(Columna RÍO DE LETRAS, publicada en diario ADN. Semana del 30 de agosto al 4 de septiembre de 2021)
Por lo general, los humanos tememos
a lo desconocido; en especial, a los pueblos extraños. Y como casi todo es
extraño, vemos amenazas por todas partes. En lugar de conocimiento, arrumamos prejuicios
y lugares comunes.
Al pensar en Afganistán, vienen a
la mente fragmentadas informaciones e imágenes de guerra en que, dolorosamente,
ha estado sumido. Solo eso. Como si allá no comieran sus recetas ancestrales,
no crearan música y canciones, no tuvieran poesía y narrativa… Por más
totalitario y represivo que sea un gobierno, la cultura —y, en ella, las artes—
libera y pervive.
Multitud de pueblos han habitado y transitado ese territorio asiático por milenios. De ahí, su complejidad y riqueza cultural.
Para mencionar solo unas letras, hay novelas aclamadas, como
las de Khaled Hosseini: Cometas en el
cielo (llevada al cine y la novela gráfica), Mil soles espléndidos, Y las montañas hablaron. Reflejan el modo de
vida de sus coterráneos.
La poesía afgana es un género cultivado desde antiguo. Para no ir lejos, al Festival Internacional de Poesía de Medellín han acudido sus poetas. Por ejemplo, Mahbobah Ebrahimi, nacida en Kandahar en 1976 y residente en Irán, participó en 2019. Es autora de El viento es mi hermano. Uno de sus poemas, Mariposa, publicado en la revista Prometeo, organizadora del certamen, dice:
No te escucho
en el viento
que repica en mi ventana
ni se de ti por el cartero
que toca a mi puerta,
no sé nada de ti.
¡Te he olvidado
como un niño
que olvida sus sueños!
Agito mis alas
y vuelo
¡pero no te encuentro!
(…).
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