(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, 12 de enero de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/literatura-y-religion-IF23518347
Los temas de
fe también hacen parte de la condición humana. Por eso, no pocos escritores
dedican espacio en sus creaciones para reflexionar sobre ellos.
Cualquiera,
hasta el último de los desavisados, sabe que Fiodor Dostoievski fue un escritor
ruso que vivió en el siglo XIX y, andando los tiempos, entró al selecto grupo
de los clásicos. A ningún despistado se le ocurriría decir que se trata de un cura
o un teólogo.
Sin
embargo, quienes han visitado su obra y se han detenido en ella, saben que este
narrador tuvo entre sus temas recurrentes los relacionados con la fe y a estos
dedicó espacios generosos en sus libros. Hacer mención de este aspecto supera
en importancia al de decir que hizo parte de la iglesia ortodoxa, pues muchas
personas son bautizadas en cualquier credo y no reflexionan en los asuntos
espirituales.
En Los hermanos Karamazov, por ejemplo,
novela de más de un millar de páginas, se aplicó en los temas doctrinales de
manera directa. El monje ruso es el
título del libro sexto de dicha obra. Incluye una novela corta sobre la vida
del ermitaño Zósima. Más que una secuencia de acciones materiales, revela experiencias
espirituales y reflexiones del religioso. Concibe la vida como un paraíso y la
posibilidad de disfrutarlo si nos despojamos de la culpa mediante la confesión,
no ante un sacerdote, sino ante las víctimas de nuestras acciones. Analiza el
libro de Job, hombre que reniega de Dios al convertirse en juguete de Satanás y,
después, vuelve a ensalzar al Creador cuando el sufrimiento cesa. Define el
infierno como “sufrimiento de que ya no se pueda amar”. Esto enseña el
ermitaño:
«El mundo ha
proclamado la libertad, particularmente en los últimos tiempos, ¿y qué vemos en
esa libertad? ¡Solo esclavitud y suicidio! Porque el mundo dice: “Tienes
necesidades y debes satisfacerlas, puesto que tienes los mismos derechos que
los más nobles y ricos. No temas satisfacerlas, multiplícalas”. Tal es la
actual doctrina del mundo. Ahí es donde ven la libertad. ¿Y qué resulta de este
derecho a multiplicar las necesidades? En los ricos, el aislamiento y el
suicidio espiritual, y en los pobres, la envidia y el crimen, porque los
derechos se los han dado, pero sin indicar los medios de satisfacer las
necesidades» (1).
Por su parte, los
hermanos, personajes centrales de la novela, dialogan sobre temas de fe, a su
modo. Uno con furia, otro con ironía y el tercero con apasionada convicción.
La existencia de
Dios, la caridad, el amor, el perdón, la muerte, la vida eterna, la lujuria, el egoísmo… están entre las materias que se explican y desarrollan en
esta obra publicada en 1880.
Doctrineros
¿A qué viene este afán teológico
de Dostoievski, que a veces parece un predicador sin púlpito? Esta novela y
otras del autor respiran religión, teología cristiana en cada letra, en cada
coma, en cada espacio entre palabras.
Pero después
hablaremos de sus motivos. Hoy, no. No es sobre Dostoievski que quiero escribir,
ni sobre Los hermanos Karamazov. Es
sobre la vocación de predicadores que tienen algunos autores que, como él, se
dedican a hacer filosofía religiosa y teología. Sin pudor. Digo “sin pudor”, no
porque crea que debiera sentirlo, por el contrario, sino porque en nuestro
medio y en nuestro tiempo, muchos escritores parecen avergonzarse de hablar de tales
asuntos, como si estos no fueran importantes para la comunidad humana. O como
si los creadores literarios debieran estar alejados de esas materias, desdeñarlas
por no encontrarlas acordes con sus poses de intelectuales. Aludiendo a esta
circunstancia, el escritor y profesor Memo Ánjel afirma que, además de
vergüenza, la mayor parte de quienes se dedican a las letras mantienen un odio encendido
hacia estas temáticas (2).
Otros
ejemplos no menos célebres que Dostoievski son los de Tolstoi, Hawthorne, Poe, O’Connors,
Chesterton, Faulkner, Martínez, González, Carrasquilla, entre muchos más.
Incluso algunos ateos o agnósticos, como Umberto Eco y Jorge Luis Borges,
exploran esas sendas ideológicas y las valoran como minas auríferas.
Lev
Tolstoi habla de espiritualidad. Uno de los asuntos de Guerra y Paz es el de la generosidad. Pierre Bezújov quiere ser un hombre mejor. Intenta
liberar a sus siervos y aliviarles la vida, sin que la ley lo obligue a ello,
solo por amor a los demás. Y no solo lo hace, sino que lo explica. En El padre Sergio, este representante del anarcopacifismo
alude al eterno debate entre el vicio y la virtud. Un religioso es tentado por
una mujer movida tan solo por su necedad, y él, tras una lucha ardiente en su
mente, decide infligirse dolor para no sucumbir. Y no olvidemos que este autor
tiene un ensayo titulado Cuál es mi fe,
en el que explica cómo llegó a Jesucristo cuando ya era un hombre maduro.
¿Acaso Flannery
O’Connors no escribió dos novelas y 32 relatos llenos de intensidad sobre las
formas de la fe entre las comunidades sureñas de Estados Unidos, en especial,
entre los negros? Consigue exponer cómo la sabiduría popular distingue entre el
bien y el mal. William Faulkner aprovechó ideas y figuras bíblicas, como la de
Jasón y la de Moisés, para modelar personajes de sus obras. Gilbert Keith
Chesterton y Giovanni Papini, convertidos al catolicismo, después de haber sido
indiferente uno y contradictor el otro, construyeron historias en torno a los
temas santos. El uno predicó a través del padre Brown, su detective, y el
segundo hasta escribió una Historia de Cristo.
Jorge
Luis Borges presentó la figura de Jesucristo en muchos cuentos y poemas. Descreía
de su condición divina, pero valoraba su capacidad comunicativa mediante
parábolas. Umberto Eco se ocupó de temas propios del cristianismo. En El nombre de la rosa, entre otras cosas,
exploró el problema de la risa entre los primeros cristianos. En Baudolino, asuntos de la fe católica
impuestos de una u otra forma en la Europa medieval.
El argentino Tomás Eloy Martínez planteó, en El vuelo de la reina, inquietudes sobre
los pecados. Entre sus reflexiones, dice: la soberbia es el más prolífico de
los pecados capitales. Un delta, un desovadero de pecados.
En
nuestro medio, recordemos a Tomás Carrasquilla. Se ocupó de temas bíblicos en
cuentos, crónicas y ensayos. Más que reflexionar sobre fe, recreó escenas de la
Historia Sagrada. Fernando González, en novelas,
ensayos y novela-ensayos, se dedicó sin prisa a los problemas teológicos. En El remordimiento exploró el sentimiento
de vacío y mortificación por hacer o dejar de hacer algo en contravía con el
imperativo espiritual; en El libro de los
viajes o de las presencias explicó que “la eternidad no puede entenderse
por la duración. La verdadera eternidad es la Presencia como esencia, o sea,
Dios, vivo en cada hombre. De ahí que este sea síntesis de eternidad y tiempo” (3).
Así como
la literatura histórica es hecha por autores que no son historiadores, pero sí
estudiosos de la historia; la literatura científica o cientificista es realizada
por escritores que no son científicos, pero sí estudiosos de la ciencia; la
literatura psicológica es creada por personas que no son psicólogas, pero sí
estudiosas de la psique humana, etcétera, la literatura que se dedica a
explorar temas religiosos —tan válida como las otras— no está hecha por curas o
teólogos, sino por escritores que les ha dado por ocuparse de ellos.
Aquí
entre nos, en ciertos momentos he escrito novelas que incluyen estos temas. Una
publicada, Juana le enterradora (4), cuenta
la historia de la hija de un sepulturero. Más que al lado, vive en el
cementerio. Viuda de cinco hombres, reflexiona sobre temas de su fe. Otra,
inédita, habla de los pecados capitales: dos personajes viajan a El Vaticano a
exponerle sus ideas al papa.
En suma,
sería conveniente quitar el prejuicio, la prevención, el rechazo a estos temas,
tan humanos como los demás.
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Notas:
1.
Dostoievski, Fiodor. 1969. Los hermanos Karamazov. Barcelona,
Círculo de Lectores, página 447.
2.
Opinión expresada en una conversación privada. Memo
Ánjel es autor de varios libros sobre temas religiosos. Entre estos, Abraham hace camino al andar, en
coautoría con Hernán Cardona Ramírez.
3. De
esta manera lo expone Javier Henao Hidrón en su libro Fernando González Filósofo de la autenticidad, 2000, Editorial
Marín Vieco, cuarta edición, página 239.
4. Editorial
Unaula, 2021.