(Columna publicada en el periódico GENTE, del grupo El Colombiano, el 23 de diciembre de 2022)
En
estos últimos días del año, cuando para muchos es pertinente hablar de buenos
propósitos, bien estaría que intentáramos no ser viejos antes de tiempo. La
vejez no es un asunto de edad. Hay mujeres y hombres que desde jóvenes parecen
viejos por sus ideas y actitudes.
Deberíamos
intentar pensar que no todo tiempo pasado fue mejor solo por haberse ido ya muy
lejos. No dejarnos invadir por la nostalgia por lo perdido, sino de expectativa
por lo presente y venidero.
No
vivir tan convencidos de que las costumbres y las tradiciones son plausibles
solo porque son costumbres y tradiciones, es decir, porque se han repetido
desde antiguo. Qué tal si, mejor, les ponemos un signo de interrogación y, solo
tras un rato de reflexión, determinar si vale la pena seguirlas. Tratar de no creer
que los jóvenes de hoy no están por nada, como si los viejos de hoy, cuando eran
muchachos, sí hubieran estado por algo: ¿acaso los mayores no les repetían lo
mismo, como un estribillo de canción trillada?
Estar
dispuestos a recibir ideas nuevas. Porque negarse a escuchar, a pensar en ellas
sinceramente —al menos un poco— es perderse la oportunidad “contaminarse” con
los pensamientos ajenos que tal vez revitalizan los propios. Un propósito sería
el de bajar el escudo que defiende tercamente nuestro modo de entender el mundo
y la lanza con la que intentamos imponerlo.
Quitar
esa especie de letrero de mentes y rostros, ese que parece decir: “Ya cerramos.
No insista. Si quiere algo se lo despachamos por la ventanita o por el huequito
del candado”.