viernes, 29 de septiembre de 2023

Vattimo

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 25 al 30 de septiembre de 2023)



Una Babel en la que muchos hablan desde las diferencias. Así o con palabras parecidas explica Gianni Vattimo la posmodernidad. Un momento histórico en el que los excluidos de la verdad predominante y, por tanto, de los beneficios del poder, dejan oír sus discursos alternativos. Se revientan las ideas hegemónicas y totalizantes, y adquieren validez las que representan a grupos marginados y débiles.


Seguidor de los pensamientos de Heidegger y Nietzsche, y alumno de Gadamer, el italiano muerto el 19 de septiembre pasado deja un legado de libertad, respeto por las diferencias y rechazo a los abusos de los poderosos. Lo propuso en las aulas, los libros y el Parlamento Europeo cuando hizo parte de este.


Vattimo visitó Colombia varias veces. En Medellín mencionó: “veo el problema de América Latina como de falta de integración exterior, o sea, entre los países; e interior, es decir, integrar su pueblo en cada uno de ellos”. Dicha unión es necesaria, dijo, aunque “no sé si posible”. Necesaria, porque no imaginaba cómo podrían vivir países de economías frágiles con el vecino del Norte, Estados Unidos, sacando provecho de sus flaquezas.


Su noción de “pensamiento débil” sugiere la urgencia de reconocer las diversas interpretaciones de la realidad y desmontar la idea de una lógica única y avasallante en los ámbitos político, estético, social, religioso. En libros como La sociedad transparente, La aventura de la diferencia, El pensamiento débil, El sujeto y la máscara expone que no hay verdades absolutas ni perennes y que la razón no se deja tener.

jueves, 28 de septiembre de 2023

Mutis, el poeta sin tierra

 (Columna publicada en Generación de El Colombiano el 28 de septiembre de 2023)



Álvaro Mutis, autor de La nieve del Almirante, dejó honda huella creativa con poemarios, novelas y cuentos. Tuvo como casa el mundo.


En La mansión de Araucaíma, Álvaro Mutis cuenta acerca de una gran casa en el trópico, habitada por seis personajes que se refugian en ella y establecen realidades diferentes, con sus propias lógicas. Don Graci, el dueño; Paul, el guardián, un mercenario manco; un fraile que fue confesor de varios papas; Camilo, un piloto enfermo y triste; Cristóbal, un esclavo italiano, y La Machiche, una vieja ninfómana, bonita y autoritaria, que tiene relaciones con el guardia y el esclavo, le teme al religioso y odia al piloto. La aparente armonía se rompe con la llegada de Ángela, una modelo adolescente a quien matan allí dentro.


El autor, de cuyo nacimiento en Bogotá se cumplió un siglo hace pocos días —25 de agosto— y de cuya muerte en México se cumplió el primer decenio hace menos días aun —22 de septiembre—, escribió esta novela “careado”, como suele decirse. Luis Buñuel había dicho que era imposible llevar al cine un relato gótico de tierra caliente. Mutis le aseguraba al director de cine español que en las casonas tropicales se podía generar un ambiente idóneo para el terror, como el escenificado en los castillos británicos, célebres en este subgénero literario, el terror gótico. De cualquier modo, Buñuel no llevó al cine la obra del colombiano; lo hizo Carlos Mayolo, en 1986.


Pocos se atreven a incluir a Mutis en el Realismo Mágico; ni siquiera como uno de sus precursores. Solo con su novela El viaje, publicada en 1948, bastaría para integrarlo a la lista de representantes de este movimiento literario caracterizado por mostrar lo extraño como cotidiano. En esa novela, el maquinista de un tren cuenta sobre la rutina de su excursión, la cual realiza una vez por año durante quince calendarios. El trayecto es de ciento veinte kilómetros, entre tierra fría y tierra caliente, más o menos lo que hay entre Yarumal y Medellín, para establecer un referente real. ¡Para cubrir esta distancia, el vehículo requiere nueve meses, de febrero a noviembre! Una “velocidad” que toca la eternidad y anida en el desespero. Deben existir caracoles más rápidos que ese tren. En ese lapso hay peleas, muertos, matrimonios y nacimientos.


 

Más rarezas

La realidad, esa sustancia viscosa, inasible, es la materia prima de El diario de Lecumberri. Una novela corta, escrita durante su reclusión de quince meses en el Palacio Negro de Lecumberri, en México. La dureza de la prisión se muestra en las absurdas historias de algunos de los internos, como la de un hombre que revela con detalles haber cometido cien crímenes; o la de la muerte por venganza de un sujeto apodado “Palitos”, sobre cuyo cadáver escribieron un sarcástico letrero: “Libre por defunción”.


Como lo judicial no le resta méritos a lo literario, ni este exonera a nadie de las deudas con aquel, digamos de paso que Mutis estuvo preso en el Palacio Negro de Lecumberri, sindicado de la malversación de recursos de una multinacional petrolera para la que trabajaba. Harold Alvarado Tenorio cuenta (*) que la empresa Esso encargó al poeta de convencer a noventa integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente “que había legitimado el golpe de Estado del dictador Gustavo Rojas Pinilla” de Colombia, para que votaran en contra del mandatario, pues él tenía en sus planes nacionalizar el petróleo colombiano. Descubierto, fue detenido por la Interpol en el país azteca y fue a parar al presidio.


Este asunto que enturbia la imagen del escritor demuestra que los artistas son humanos. Por tanto, todos sus actos no pueden calificarse de loables, ni tampoco todos, de vituperables. En cuanto a lo que sí tenemos acceso y más elementos de juicio, su literatura, uno arriesgaría la afirmación de que su narrativa y su poesía son de las más imaginativas y de estilo mejor cuidado entre las de una multitud de escritores en nuestro país.

 

“Cuando de repente en la mitad de la vida llega una palabra jamás pronunciada,

Una densa marea nos recoge en sus brazos y comienza el largo viaje entre la magia recién iniciada,

Que se levanta como un grito en un inmenso hangar abandonado donde el musgo cobija las paredes,

Entre el óxido de olvidadas criaturas que habitan un mundo en ruinas, una palabra basta,

Una palabra y se inicia la danza pausada que nos lleva por entre un espeso polvo de ciudades,

Hasta los vitrales de una oscura casa de salud, a patios donde florece el hollín y anidan densas sombras,

Húmedas sombras, que dan vida a cansadas mujeres.

(…)” (**)

 


Mares, ciudades, puertos

El cine se ha encargado de hacer de Maqroll el personaje más conocido y querido de este autor. Apareció por primera vez en el poemario Los elementos del desastre, en una pieza titulada “Oración de Maqroll”, disparatada entre otras características de este ser de letras que vive aventuras dignas de héroe de historias marinas, como los de Conrad, Stevenson o Melville, que lo llevan a decir: “He cruzado al borde de abismos junto a los que la muerte es un paso de títeres” (***). Caracterizado con ecos escoceses, turcos, iraníes, este marinero tiene por función encaramarse en la gavia del barco para observar el horizonte.


En entrevistas, Mutis solía decir que Colombia era esencial para él y que el mejor testimonio de esto es su poesía. Creo que no mentía al expresarlo. No necesitaba hacerlo. Sin embargo, como observador, uno nota que su vida viajera lo hace ser colombiano, pero también de diversas partes, de ninguna, de todas. Total, nació en Bogotá; creció en Bruselas hasta los doce años, cuando murió su padre vinculado al servicio diplomático colombiano; vivió su adolescencia en Ibagué, y después pasó y se detuvo por tiempos en diversas ciudades del orbe. De ahí su facilidad para narrar y describir sucesos en cualquier parte del planeta.


 

“Si esto tuviera que sucederme en Brighton es algo que quien conozca la popular estación balnearia de Sussex hubiera dado por natural y previsible. Brighton, ese lugar en donde la gente de Londres insiste en que disfruta del mar en medio de un sombrío hacinamiento de construcciones victorianas y de otras de estilo eduardiano que superan la más febril imaginación; ese lugar en donde hasta el más modesto de los bares se empeña en servirnos el whisky que justamente no nos apetecía y en donde las mujeres nos ofrecen en las calles y en el amplio y desolado malecón contra el que se bate un mar gris y helado una larga lista de caricias que, a la hora de la verdad, se convierten en homeopática y acelerada versión de lo que un anglicano entiende por placer; en Brighton, para decirlo de una vez, en donde  al llegar sabemos que nada se nos ha perdido allí, en Brighton tuve que guardar tres días de cama en una pensión de miseria. Entre la diarrea y el hastío estuve a punto de dejar allí mis huesos” (****).

 


El autor de La última escala del Tramp Steamer creía que el verdadero poeta vivía en exilio. No se refería solo al destierro físico —que en su caso fue real—. El nomadismo suele ser siempre más metafísico y simbólico.

 

 

Notas

* Lo dice en Las 2 Orillas, agosto 25 de 2013.

** Poema “Una palabra”, incluido en Los elementos del desastre, libro de Editorial Losada, Buenos Aires, 1953.

*** Tríptico de mar y tierra. Editorial Norma, Bogotá, 1993.

**** Párrafo inicial del cuento “Cita en Bergen”, incluido en Tríptico de mar y tierra.

 



domingo, 24 de septiembre de 2023

La Gorda

(Columna publicada en Generación de El Colombiano el 24 de septiembre de 2023)


https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/la-gorda-IB22451292


El punto de encuentro más popular de Medellín es La Gorda de Botero. Esta le quitó ese sitial de privilegio al Edificio de Coltejer, que lo ostentó durante quince años, antes de la instalación de la escultura en septiembre de 1986.


Foto: Edwin Bustamante

Como al comienzo de cualquier relación, lugareños y visitantes miraban con curiosidad y asombro a esa mujer inmóvil y desprovista de cabeza, que irrumpió para presidir el mundo desde la plataforma elevada sobre la acera frontal de Banco de la República, en el cruce de la calle Colombia con la carrera Bolívar. Les llamaba la atención su volumen, al que ellos, por supuesto, le decían “gordura”, y miraban sin disimulo el tamaño de su abdomen y de sus nalgas.


Desde entonces, a nadie le importó que su creador, el maestro Fernando Botero, la hubiera nombrado Torso de mujer, sino que, como a una amiga de confianza, comenzaron a llamarla La Gorda. Tampoco alguien se inmutó porque el artista explicara más de una vez que él no pintaba ni esculpía gordas, sino que lo suyo era el arte volumétrico. Con rapidez, la curiosidad inicial se tornó en cariño y tal cariño fue haciendo de La Gorda uno de los personajes más célebres del corazón de la ciudad.


Solo a los amigos y, en especial, a los más cercanos, se les gastan bromas; no a los desconocidos. Ni siquiera a esos bichos que, aunque cercanos, mantienen un ceño fruncido, pues con este disuaden al más osado de dedicarles alguna ocurrencia. Por tanto, nadie puede extrañarse de que a la bronceada amiga le hicieran chistes que todavía forman parte del imaginario urbano. “Le da la espalda al Banco de la República”, dicen los graciosos, “porque le importa un culo la plata”.


Su pedestal se convirtió en banca para quienes esperan en su compañía. Y de tanto tocar y recostarse en esas piernas gruesas como columnas de catedral, pulen sin cesar su piel hecha con la aleación de cobre y estaño. Se diría que, mientras aguardan a quien no llega, perpetúan la labor del artista.


Algo semejante sucede con La Gorda Gertrudis en Cartagena de Indias, también de Botero. Menos conocida como Figura reclinada, ubicada en la Plaza de Santo Domingo, desde los primeros momentos de su presencia, en 2000, surgió el agüero de que quien tocara sus senos grandes y duros tendría fortuna en el amor.


En fin. Lo que quiero significar es que la gente se ha apropiado de las obras de Botero, no solo de las mencionadas, Torso de mujer y Figura reclinada, sino de las decenas que pueblan calles y parques de diversas ciudades del mundo. Las hace parte de su vida y esto, sin duda, es la mayor gloria y honra para un artista. Este ejercicio de apropiación es comparable con el de esos versos que se escapan de los poemas y se convierten en parte del acervo de la lengua, de tal modo que las personas, hasta las más desavisadas y las que no se interesan por la poesía, los repiten como si se les acabaran de ocurrir a ellas mismas. Caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar”, puede escupirnos en pleno rostro el borracho en la cantina, sin importarle quién diablos lo dijo antes que él.


Ahora, tras la muerte de Fernando Botero en Mónaco, el pasado 15 de septiembre, el homenaje para el artista debe ser la revisita de su obra, no solo las de calle, sino las que permanecen cuidadas en sitios especializados, como el Museo de Antioquia. En este, además de esculturas, hay pinturas, acuarelas, dibujos y porcelanas con los temas que lo apasionaron: las costumbres, el amor, la vida cotidiana, la naturaleza, los paisajes, la violencia, el sexo, la religiosidad, la política y los bodegones. Muchos de ellos pertenecientes a épocas tempranas de su carrera, cuando apenas exploraba los caminos del expresionismo y aún no había hallado su estilo volumétrico.


Hay otro tema volumétrico, paralelo al anterior, que enaltece al artista. Como su arte es contundente y expresivo, sus obras no requieren explicaciones, contrario a lo que ocurre con el de otros artistas, cuyas obras suelen ir acompañadas de textos aclaratorios más gordos que las piezas. Por ejemplo, ¿quién necesita que le expliquen que Hombre, mujer y niño, una de las veintitrés esculturas de Plaza Botero, en la que un hombre carga a un niño y se para sobre la espalda de una mujer caída en el suelo, obviamente su esposa, es una crítica a la violencia de género?


A unos pasos de esta escultura, en el interior del Museo de Antioquia, hay un cuadro de Botero titulado el Exvoto. En él se aprecia al artista, pequeño y de rodillas ante la Virgen inmensa, pidiéndole el milagrito de ganarse la Segunda Bienal de Coltejer, la de 1970... Cuatro años después, las directivas del Museo de Antioquia —en ese momento, Museo de Zea— le dijeron al creador, medio en serio medio en broma, que él debería venderle esa pintura a la institución. La respuesta fue la donación del cuadro. Con este regalo comenzó la historia de sus donaciones de obras y la cifra ahora ronda el medio millar.


La Virgen no le hizo el milagro de triunfar en la Bienal. Pero que sus trabajos hayan conquistado el corazón de la gente, y esta los tenga como propios, es más que ganarse “el gordo”, como le decían hace años coloquialmente al premio mayor de la lotería.

viernes, 22 de septiembre de 2023

Neruda

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 18 al 23 de septiembre de 2023)



Tal vez soñé, pero creo que Juan José Hoyos contó una vez en el aula que Pablo Neruda, de cuya muerte se cumplen 50 años el 23 de septiembre, solía llegar y quedarse en casa de Ciro Mendía, en Caldas. Una tarde de verano, al volver el autor de Farol sin calle a su vivienda, encontró un cuadro poco menos que infantil: Neruda, casi desnudo, sentado en una silla en medio del patio, haciendo que una mujer le echara poncheradas de agua encima, una y otra vez, en un deleite que casi le llegaba al paroxismo.


Sueño o no, la escena muestra que es cierto lo que dicen de los artistas. Son humanos que, al crecer, no permiten que muera el niño que los habitó en los primeros años. Esta eterna niñez les facilita descubrir asombrados el mundo cada amanecer.


        Cebolla,

        luminosa redoma,

        pétalo a pétalo

        se formó tu hermosura,

        escamas de cristal te acrecentaron

        y en el secreto de la tierra oscura

        se redondeó tu vientre de rocío.

        Bajo la tierra fue el milagro

        y cuando apareció

        tu torpe tallo verde,

        y nacieron

        tus hojas como espadas en el huerto,

        la tierra acumuló tu poderío

        mostrando tu desnuda transparencia

        (…).


Los enamorados recitan versos de Veinte poemas de amor y una canción desesperada y los artistas los incluyen en canciones. El Poeta de América tiene poemas sobre la identidad del continente, como los incluidos en el Canto general, y políticos como los de Estravagario.


Menos conocido por su nombre auténtico, Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, al parecer no murió de cáncer como se dijo, sino envenenado por orden de la dictadura chilena.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Del folletín a las series

(Columna publicada en Generación de El Colombiano, el 19 de septiembre de 2023)



Comentario en torno a las novelas del folletín o por entregas, célebres en Europa. En Colombia también tuvo cierto apogeo.



Portada de un folletín
 francés, 1867

No es preciso ser muy avisado para sospechar que el placer de disfrutar las series de televisión es comparable con el que producía la afición a las novelas por entregas hace más de un siglo. Producto del romanticismo, tales relatos aparecieron primero en periódicos europeos, bien en una sección interior o en un folletín incluido en estos; después, también en revistas de literatura. Y la modalidad se extendió por el mundo para deleite de los lectores.


Si algunos creen que se trata de literatura barata, deben cambiar de parecer. Por una parte, sí, había novelas no bien terminadas, marcadas por la exageración en los acontecimientos, la inverosimilitud y el trato no riguroso del lenguaje. Lacrimógenas historias movían la sensiblería general como las telenovelas actuales y, como las telenovelas actuales, exprimían hasta el hartazgo los temas de amores complicados por diferencias sociales o de hijos sin padres que pasaban de la miseria a la opulencia.


Sin embargo, de manera paralela, por entregas antes que en libro, surgieron creaciones de marca mayor. Guerra y paz, de Tolstoi; Los hermanos Karamazov, de Dostoievski; Los miserables, de Hugo; Los tres mosqueteros, El Conde de Montecristo, El tulipán negro y otras, de Dumas; Madame Bovary, de Flaubert; Comedia humana, de Balzac; La flecha negra, de Stevenson; Historia de dos ciudades, de Dickens; La dama de blanco, de Collins… y no sigamos con esta lista porque iríamos de Generación en Generación, sin acabar.


“—Comencemos por el principio, dijo el bandido. —Sí, sí, añadió Rodolfo. ¿Quiénes fueron tus padres? —No los conozco, respondió Flor de María. —De veras? —No los he visto ni conocido; nací tras de una mata, como se suele decir a los niños. —Pues es gracioso, observó el bandido; entonces somos de la misma familia, porque yo soy hijo del empedrado de París.” *


Algunos estudiosos distinguen entre novelas del folletín y novelas por entregas. En las primeras agrupan las de menor calidad y mayor explotación sensiblera. Motivadas por intereses comerciales, los autores se comprometían a escribirlas a medida que el público las fuera leyendo y expresara opiniones sobre la trama. Y se disponían a alargarlas, abreviarlas o torcer los hechos, de acuerdo con el sentir popular —como sucede con telenovelas—. Y en las segundas engloban las que estaban terminadas antes de editar el primer cuadernillo de la colección.


El fenómeno de las novelas por entregas atravesó mares. En América tuvo apogeo. En unos países más que en otros. En el caso colombiano, hubo algunas obras que aparecieron primero en publicaciones seriadas.


María Dolores o la historia de mi casamiento, de José Joaquín Ortiz, difundida en el periódico El Cóndor, según unos historiadores en 1836 y según otros en 1841; El Mudo, de Eladio Vergara y Vergara, en El Día, en 1848. Anales de un paseo. Novela y cuadros de costumbres, de Soledad Acosta de Samper, en La Mujer, entre 1879 y 1880. Y, saltando títulos, mencionemos una de las narraciones más conocidas del siglo XIX: Manuela, de Eugenio Díaz Castro, publicada en El Mosaico, en 1858… aunque la suspendieron tras el octavo capítulo. Los editores, José María Vergara, José Manuel Marroquín y Ricardo Carrasquilla, consideraron que le faltaba pulcritud.


Ligia Cruz fue primero
 novela por entregas.

Hasta Tomás Carrasquilla sucumbió a la tentación de incursionar en este formato. En 1919, los lectores de El Espectador tuvieron la fortuna de recibir Ligia Cruz. Se enteraron de la historia de Petrona Cruz, la campesina que se dejó convencer por su tío de viajar a Medellín a buscar curación para el paludismo, pero en realidad aceptó por llegar a ver a su amado, Mario Jácome.


“A la gran señora se le iba dañando el hígado con la última barbaridad de su marido. ¡Imposible que en el tal viaje a la mina no saliese con alguna remedianada de las suyas! ¡Si era que a los viejos chochos no les obligaba moverse de su casa! ¿Qué iba a hacer ella con el emplasto de su ahijada? ¿Dónde la pondría? Entre las criadas, ¿cómo? Entre las niñas, ¡ni a palos! Porque una montuna, hija de unos zambos mineros y que nunca había salido de Segovia, tenía que ser una calamidad abominable. ¡Hasta por el nombre se le veía!” **


Eso de publicar por entregas tiene gran encanto. Encanto que no disminuye con el paso de los siglos. A los escritores tal vez los seduce la posibilidad de enterarse —“en tiempo real”, como nos excita decir actualmente— de la manera en que la gente recibe sus obras. Los comentarios suscitados por sus tramas y el afecto o desprecio conquistado por los personajes… Y a los lectores seguramente los atrae esa forma de recibir la historia de manera dosificada, que juega con sus emociones y los hace permanecer en un suspenso que inquieta su imaginación y sus entrañas durante esos intermedios eternos.


Si hoy, cuando los seguidores de las series de televisión o formatos digitales no tienen que aguardar días para saber qué sucederá con su heroína o si el villano se saldrá con la suya, el goce es casi febril, ¿qué decir hace más de cien años, cuando no había opción diferente a la de esperar una nueva edición del periódico para seguir la trama? ¿Ah?

________

Notas:

*Primeras líneas del capítulo III de Los misterios de París, de Eugenio Sue. Tomadas de la edición de Casa Editorial Maucci, Barcelona, 1905. Página 20.

 

**Primeras líneas de la novela, tomadas de Obras completas de Tomás Carrasquilla, tomo primero, publicada por Editorial Bedout, Medellín, en 1958. Página 381.


sábado, 16 de septiembre de 2023

Amistad

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 11 al 16 de septiembre de 2023)



La relación de don Quijote y Sancho es ejemplo de amistad. Como amigos, no tienen que pensar igual ni estar de acuerdo en todo, sino aceptarse, sin importar que la contraparte cargue un fardo de defectos al hombro y un par de cualidades en la alforja. Viven aventuras peligrosas. Conversan y conversan. Al hacerlo, se expresan con libertad. No siempre ríen; a veces se enfadan. Don Quijote llega a golpear a Sancho una vez con su lanza y este a regañarlo por sus actitudes.


Otros ejemplos de amistad se establecen entre seres de distintas especies. En Platero y yo, Juan Ramón Jiménez muestra el afecto entre un hombre y un asno. Emociona notar la alegría de ambos cuando están juntos; entristece el dolor del bípedo por la muerte del cuadrúpedo. En El amigo, novela nada vieja de la neoyorkina Sigrid Nunez, tras la muerte de un amigo, una escritora se ve “obligada” a cuidar el perro que se quedó solo. Un gran danés artrítico. En el proceso de superar (o soportar) el trauma por la pérdida del sujeto, mujer y perro se hacen tan amigos que no entienden la vida de la una sin el otro.


Entre nosotros, fuerte es la relación afectiva entre Simón (el mago) y Frutos, en la obra de Tomás Carrasquilla. Él, niño blanco, de familia adinerada; ella, mujer vieja, negra y sola, integrante del servicio doméstico.


“¿Qué vería Frutos en un mocoso de ocho años para fanatizarse así? Lo ignoro. Sólo sé que yo veía en Frutos un ser extraordinario, a manera de ángel guardián; una cosa allá que no podía definir ni explicarme, superior, con todo, a cuanto podía existir”.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Septiembre

(Columna publicada en Generación de El Colombiano, 14 de septiembre de 2023)

 


Absurdo. Septiembre es el noveno mes del año, pero su nombre alude al séptimo. Así, no resulta extraño que Porfirio Barba Jacob, un ser absurdo y contradictorio, dejara un poema para este mes: Elegía de septiembre. Una de sus creaciones más celebradas.


¡Oh sol! ¡Oh mar! ¡Oh monte! ¡Oh humildes

animalitos de los campos!

Pongo a todas las cosas

por testigos de esta realidad tremenda: he vivido.


Con estos versos, epígrafe adjudicado a Main —más que seudónimo, una suerte de heterónimo, personaje de su poesía—, comienza el poema escrito en 1915 durante una de sus estadías en Cuba y publicado ese mismo año en El Fígaro de La Habana.


Absurdo. Barba Jacob establece en el título la palabra elegía, a pesar de que este es un subgénero lírico que define un poema de lamentación, en el cual quien escribe se queja por la muerte de un ser amado o la pérdida de cualquier cosa: la vida, la ilusión, el tiempo, el amor, la amistad o algún otro sentimiento… y en esta composición, él no se lamenta por un deceso ni por la falta de algo; por el contrario, confiesa que, a pesar “de la fúnebre muerte, y la sombra, y la nada”, hasta ese presente de su existencia, ha tenido la osadía de haber expuesto su humanidad a la aventura, la alegría y la tristeza. Y uno cree coincidir en la idea de que todo esto resulta más deseable que hacerse a un lado y ver la vida pasar sin permitir que esta lo roce, quizá por miedo a sufrir. Da a entender que ha sido estudiante aplicado y no ha tenido inasistencias en la llamada escuela de la vida, en la que se matriculó desde los doce años, cuando salió de la casa paterna a recorrer, primero, parte del país y, después, de las tres Américas, con la sed insaciable de quien busca y no encuentra.


No solo pasó; dejó huellas hondas en cada lugar donde aquietó sus plantas momentáneamente. Guatemala, Honduras, Costa Rica, El Salvador, Cuba, Perú y México, pues se integraba de inmediato a la vida intelectual, aunque no haya salido de manera muy amistosa de todos ellos.


Porfirio Barba Jacob vivió con delirio y al límite. Por eso pregonó en otros versos la vida hedonista, el ser un marihuano como un asunto de espíritu y no de hierba —que también rumió—. Era la vida parva la compensación por el ejercicio de vivir. Insatisfecho, buscó ideas liberadoras en la poesía de otros —Darío, Martí o Nervo— y se lanzó tras la inalcanzable perfección en la propia, al reescribir poemas que ya había difundido.


Verdad y ficción eran lo mismo para este escritor que incomodó a los espíritus conservadores de su tiempo. Creía que la muerte era la destrucción absoluta de los seres y de las cosas.


Sendero que vas del alcor campesino

a perderte en la azul lontananza:

los dioses me han hecho un regalo divino:

la ardiente esperanza.


Odiado y querido, el mejor poeta colombiano (“con perdón de los otros mejores”, como dijo cierta vez un andino), consiente de la finitud y la intrascendencia humanas, vivió deliberadamente para el olvido, como si una extraña revelación le hubiera indicado que perdurar en la memoria de los otros no vale la pena. Tal vez con Ricardo Arenales, Juan Sin Miedo, Juan Sin Tierra, Juan Azteca, Junius, Almafuerte, Main Ximenez y una multitud de nombres que adoptó como poeta y periodista intentó tapar el de Miguel Ángel Osorio Benítez, impuesto por sus padres al nacer hace 140 años o, más aun, borrar cualquier seña de identidad.


He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos,

y voy al olvido...


Absurdos quienes desean encasillar a Porfirio Barba Jacob. Absurdos quienes, como Octavio Paz, creen que por calificarlo de modernista rezagado lo minimizan. Él era consciente de su expresión anacrónica: en 1922 dictó en Guatemala una conferencia en contra de las vanguardias poéticas. Entendía que los creadores no deben desvelarse por pertenecer a uno u otro movimiento artístico, sino por ser fieles a su movimiento interior.


Espiga que mecen los vientos, espiga

que conjuntas el trigo dorado:

al influjo de soplos violentos,

en las noches de amor, he temblado.


En suma, septiembre tiene su elegía, una elegía singular que no lamenta pérdidas… ¿O tal vez sea que en el fondo, este poeta absurdo y contradictorio se queje en esos versos de la “realidad tremenda” de haber vivido, del “regalo divino” de la “ardiente esperanza” y de ir al olvido? Vaya uno a saber. Pero, si pensamos bien, qué importa saberlo con certeza, si lo valioso en el arte —y, dentro de este, la poesía y la literatura— no es tanto la certidumbre sino la ambigüedad.


viernes, 8 de septiembre de 2023

Participación en la Fiesta del Libro de Medellín

 


Te invito a que me acompañes en la presentación del libro.

Dictadura

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 4 al 9 de septiembre de 2023)



En un Festival Gabo, Miguel Littín me dijo en entrevista que le contó a García Márquez su hazaña de 1985: desafiar la dictadura. En mes y medio grabó a escondidas más de siete mil metros de película sobre las condiciones de vida de sus coterráneos. No imaginó que el cataquero escribiría un libro con esa información.


"Yo, Miguel Littín, hijo de Hernán y Cristina, director de cine y uno de los cinco mil chilenos con prohibición absoluta de regresar (...)". Se sorprendió al hallarse como personaje. No le reclamó, pues hablaba con cariño de sus padres y era una buena obra.

La aventura de Miguel Littín Clandestino en Chile de García Márquez es uno de muchos libros alusivos a la época aciaga del país austral, que inició con el Golpe de Estado de Augusto Pinochet al gobierno de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, y se alargó hasta el 11 de marzo de 1990.


Escritores y periodistas denunciaron la tiranía. Creaciones sobre la infamia son las novelas De amor y de sombra de Isabel Allende y Estrella distante de Roberto Bolaño. En esta, el narrador conoce a un poeta antes del Golpe. En la dictadura, el sujeto, de apellido Wieder, se enrola en la Fuerza Aérea y escribe versículos bíblicos en el aire, con el humo del avión. Se lee:


“A partir de esa noche, las noticias sobre Carlos Wieder son confusas, contradictorias, su figura aparece y desaparece en la antología móvil de la literatura chilena envuelta en brumas, se especula con su expulsión de la Fuerza Aérea en un juicio nocturno y secreto al que asistiría con su uniforme de gala (…)”.