(Columna publicada en el semanario Gente, del grupo El Colombiano, el 20 de agosto de 2021)
En la Feria de las Flores, vale la pena
sacar tiempo para leer libros sobre flores, sin riesgo de que el perfume sea remplazado
por un olor a podrido.
José María Vargas Vila, autor tan prolífico
como atacado —seguramente por su posición política contra gobiernos serviles
con Estados Unidos—, tiene las novelas Flor de fango y Aura o las violetas. Aquella, sobre
una institutriz encargada de educar a dos niñas. La segunda, la historia triste
de un amor entre dos jóvenes, truncado porque la mujer se ve obligada a casarse
con el acreedor de las deudas familiares. Una forma de esclavitud.
Del resto del mundo recordamos El nombre de la rosa, de Umberto Eco,
recreada en la Edad Media; El tulipán negro, de Alejandro Dumas
(padre), que combina asuntos políticos con horticultura, y Los crisantemos, de John Steinbeck, sobre
una ama de casa cultivadora de flores, que cuestiona su condición de mujer tras
la aparición de un buhonero.
Poemas hay más que flores en Pantanillo. Mencionemos solo dos de autores colombianos: Mis flores negras, de Julio Flórez, fue llevado a canción.
La ausencia de la rosa, de Meira del Mar, dice:
Detenida
en el río translúcido
del viento,
por otro nombre, amor,
la llamaría
el corazón.
Nada queda en el sitio
de su perfume. Nadie
puede creer, creería,
que aquí estuvo la rosa
en otro tiempo.
Solo yo sé que si la mano
deslizo por el aire, todavía
me hieren sus espinas.
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