(Columna RÍO DE LETRAS. Diario ADN. Semana del 2 al 7 de agosto de 2021)
En Ituango, asediado por
violentos, sucede lo que Eduardo Galeano sostiene en Las venas abiertas de América Latina: “(…) nuestra riqueza ha
generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros”.
La tragedia de casi 5.000
desplazados en su cabecera en los últimos 15 días, empujados desde las veredas
por disidencias de las Farc y Clan del Golfo, es resultado de la disputa por sus
riquezas. Una de estas es su posición geográfica: cerca o con acceso a los dos mares,
al Bajo Cauca, los Santanderes, al centro y el sur del país…
En Colombia, el desarraigo
de comunidades se convirtió en una de las formas de la guerra desde hace un
siglo. Crónicas sobre el tema abundan en periódicos, revistas y libros, muchas
de ellas conmovedoras y algunas bien escritas. Recuerdo “La anciana que aprendió
a escribir para contar el drama de su desplazamiento”, de Yesid Toro Meléndez,
publicada en Q’hubo de Cali (2013); el libro Volver, para qué (2014), de Daniel Rivera, historias del Oriente
antioqueño cosidas con el hilo conductor de la experiencia del autor, también
desplazado, y Desterrados (2001), de
Alfredo Molano. En fin, los ríos de letras son profundos y caudalosos.
No se puede comparar una tragedia
con otra, porque es imposible medir el dolor y la desgracia. En la que vive Ituango,
a la intimidación de los asesinos se suman los estragos del invierno, que bloquea
caminos y cierra el cielo, dificultando la llegada de ayuda humanitaria por
tierra y aire. ¿Y cómo olvidar la amenaza de ese enemigo invisible, el covid-19,
que también mata?
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