(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN, semana del 29 de mayo al 3 de junio de 2023)
Conozco
pájaros que, si las tendencias sexuales, así como las ideas religiosas, políticas
y sociales que agitan las cabezas de los autores van por distinto camino que las
suyas, evitan leer su obra.
Si
es de izquierda, se pierde de leer a Borges, pues saludó a Pinochet y le
recibió una condecoración en 1976; a Günter Grass, el de El tambor de hojalata, porque integró la Waffen-SS, aunque haya
dicho que fue sin querer; a Ezra Pound, porque tuvo programa radial en la
Italia fascista; a Knut Hamsun, porque expresó simpatía por Alemania en las
guerras mundiales; a Cabrera Infante, porque un día dejó de seguir a Fidel
Castro.
Si
es homofóbico desperdicia la poesía de García Lorca y Gabriela Mistral, y la
narrativa de Wilde, Michima y Yourcenar. Si es religioso, los libros escritos
por ateos. Ni modo de leer, por ejemplo, Los
días azules de Vallejo. Y si, por el contrario, es ateo, ni pensar en la
obra de Léon Bloy y, menos, El club de
los incomprendidos, de un Chesterton ya convertido al catolicismo.
Si es de derecha, no leerá a Neruda porque hizo parte del Partido Comunista; a García Márquez porque fue amigo de Fidel Castro; a Manuel Scorza porque militó en el partido indigenista peruano. ¡Ah, Scorza! Para atormentar a sus detractores, mostrémosles versos de Sombra:
Como el centinela
que en la agreste torre
lucha por no rendir los ojos al invencible sueño,
yo resisto al olvido.
Necios.
Por esperar a quien piense, sienta y escriba como ellos, pierden la mitad de la
lectura posible. Su biblioteca está colmada de anaqueles vacíos.