sábado, 11 de septiembre de 2021

Conversaciones con un extraterrestre

(Reportaje publicado en El Colombiano el 3 de octubre de 2010 e incluido en el libro Vida y milagros, Ed. UPB 2014. Lo reproduzco en homenaje al poeta, quien falleció el 10 de septiembre de 2021) 


          —Uno puede domesticar fácilmente una cacatúa y llevarla al hombro dondequiera —dijo el poeta Jaime Jaramillo Escobar—. Por mi parte, una vez tuve una ardilla que llevaba al hombro a todas partes.


—¿A todas partes es a todas partes? —Le pregunté.


—A todas partes es a todas partes. —Me contestó.

 

Página de facebook de X-504

Después del almuerzo en el comedor del Teatro Matacandelas, donde estuvo ensayando la lectura teatralizada de su libro Tres poemas ilustrados (Tragaluz Editores, 2007), habló de pájaros y otros animales. Contó que una vez tuvo una habitación para más de cien pájaros diversos. Tenía para ellos ramas de árboles para que se posaran y les dejaba la ventana abierta en las mañanas para que salieran. Regresaban por la tarde.

 

—Ellos sabían, cuando los regañaba, que los estaba regañando.


Habló de un mayo. "¿Saben que el mayo no canta más que en el mes de mayo y el resto del tiempo permanece mudo?". Lo recogió pichón y le tomaron una fotografía que se volvió famosa. No sabía qué podía comer. Le dio papaya y comió, pero sabía que sólo con papaya él ave no iba a estar bien. Creyó que le podían gustar gusanitos, de modo que cortó tiritas de carne y se las recibió. Trató de que se fuera, pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles. Una vez lo dejó afuera del balcón, sin comida, “para que se fuera y recobrara su ser”. Se fue, pero le dio la vuelta al apartamento y fue a la ventana del cuarto donde estaba Verano Brisas, el autor de León hambriento el mar, y picoteó el vidrio para que le abriera.

 

—¿Cómo pudo ese pájaro saber que dando la vuelta a la casa podía llegar a esa habitación?


—Para que eso se entienda —intervino Verano Brisas— hay que contar que yo estuve viviendo ocho meses en el apartamento de Jaime, cuando regresé de Segovia, donde ejercí la odontología. De allá, mejor dicho, me echaron.


—¿Tenía nombre? —Inquirí.


—Le decíamos Mayito, porque lo encontré pequeñito.


De haber estado allí, en el comedor del Matacandelas, el poeta Darío Jaramillo Agudelo, autor de Gatos, habría dicho:


—No es que Jaime sepa de pájaros: los pájaros saben de Jaime. He sido testigo de cómo las aves buscan sus hombros o sus manos para posarse, porque no le temen a su vibración.

 

 

El hombre invisible

Pero no se crea que el poeta de Pueblorrico habla mucho. No. Él es un hombre silencioso la mayor parte del tiempo. O como diría el mismo Darío: “él es invisible”. Esas intervenciones suyas son intervalos en su silencio, seguramente cuando los demás llegamos a un tema que le excita particularmente. De resto, ese tipo casi calvo que tomó la sopa tras haber mencionado que es nutritiva, es parco. Permaneció sentado juiciosamente a la mesa con un bolso negro en su regazo.

 

Comió poco. Cristóbal Peláez, el director del Teatro, se mofó de él porque parece un aprendiz de faquir. Este miércoles accedió al menos a tomar sopa, aunque “tengo lectura de poemas a las cinco de la tarde en el Instituto Tecnológico Metropolitano”.


—¿Es este un capricho o hábito de místico?


—No. Es que tengo por costumbre, cuando voy a hacer una lectura de poemas, no comer durante varias horas antes porque así manejo mejor la respiración.


—¡Mentira! ¡Él no come nunca! —se hubiera apresurado a decir Darío Jaramillo Agudelo, de haber estado allí—. Cuando va a mi casa, mi mamá dice: ‘si Jaime toma la sopa, no se come el seco’. Él es ascético.


—Jaime es uno de los seres humanos que menos materia necesita para existir —me había dicho Cristóbal después del ensayo teatral.

 

 

Muchos coinciden en que Jaime Jaramillo Escobar es el mejor poeta colombiano vivo. Que por culpa de su timidez no es más reconocido. Está protegido del sol de las vanidades, lo cual a muchos extraña por su oficio de publicista.

 

El fundador del Nadaísmo, Gonzalo Arango, en su reportaje El poeta X-504: un artista con placa de carro, publicado en Cromos hace ya 44 años y cinco meses, dos días antes de su trigésimo cuarto cumpleaños —Jaime nació el 25 de mayo de 1932— dijo: “de X-504 se dice que es el mejor poeta de nuestra generación nadaísta (con perdón de los otros mejores)”.

 

Darío Jaramillo Agudelo también tiene ese pensamiento. Verano Brisas dice que “pocos sabemos que estamos en presencia de un Quevedo o de alguien de esa magnitud; solo en unos años se logrará entender su dimensión poética”.

 

Jaime, según contó en un reportaje, llama timidez al respeto por los demás. Pero esa característica también se acompaña de un desdén por la fama que no tiene par. Cuenta Darío que sabe de al menos dos invitaciones a festivales españoles de poesía, uno en Logroño, otro en Córdoba, donde tiene muchos seguidores, que ha rechazado.

 

—Me encargaron: “como eres tan amigo suyo, convéncelo de venir” —recordó el autor de Cantar por cantar—. Le transmití la inquietud. Me dijo: ‘voy a pensarlo y luego hablamos’. Antes de cinco minutos abrí mis correos electrónicos y encontré un mensaje suyo que decía: “Solo sé que no quiero ir a España y que no sé cómo decírtelo”.

 

Apenas ha salido del país a Venezuela, invitado por el poeta Santos López (el autor de El cielo entre cenizas) a un festival de poesía y esto porque el venezolano es un brujo indígena y lo amenazó con hacerle un hechizo en caso de que no fuera.

 

Este hombre trasnochador y cibernauta, quien se tomó la vocería de la Muerte y dijo un día para siempre “A vosotros, los que en estos momentos estáis agonizando en todo el mundo: os aviso que mañana no habrá desayuno para vosotros”, es un tipo natural del que todo el mundo sabe que escribe y vive desnudo en su apartamento y ni siquiera corre a vestirse cuando un visitante inoportuno llega, si se trata de uno de sus escasos amigos, pues no tiene nada que esconder.

 

Dio otra muestra de rigor tras el ensayo de la Velada nadaísta, como oportunamente alguno de los integrantes del grupo teatral denominó la presentación de Tres poemas ilustrados. Vestido con camisa cerrada hasta el cuello y pantalón con quiebre inmaculado, con una quietud de estatua, el poeta leyó con su voz dramática y profunda el poema El circo:

 

Los camellos de Arabia Saudita, como reyes destronados, con sus jorobas llenas de oro, saltan con dignidad y con indiferencia un bambú atravesado a baja altura sobre la pista principal. En la pista lateral los elefantes hacen maromas en un solo pie, barritan para agradecer los aplausos, un niño llora. No debieran traer niños al circo (…)

 

Mientras tanto, detrás de él se dibujaba, con actores y actrices de verdad, una escena circense. Al terminar, como cualquiera de los actores, recibió callado y disciplinado las observaciones de marcación espacial del director:

 

—Cuando llegue a los versos sobre el poeta, párese en este punto, más cerca al bordo del escenario.


Y él mismo, autocrítico, observó:


—Debo mejorar la subida de las escaleras. Esta vez comencé a subir con el pie que no era.

 

 

De dónde vienen sus letras

Jaime Jaramillo Escobar “vive en una biblioteca con cocina”, como dice Verano de su casa en Laureles. Allí, dos días después del almuerzo en el Matacandelas, sentado ante su mesa de escribir a mano —también tiene otra con su computador—, me habló sin prisa sobre su vida y sus pensamientos, ante una ventana que dejaba ver la lluvia lenta de la tarde. Contó, por ejemplo, que cuando tenía tres años de edad, su familia se trasladó para Altamira, corregimiento de Urrao, acosada por la violencia político-religiosa. “Nosotros fuimos desplazados”. Su papá, Enrique, era maestro de escuela y en ésta “había una biblioteca muy buena y como era hijo del profesor, yo tenía las llaves”. Su mamá, Amalia, era una artista. Pintaba al óleo y bordaba. Y en las tardes se reunía a leer novelas con sus vecinas. Amalia, de José Mármol; Genoveva de Brabante, de Christoph von Schmid…

 

          —Mi papá tenía una tienda y allí, en la noche, llegaban contadores de cuentos acompañados de tiple. Muchos de esos cuentos eran basados en Las mil y una noches. No había luz eléctrica. A mí, ese acto me parecía muy bonito. Y en el recuerdo me sigue pareciendo bonito.

 

Fue actor de teatro. Participó en montajes de vidas de santos. Después de que el profesor Gabriel Caro Urrego le enseñó a leer y escribir, leyó la Biblia, la cual le pidió prestada al cura. La leyó como un libro histórico y literario, porque desde ese tiempo fue intuyendo que “Dios no creó al hombre a su imagen y semejanza, sino que el hombre creó a Dios a su imagen y semejanza”.

 

Crecía también ese don de relacionarse con los animales. Tuvo caballos amigos y supo que estos seres, cuando se sienten viejos y saben que se acerca su final, vuelven a prados donde se criaron, aunque estén lejos de allí.

 

En ese “tiempo inicial” era común escuchar que los antioqueños se iban al Valle, entonces “¿por qué no me iba a ir yo?” A Cali la relaciona con ríos y piscinas; a Barranquilla, con Meyra del Mar y el mar. “Medellín es una ciudad para trabajar”.

 

El autor de Poemas de la ofensa dijo que no le tiene miedo a nada.

—¿Ni a la muerte? —le pregunté.

—Ni a la muerte —me contestó—. Temerle a esta es tonto, si sabemos que todos vamos a morir. Tal vez habría que temerle es a las circunstancias en que se muera.

 

Mientras hablaba, lo escuchaba y pensaba: es cierto lo que me dijo Darío Jaramillo para resumir las cosas: “al hablar de Jaime no estamos hablando de un ser humano. Estamos hablando de un ángel. Estamos en presencia de un extra terrestre”.

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