(Columna
periódico GENTE, grupo El Colombiano, edición 25 años del semanario, 25 de noviembre)
Lo
importante de los premios de literatura, salvo para quien los gana, que recibe
reconocimiento y estímulos materiales, es que hacen visible una voz. Y si es una
voz en español, mejor para nuestra lengua, porque se enriquece y expande. Se exhibe
su versatilidad, flexibilidad y belleza.
Hace
escasos días entregaron el Premio de Literatura
en Lengua Castellana Miguel de Cervantes. El nuevo ganador, el poeta
venezolano Rafael Cadenas, cercano y conocido, es un exponente consumado de la
poesía y el ensayo. Ya habíamos notado la magia de su poesía en 1998, cuando
participó en el Festival Internacional de Poesía de Medellín.
En
el poema Derrota, incluido en Falsas
maniobras (1963), dice:
Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo
competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que
apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me
arrimo a las paredes para no caer del todo
(…)
me levantaré del suelo más
ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del
juicio final.
Nacido
en Barquisimeto, en 1930, en el último lustro de la dictadura de Juan Vicente
Gómez, Cadenas militó en partidos de izquierda que en el decenio de 1950 luchó
por acabar con otra dictadura: la de Marcos Pérez Jiménez. Por esa militancia recibió
cárcel primero y exilio después. Sin embargo, como él ha creído y pregonado que
la salvación se alcanza mediante la palabra, el entendimiento y la
significación del mundo, durante su castigo compuso un poemario que sonó como
un trueno: Los cuadernos del destierro.
Después hizo parte del grupo literario Tabla Redonda y emprendió la realización
de una actividad creativa y reflexiva que ha multiplicado como profesor
universitario. En Memorial llega a
decir: “Sé/ que si no llego a ser
nadie/ habré perdido mi vida”. Y, claro, no son los premios los que lo hacen
ser alguien, es su expresión vigorosa; los premios solo la destacan.
Por más de sesenta años ha ido consolidando una voz
poética auténtica, nada concesiva. Una especie de canto a sí mismo que nos
enseña a los débiles, los desapercibidos, los que no encajamos fácil en la
fauna humana, que es posible defenderse del mundo hostil con el escudo y la
espada del lenguaje. Y que el fuerte, dueño de las formas socialmente
dominantes, tarda tiempo en percibir que no nos ha infligido derrota alguna.
Con el
Cervantes, Cadenas consigue que la atención del orbe se pose por un momento en
Venezuela, no para atender el ruido político, sino para conocer su literatura. Asimismo, contribuye a brillar y dar esplendor a la
lengua española. Amante,
Intemperie y Sobre abierto son algunos de sus libros
de poesía. Literatura
y vida y
Reflexiones sobre la ciudad moderna, dos de
sus ensayos.
En
Apuntes sobre San Juan de la Cruz y la mística, señala:
“Si fuese necesario representar
antropomórficamente lo que llamamos Dios, mediante un símbolo, el más adecuado
sería el andrógino. En muchas figuras religiosas hay algo que lo recuerda.
Parecen estar situadas más allá de toda identificación sexual. Son ante todo
seres humanos. Lo de hombre o mujer no está subrayado, como es usual”.
En
ciertas ocasiones sucede que la persona galardonada no está en nuestro radar.
No debemos avergonzarnos por tal circunstancia, la de nuestro desconocimiento,
pues nadie tiene obligación ni posibilidad de conocer vida y milagros de los
otros ocho mil millones de seres humanos que, como uno, pisan la Tierra. Más
bien, aprovechemos la circunstancia para leer a quien organiza las palabras de
manera singular y, con ello, transmite ideas divergentes.