la rosa, entre otras cosas, exploró el problema de la risa entre los primeros cristianos. En Baudolino, asuntos de la fe católica impuestos de una u otra forma en la Europa medieval.


El argentino Tomás Eloy Martínez planteó, en El vuelo de la reina, inquietudes sobre los pecados. Entre sus reflexiones, dice: la soberbia es el más prolífico de los pecados capitales. Un delta, un desovadero de pecados.


En nuestro medio, recordemos a Tomás Carrasquilla. Se ocupó de temas bíblicos en cuentos, crónicas y ensayos. Más que reflexionar sobre fe, recreó escenas de la Historia Sagrada. Fernando González, en novelas, ensayos y novela-ensayos, se dedicó sin prisa a los problemas teológicos. En El remordimiento exploró el sentimiento de vacío y mortificación por hacer o dejar de hacer algo en contravía con el imperativo espiritual; en El libro de los viajes o de las presencias explicó que “la eternidad no puede entenderse por la duración. La verdadera eternidad es la Presencia como esencia, o sea, Dios, vivo en cada hombre. De ahí que este sea síntesis de eternidad y tiempo” (3).


Así como la literatura histórica es hecha por autores que no son historiadores, pero sí estudiosos de la historia; la literatura científica o cientificista es realizada por escritores que no son científicos, pero sí estudiosos de la ciencia; la literatura psicológica es creada por personas que no son psicólogas, pero sí estudiosas de la psique humana, etcétera, la literatura que se dedica a explorar temas religiosos —tan válida como las otras— no está hecha por curas o teólogos, sino por escritores que les ha dado por ocuparse de ellos.


Aquí entre nos, en ciertos momentos he escrito novelas que incluyen estos temas. Una publicada, Juana le enterradora (4), cuenta la historia de la hija de un sepulturero. Más que al lado, vive en el cementerio. Viuda de cinco hombres, reflexiona sobre temas de su fe. Otra, inédita, habla de los pecados capitales: dos personajes viajan a El Vaticano a exponerle sus ideas al papa.


En suma, sería conveniente quitar el prejuicio, la prevención, el rechazo a estos temas, tan humanos como los demás.

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Notas:

1.   Dostoievski, Fiodor. 1969. Los hermanos Karamazov. Barcelona, Círculo de Lectores, página 447.

2.   Opinión expresada en una conversación privada. Memo Ánjel es autor de varios libros sobre temas religiosos. Entre estos, Abraham hace camino al andar, en coautoría con Hernán Cardona Ramírez.

3.   De esta manera lo expone Javier Henao Hidrón en su libro Fernando González Filósofo de la autenticidad, 2000, Editorial Marín Vieco, cuarta edición, página 239.

4.   Editorial Unaula, 2021.


viernes, 12 de enero de 2024

Marco Polo

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 8 al 14 de enero de 2024)

 

Pocas cosas tan fabulosas como los relatos de viaje. Más aun, los protagonizados por aventureros que no se arredran ante lo desconocido. Hablan de tierras extrañas, gentes raras, animales exóticos, comidas y costumbres fascinantes. Libro de las Maravillas es un ejemplo. Marco Polo, personaje central y narrador, fue un mercader veneciano de la Edad Media.


Recorrió la Ruta de la Seda; comerció en Kabul, Jerusalén, Bengala, Constantinopla y otros sitios; sufrió el acoso de caníbales en Sumatra; se asombró con pozos de alquitrán en Mesopotamia, algunos siempre encendidos como antorchas del desierto; supo del milagro atribuido a un zapatero ciego de Bagdad, consistente en mover una montaña para librar a los cristianos de las manos del califa; visitó las tumbas de los Tres Reyes Magos, que guardaban sus cuerpos incorruptos, y vio un mamífero de cuello larguísimo llamado jirafa. Por más de 20 años sirvió de consejero a Kublai Kan, emperador de Mongolia y China. Al regresar, Venecia estaba en conflicto con Génova. Cayó en manos enemigas y fue hecho prisionero. En la celda, dictó sus memorias a un escritor.


Del reino Lambri cuenta: “hay hombres que tienen una cola de más de un palmo de longitud, y no son peludos. Los que son así son los más numerosos; y viven lejos, en las montañas, y no en las ciudades. Su cola es gruesa como la de un perro (…)”.


El 8 o 9 de enero se cumplieron 700 años de la muerte del veneciano que influyó como pocos en los autores del género de viajes, que, como él, cuentan historias extraordinarias, no siempre creíbles. 

martes, 9 de enero de 2024

¿Año nuevo?

(Columna publicada en Generación, revista de El Colombiano, el 5 de enero de 2024) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/ano-nuevo-FD23469873



Se va un año, comienza otro, pero, la verdad, no es claro lo que esto significa. La medida del tiempo es un elemento artificial que controla nuestras vidas.

 

Termina un año. Comienza otro. La humanidad o, por lo menos, la mayor parte de ella, sigue su carrera desbocada por llegar a ninguna parte. Pero ¿qué significa todo esto de los años y los calendarios?


Existen los días, existen las noches. Existe también una sucesión inmensa, no sé si infinita, de días y noches. Pero eso de las semanas, los meses y los años, eso no lo siento tan real. Total, solo son parte de un sistema de medida de tiempo, pero no es el tiempo mismo. El calendario y el reloj son creaciones humanas para “entender” la duración de los eventos, para proyectar metas productivas. Y, están bien. Resulta práctico contar con un sistema de cuantificación temporal, el que sea. El calendario gregoriano que rige desde el siglo XVI o cualquier otro, con tan de que “todos” estemos de acuerdo. Es decir, que obedezca a una convención. Si no fuera así, convencional, habría un caos para saber cuándo son las citas y cuánto duran los acontecimientos. Sería un mundo gobernado por los desencuentros. Pero, repito, la medida del tiempo no es el tiempo mismo. El tiempo —o el Tiempo, con mayúscula— es un elemento de la Naturaleza.


Maurice Maeterlinck, el escritor belga, tiene un bello libro titulado La inteligencia de las flores. Hay en él un ensayo titulado “La medida de las horas”.


“¡Medir el tiempo!”, dice. “Somos tales que no adquirimos conciencia de este y no podemos penetrarnos de sus tristezas o de sus felicidades sino con la condición de contarlo, de pesarlo como una moneda no vista. No toma cuerpo, no adquiere su substancia y su valor sino en los complicados aparatos que hemos imaginado para hacerlo visible y, no existiendo en sí, toma el gusto, el perfume y la forma del instrumento que lo determina”. Y palabras más, palabras menos, da a entender que esos aparatos no son más que la manera humana de domesticar la eternidad.


Entonces, a él acudo para reforzar esa idea de que el tiempo, así como muchos creen que gobierna el mundo y las vidas humanas, que alude a la idea mítica de Cronos, no existe.


Y cómo no evocar a Jorge Luis Borges —quien, por cierto, incluyó a Maeterlinck y el hermoso libro citado, en su Biblioteca Personal y, por tanto, lo prologó diciendo que del asombro nace la poesía y en el caso del belga, “ese asombro fue el del horror”—, si reflexionó tanto sobre este asunto y otros así, infinitos, inmateriales, inasibles. En Arte poética dice:


Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua”.

(…)

Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.

 

Movidos por la convencional medida de los días, corremos como fugitivos. Huimos de nosotros mismos, del silencio, de la soledad. Del pensamiento, del diálogo, de la contemplación desinteresada de la Naturaleza. Corremos por alcanzar la meta que se nos mueve como a un beisbolista al que le alejan la almohadilla cuando está a punto de alcanzar la base.

 

El tiempo oportuno

Si hemos de adornar la medida del tiempo con idílicas historias mitológicas, la de Cronos, ¿por qué nos olvidamos entonces de su hermano, Kairós, el dios del momento oportuno? Hijo de Zeus, como aquel, representa, más que la cantidad de tiempo, el tiempo de calidad: la oportunidad para hacer las cosas.


Sobre este tiempo, el oportuno, es al que se refiere “La muerte”, el capítulo 3 de la primera parte del Eclesiastés que muchos citan, aunque sea unos cuantos versos y en desorden:


“Todo tiene su momento, y cada cosa

Su tiempo en el cielo:

Su tiempo el nacer,

y su tiempo el morir;

su tiempo el plantar,

y su tiempo el arrancar lo plantado.

Su tiempo el matar,

y su tiempo el sanar;

su tiempo el destruir,

y su tiempo el edificar.

Su tiempo el llorar,

y su tiempo el reír (…)”

 

Y de este modo sigue con otros verbos, es decir, con otras acciones oportunas en ciertos momentos de la existencia.


Pero dejemos aquí, pues en días así, lentos, de principios de enero, apenas sí hay ánimo para especular una línea más sobre el tiempo… o sobre otra cosa.