(Columna RÍO DE LETRAS, publicada en el diario ADN. Semana del 9 al 14 de agosto)
Miles de caribeños, asiáticos y africanos
están varados en Necoclí. Duermen en playas, recorren calles, descansan bajo las
sombras… No son turistas; son migrantes. Miran sin ver las cosas, por
maravillosas que sean. En su loco viajar soportan hambre, persecución, frío, estrechez,
y gastan cantidades de dinero… Todo, por llegar a Estados Unidos.
Es 2021. Muchos tienen intacto el “sueño
americano”. Esta noción, surgida hace siglos, la acuñó el historiador James
Truslow Adams en 1931. Define una vida mejor para los individuos.
La literatura, el cine y la realidad se
cansan de mostrar que tal sueño es una pesadilla. O, al menos, un sueñito
corriente, olvidable, como el de casi todas nuestras noches.
En Tres
vidas, Gertrude Stein habla de mujeres de distinto origen. Creían hallar buena
vida, pero encuentran discriminación. Una opta por regresar a su país: entiende
que la prosperidad no se alcanza solo al norte del Río Bravo. En La frontera de Cristal, Carlos Fuentes denuncia
que los mexicanos son víctimas de racismo, violencia y explotación laboral en
tierras del Tío Sam.
No olvidemos El hueco, de Castro Caycedo. Miles de colombianos se atreven a atravesar
ilegalmente la frontera mexicana, a riesgo de morir en el camino.
En películas y cartas de familiares habitan personas con dos o tres empleos para subsistir. Comen en el autobús o el metro, soportan humillación y explotación… Trabajan, pero no viven; están, pero no hacen parte, se mueven de un lado a otro, pero no son libres. En fin, allá va más sangre nueva a mover el molino de la esclavitud.
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