viernes, 27 de octubre de 2023

Carta apócrifa

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 23 al 28 de octubre de 2023)



En el decenio de 1970 apareció el poema Instantes en una revista gringa de psicología. Lo atribuían a Borges y tenía tono de autoayuda. “Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la próxima trataría de cometer más errores (…). Correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres (…)”. Resultó ser de una tal Nadine Stair.


Al final de siglo XX surgió un texto que adjudicaban a García Márquez. “Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo (…) ¡y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate! (…)”. El autor era Johnny Welch, un ventrílocuo mexicano. Se sabe de textos apócrifos adjudicados a Marcel Proust y muchos más.


A raíz de las recientes acciones en el conflicto entre Israel y el grupo Hamás en la Franja de Gaza, apareció una carta atribuida a Joan Manuel Serrat dirigida a los palestinos. Una diatriba contra su fanatismo. En declaraciones a la agencia Efe, el cantautor negó ser autor de la misiva. “Para nada corresponde al sentimiento de angustia y dolor que me invade por unos hechos tan trágicos y peligrosos como los que estamos viviendo en el Medio Oriente”.


Cuando se esclarece un asunto así se siente alivio. Tanto porque el texto sea una cursilería o no corresponda al estilo o el pensamiento del supuesto autor. Sin embargo, así no adoleciera de estos problemas, la suplantación es una práctica detestable. Cuánto se agradece haber salido del engaño y poder respirar de nuevo.

jueves, 26 de octubre de 2023

Louise Glück, habitante del vacío

(Columna publicada en Generación de El Colombiano el 24 de octubre de 2023)



La norteamericana, ganadora del Nobel en 2020 y fallecida hace unos días, borró los límites entre la vida y la muerte.



Cuando decimos: la muerte es uno de los temas recurrentes en la obra de Louise Glück, tal vez no estemos diciendo mucho todavía. Si pensamos bien, la muerte aparece como uno de los asuntos centrales y reiterativos en la creación de la mayoría de poetas y narradores de todos los tiempos y lugares. La conciencia de finitud, saberse mortales, sobrelleva a unos a la angustia, la rabia, la náusea o el desdén. A otros, al entendimiento de que los actos humanos —y los afanes y las angustias— son inútiles o, por lo menos, intrascendentes. En todos los casos, la muerte se aborda como algo ajeno y distante de los seres mientras viven. Un destino inevitable, una fuerza que permanece al acecho, una amenaza, un castigo o un premio. De ella todo se desconoce; uno apenas alcanza a imaginar.


Esa Louise Glück es una creadora extraña. Habla de la muerte como lo hace alguien vivo, por supuesto, pero a la vez como si ya la habitara y nos dirigiera la palabra desde esa morada eterna. No la concibe como un acto futuro, sino también presente. Como si la vida y la muerte, el ser y el no ser, se fundieran.


Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.

Terrible sobrevivir
como conciencia,

sepultada en tierra oscura.

Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos. (*)

 

Nacida en Nueva York el 22 de abril de 1943 y muerta el 13 de octubre pasado, Glück recibió el premio Nobel de Literatura en 2020. La suya la definen como una poesía confesional. Este es un género surgido en Estados Unidos a mediados del siglo pasado. Se caracteriza por la manifestación de aspectos íntimos del poeta, sin esconder siquiera los concernientes a trastornos mentales o sexualidad. Corriente en la que se conocen los nombres de grandes figuras de la poesía estadounidense. Una de ellas, Sylvia Plath, a quien nos han acercado La Oficina Central de los Sueños y el Teatro Matacandelas con un par de montajes sobre su personalidad y sus ideas.


En Glück subyace la seguridad de la existencia de un alma imperecedera. Un alma que durante un intervalo fugaz llamado vida se alía con el cuerpo para moverse en el espacio y el tiempo. Movimiento, pensamiento, habla. Con el cuerpo, el alma tiene una manera específica de percibir la realidad en la que predominan el sentir y el actuar. En el poema “Lago en el cráter”, incluido en el poemario Ararat, se refiere a una guerra entre el bien y el mal. El alma lucha a favor del cuerpo, al que considera bueno, para vencer a la muerte, a la que cree mala. Pero este combate, como todo, es excepcional y efímero.


Si nos atenemos a su poesía, aceptó su destino de ser mortal sin aspavientos. Y distinto a quienes pensamos que habrá (bastante) tiempo para pensar en la muerte cuando se muera, vivió para pensar incansablemente en la muerte. Para soñarla. Para imaginar sus paisajes sombríos sin horizonte, colmados de nubes en el firmamento, jardines, ríos mansos que a veces están y otras no, un sol del que apenas se intuye su presencia, no por percibir la tibieza del aire en la piel ni la luminosidad que dibuja las cosas, sino por la sombra que reflejan los cuerpos cuando se aleja. Y existió para habitar en la quietud y el silencio. Entendía que debajo de las piedras y los seres está el vacío. Es decir, que en el fondo de la vida subyace la muerte.

 

Aquellos días dorados cuando tu muerte estaba cerca

pero aún podías entablar conversaciones casuales con

desconocidos,

casuales pero también premeditadas, de modo que las

impresiones del mundo

aún seguían tomando forma y cambiándote,

y la ciudad estaba en todo su esplendor, casi vacía en

verano,

aunque entonces todo sucediera más despacio:

comercios, restaurantes, una pequeña vinoteca con un

toldo a rayas,

donde una vez un gato estaba dormido en el umbral;

hacía fresco allí, en las sombras, y pensé

que me gustaría dormir así otra vez, no tener en la

cabeza

ni un solo pensamiento.  (…) (**)

 

No se crea que hay angustia. Tampoco tristeza. No, porque estas implicarían la preferencia de la vida sobre la muerte y equivaldría a una nostalgia anticipada por la pérdida de una existencia que se sabe difusa. Lo contrario: hay una serenidad en habitar ese espacio ahora y después. En el libro Recetas invernales de la comunidad, uno de los últimos poemarios de la autora, reflexiona sobre la vejez, ese tiempo en el que falta dar solo unos pasos en el viaje. Con mayor claridad para hablar de lo difícil que en los poemas de sus primeras etapas, sin alusiones mitológicas, sin vueltas, da cuenta de que el paso por la existencia la ha llevado al punto de aceptación absoluta de su condición de ser en el olvido.


Hay otros temas recurrentes en la obra de Louise Glück, por supuesto. La infancia, la soledad, la vida familiar, pero son satélites que orbitan alrededor de la muerte. Los recuerdos de las edades tempranas y veraniegas son más bien sueños, y si algo retorna, como algunos creen, lo que vuelve no es igual a lo que se fue.

______

Notas:

*Versos del poemario El iris salvaje (1992).

**Versos del poemario Recetas invernales de la comunidad (2021). 

viernes, 20 de octubre de 2023

Octubre y las identidades

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 16 al 21 de octubre de 2023)



Hace unos años, algunos escritores sentían pudor de que sus obras fueran “muy” bogotanas, “muy” caleñas, “muy” medellinenses o de cualquier lugar. Creían que eso “tan local” no interesaría a los lectores, en especial a los extranjeros. Ocultaban su origen, pero leían sin problemas las historias “muy” neoyorkinas de Truman Capote incluidas en Color local.


Padecían lo que Fernando González denomina “complejo de hijo de puta”. “Hijo de puta es aquel que se avergüenza de lo suyo (…). Todo lo imitamos”, dice en Los negroides. Y confundían lo local con lo parroquial. El parroquialismo es otra cosa: un apego desmedido a las costumbres y tradiciones propias, y a supervalorarlas. Los creadores han recuperado la confianza en lo local. Sospechan que si a nosotros nos interesa y deleita saber cómo viven los habitantes de otras partes, a estos les sucede igual.


Como todo, el concepto de identidad cambia. Con las migraciones, el nativo y el forastero comparten espacio y se mezclan. Las comunicaciones encogen el mundo y destacan formas de identidad marcadas, ya no por folclor o costumbres, sino por tendencias, orientaciones sexuales, formas de sufrimiento o gozo, sensibilidad hacia la Naturaleza, sin importar dónde están los sujetos equiparados. La literatura acoge estas manifestaciones. La canadiense Margaret Atwood, por ejemplo, se interesa en el cambio climático, la manipulación genética de alimentos, la pobreza, la religión. En La mujer comestible (1969) alude a la marginación social de la mujer.


Las identidades, otro de los temas de octubre.


jueves, 19 de octubre de 2023

La Bestia

(Columna publicada en Generación de El Colombiano el 18 de octubre de 2023)

 

https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/la-bestia-DP22691156



Luis Alfredo Garavito, el más grande asesino en serie de la historia del país, ha muerto: es hora de revivirlo.


Si alguien se atreviera a escribir una o varias novelas sobre un personaje que viole, torture y mate a más de 170 personas, la mayoría niños; que a algunas de ellas las mutile, a otras las ofrezca en rituales satánicos y a otras tantas las use como objeto de placer necrofílico, los críticos y el público en general saldrían al paso a gritarle: “¡No inventes!”. Le dirían que ha creado un personaje absolutamente inverosímil y le recomendarían, por su bien, rebajarle a tanta imaginación.


Si para colmo, en algún punto, digamos en la quinta o sexta novela de la saga, las autoridades le echan mano al criminal, lo someten a la justicia y, después de las investigaciones y los juicios, la condena sea de mil 853 años y nueve días, le asegurarían: “es un disparate”. Supondrían que delante suyo tienen a un maestro de la hipérbole ante el cual Rabelais resulta tímido y mesurado.


Luis Alfredo Garavito.
Foto El Colombiano

Esta secuela aún no escrita por manos humanas, ya lo fue en el Libro de la Historia de la Humanidad. Sus autoras, las fuerzas inefables que mueven el mundo, las de la Naturaleza, la escribieron, no con palabras, sino con letras de sangre, dolor y humillación. El nombre del personaje es Luis Alfredo Garavito Cubillos, conocido como la Bestia o el Monstruo de Génova. Murió el pasado 12 de octubre en el lecho de un hospital de Valledupar, al parecer por leucemia y cáncer de ojo. Él es el dueño de esas cifras de horror. Los críticos y el público no son distintos a sus contemporáneos, a quienes, desde que se enteraron de sus crímenes, a finales del siglo veinte, no han podido cerrar la boca desencajada por el asombro, dejar de mirar para uno y otro lado en cada esquina cuando salen a la calle —preferiblemente acompañados— ni olvidarse de clavar puertas y ventanas cada noche antes de irse a la cama, no sea que un monstruo parecido ande por ahí suelto y convierta sus sueños en pesadillas.


De Garavito han realizado documentales periodísticos. Entre otros, una entrevista de Guillermo Prieto La Rotta para “Especiales Pirry”; Rastro de un asesino, de Discovery Channel; Los informantes, de Caracol Televisión, pero nadie ha escrito una novela ni rodado una película sobre semejante personaje. Quien quiera hacerlo, no hallará problemas para caracterizar a este quindiano nacido el 25 de enero de 1957. Los psicólogos expertos en perfiles de asesinos lo definen como un sujeto desmemoriado, que padece trastorno antisocial de la personalidad, necrofílico, sádico y megalómano, entre otras características propias de un sociópata. De niño, para “canalizar” las iras que le causaban sus compañeros de escuela —a la que asistió hasta la mitad del quinto grado—, mataba pajaritos y los despedazaba con ayuda de una navaja de afeitar. Su primer asesinato lo cometió a los quince años. Para perpetrar sus delitos se disfrazaba de monje, mendigo o discapacitado, o aparecía como un vendedor de imágenes del papa, el Divino Niño y la Virgen del Carmen. Metódico, llevaba registros de sus crímenes junto a los cuales, los investigadores encontraron fotocopias de pasajes de bus de distintas flotas y destinos, comprobantes de hoteles, copias de recibos de llamadas telefónicas y de telegramas en los que concertaba los encuentros. Y falta más: ya en la cárcel, adonde fue a parar el 22 de abril de 1999, decía que los asesinatos los cometía obligado por el diablo, pero, según él, arrepentido, se bautizó en la Iglesia Pentecostal. Le conmutaron esos dos siglos de presidio por cuarenta años.


Sus contemporáneos renegamos por haber coincidido con él en el tiempo y el espacio, por respirar el mismo aire y contemplar el mismo sol, como debieron maldecir los europeos, hace cuatro siglos, la coexistencia con otro monstruo semejante: Isabel Báthory. La Condesa Sangrienta, como la presenta Alejandra Pizarnik en su relato poético y escalofriante. Esta húngara ostenta una marca todavía insuperable: 630 víctimas, las más de ellas mujeres jóvenes, a quienes torturaba en el sótano de su castillo. La leyenda la define como un ser obsesionado por la belleza y la juventud. Usaba la sangre de las muchachas para mantener estos atributos. Así narra Pizarnik:

 

“Salvo algunas interferencias barrocas —tales como la “Virgen de hierro”, la muerte por agua o la jaula—, la condesa adhería a un estilo de torturar monótonamente clásico, que se podría resumir así:

Se escogían varias muchachas altas, bellas y resistentes —su edad oscilaba entre los 12 y los 18 años— y se las arrastraba a la sala de torturas en donde esperaba, vestida de blanco en su trono, la condesa. Una vez maniatadas, las sirvientas las flagelaban hasta que la piel del cuerpo se desgarraba y las muchachas se transformaban en llagas tumefactas; les aplicaban los atizadores enrojecidos al fuego; les cortaban los dedos con tijeras o cizallas; les punzaban las llagas; les practicaban incisiones con navajas (si la condesa se fatigaba de oír gritos les cosían la boca; si alguna joven se desvanecía demasiado pronto se la auxiliaba haciendo arder entre sus piernas papel embebido en aceite). La sangre manaba como un géiser y el vestido blanco de la dama nocturna se volvía rojo. Y tanto, que debía ir a su aposento y cambiarlo por otro (¿en qué pensaría durante esa breve interrupción?). También los muros y el techo se teñían de rojo”.


O como aborrecieron esa suerte los contemporáneos de Barba Azul. Menos conocido por su nombre real, Gilles de Rais, fue un militar francés compañero de Juana de Arco en la Guerra de los Cien años, que asesinó a más de 140 niños. Su historia la contó el periodista español Juan Antonio Cebrián Zúñiga en el libro El mariscal de las tinieblas: la verdadera historia de Barba Azul. Hubo otro Barba Azul, también asesino en serie. Es un cuento popular francés recogido y adaptado por Charles Perrault. Un hombre se casó y enviudo varias veces hasta que una de esas esposas descubre que oculta en una habitación, a la que le tenía prohibido entrar, los cadáveres de sus antecesoras. Este Barba Azul ha sido llevado a la ópera y a los videojuegos.


Así, pues, con Garavito, los autores de novela negra tienen una veta que deberían explorar y explotar. Ya tiene título: La Bestia. No se hable más.


viernes, 13 de octubre de 2023

Los cien de Calvino

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 9 al 14 de octubre de 2023)



Hablar de literatura experimental es hablar de Italo Calvino, el italiano que vio la luz primera en Cuba, el 15 de octubre de 1923, y la última en Italia, el 19 de septiembre de 1985.


Mediante la fantasía, lanza una mirada irónica a la realidad. Sus obras son alegorías sobre la vida desde el absurdo. Las novelas de la trilogía Nuestros antepasados son ejemplo de esto: El vizconde demediado presenta a un ser dividido en dos mitades que van por sendas contrarias, quizá para simbolizar el bien y el mal; El barón rampante, a un noble que va a vivir en los árboles, pues para “ver bien la tierra debe mantenerse a la distancia necesaria”, y El caballero inexistente, al paladín de Carlomagno, una armadura vacía, llena de saber sobre la experiencia.


En los últimos años decidió mostrarle al lector la estructura de las narraciones. Si una noche de invierno un viajero comienza así:


«Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo enseguida a los demás: “¡No, no quiero ver la televisión!” Alza la voz, si no te oyen: “¡Estoy leyendo!”».

 

Su pensamiento político también fue experimental. Antifascista, fue reclutado por el ejército de la República Social Italiana, títere de la Alemania nazi, en la Segunda Guerra Mundial. Desertó. Integró la resistencia partisana. Fue socialista y después renunció a serlo.

jueves, 12 de octubre de 2023

El Nobel y Fosse

(Columna publicada en Generación de El Colombiano el 12 de octubre de 2023)



Rodeos en torno al Premio Nobel y acercamiento al nuevo galardonado, el noruego Jon Fosse.



Arrojaron un hueso acaramelado a los perros: anunciaron el Premio Nobel de Literatura 2023. Los perros son —o, mejor dicho, somos— de diversas razas y pelambres: apostadores, editores, profesores de literatura, periodistas y comentaristas literarios. Unos alimentan la ludopatía, otros publican libros del galardonado, algunos preparan una nueva lección y unas cuantas lecturas, y los demás llenamos páginas, espacios radiales o audiovisuales, o columnas como esta.


Bastó decir: el nuevo Premio Nobel de Literatura es… Jon Fosse, para que los nombres de los demás opcionados, como fichas de casino, cayeran al suelo con ese ruido dulce que tienen las piezas de juego, a esperar la siguiente nominación y, por consiguiente, las próximas apuestas. Haruki Murakami, el de Tokio blues; Can Xue (seudónimo de Deng Xiaohua), la de Hojas rojas; Cees Nooteboom, el de Cartas a Poseidón; Margaret Atwood, la de Penélope y las doce criadas; Mircea Cártarescu, el de Nostalgia; Gerald Murnane, el de Las llanuras; Antonio Lobo, el de Memoria de elefante; Elena Poniatowska, la de Hasta no verte, Jesús mío; Salman Rushdie, el de Hijos de la medianoche; Thomas Pynchon, el de El arco iris de gravedad… y otros tantos formaron el reguero.


En aulas, mesas de café y esquinas se habla por igual de quienes murieron sin recibirlo y, a juicio de unos, lo merecían. Repiten como loras viejas los nombres de Jorge Luis Borges, inventor de mundos, y Julio Cortázar, experimental. Tal vez olvidan otros como los de León Tolstoi, narrador de sociedades complejas; Henry James, aplicado en la comparación de realidades trasatlánticas; Gilbert Keith Chesterton, fluctuante entre la luz y la sombra; James Joyce, exponente de una profunda revolución narrativa; Virginia Woolf, feminista y de vanguardia, y Milan Kundera, representante de la fusión del ensayo y la novela.

 

 El nuevo Nobel

¿Y, cómo no  hablar de ese que parece el traidor del club de los postulados consuetudinarios, el sujeto que ahora los abandona sin dársele nada?


Es común que el Nobel muestre nombres desconocidos. En este caso no ha sido así. Desde hace años, los libros de Jon Fosse son invitados permanentes en la mesa de noche de lectores solitarios de muchas partes del mundo y, más aun, de las mesas de trabajo de grupos y compañías de teatro, que llevan a las tablas sus obras o estudian su pensamiento sobre su hacer artístico. Es el cuarto noruego que recibe la medalla de la Academia Sueca. Bjørnstjerne Bjørnson, el de Colina al sol; Knut Hamsun, el de Hambre, y Sigrid Undset, la de La zarza ardiente, son sus coterráneos precedentes.


Aunque no abundan ejemplares de sus libros en español disponibles en librerías —obviamente, esto cambiará—, hemos disfrutado de sus letras. En prosa, Trilogía, Septología y, la más reciente, Mañana y tarde. Se trata de una narrativa en forma de meditación, en la que sentimientos y emociones de los personajes —la soledad, el amor, los celos, la desmemoria— son tan fundamentales como los factores sociales sobre los que los individuos no tienen control e igualmente influyen en sus comportamientos —el desempleo, otra vez la soledad, la descomposición familiar, la incomunicación en un mundo lleno de ruido—. Así, el lector, invitado constante a entrar a las mentes de los personajes y del autor, encuentra tan decisivo lo que este narra, como lo que calla. Lo que queda dicho entre líneas. Nada diferente a la vida, en la que encontramos tan significativos los silencios de las personas como sus palabras.


Algo curioso: en su adolescencia, Fosse incursionó en la pintura. Entendió pronto que lo suyo era, más bien, pintar con palabras y arrojó los pinceles. Pero esa experiencia le sirvió para componer Septología, una extensa obra con varias novelas, de más de mil doscientas páginas, en la que el personaje central es un pintor viejo, viudo y olvidadizo:

 

Y me veo de pie, mirando el cuadro con las dos rayas, una morada y una marrón, que se cruzan en el medio, un cuadro alargado, y veo que he trazado las rayas despacio y con un óleo espeso, y se ha corrido, y donde se cruzan la línea marrón y la morada el color ha producido un bella mezcla que corre hacia abajo y pienso que esto no es un cuadro, pero que al mismo tiempo el cuadro es como debe ser, está terminado, no cabe hacer más, pienso, y tengo que apartarlo, no quiero tenerlo más en el caballete, no quiero seguir mirándolo, pienso, y pienso que hoy es lunes y que tengo que dejar el cuadro con los otros cuadros en los que estoy trabajando, pero que aún no he terminado, los que tengo colocados con el bastidor hacia fuera entre la puerta de la alcoba y la de la entrada, debajo del gancho del que cuelga el bolso marrón de cuero, ese en el que guardo el lápiz y el cuaderno de bocetos, y luego miro las dos filas de cuadros terminados que tengo apoyados contra la pared junto a la puerta de la cocina, tengo terminados alrededor de una decena de cuadros grandes, además de cuatro o cinco pequeños, algo así, en total son catorce cuadros, y los tengo colocados en dos filas junto a la puerta de la cocina, porque dentro de poco tendré una exposición, la mayoría son más o menos cuadrados, que dicen, pienso, pero a veces pinto también cuadros alargados y estrechos, y el cuadro de las dos rayas que se cruzan es rectangular, que dicen, pero ese cuadro no lo quiero en mi próxima exposición, porque en el fondo no me gusta nada, y puede que ni siquiera sea un cuadro, quizá sean solo dos rayas ¿o tal vez quiera quedármelo y no venderlo? porque hay cuadros que quiero quedarme y no venderlos ¿y tal vez este sea uno de ellos pese a que no me gusta?”

 

Que no use más que comas en largos tramos no es innovación suya. Ya lo han hecho otros. Además, uno de sus maestros es Samuel Beckett, figura singular del experimentalismo y del teatro del absurdo.


Precisamente, Fosse es tal vez más conocido por sus obras teatrales. Y en cantidad —más de veinte dramaturgias publicadas— estas doblan a las narrativas. La editorial argentina Colihue publicó en 2010, en español, un volumen titulado La noche canta sus canciones y otras obras teatrales, que incluye los dramas Y nunca nos separaremos, El niño, Mientras las luces se atenúan y todo ocurre, Variaciones sobre la muerte y Un día en el verano, en el que se lee:

 

“LA MUJER VIEJA: (volviéndose hacia adelante, da unos pocos pasos en la habitación).

Cuando estoy allí junto a la ventana (mientras echa una rápida mirada hacia la ventana) puedo verlo aún frente a mí. (Breve pausa).

Era un día como hoy pero en otoño cuando mi amiga vino a visitarme. Hace muchos años ya pero aún tengo frente a mí la imagen de él mientras va hacia el mar. Lo veo caminar hacia el mar quizás aún volviéndose agita la mano para saludar quizás o tan solo caminando con sus pensamientos puede ser que no se vuelva todavía puedo verlo mientras camina hacia el mar todavía puedo verlo caminando de regreso. Quizá trayendo un balde con pescados si tuvo suerte con la pesca (…)”

 

El caramelo del hueso bien pueden ser las palabras categóricas y solemnes que los integrantes de la Academia suelen usar para justificar la decisión de entregar el premio a este, esa o aquel. El anuncio del premio a Fosse vino con esta envoltura fastuosa: se le otorga “por su prosa innovadora y por dar voz a lo indecible”.

viernes, 6 de octubre de 2023

Animales

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 2 al 7 de octubre de 2023)



En octubre hay tres días de animales. El 4 es de todos ellos; el 8, del pulpo, y el 29, del gato. En la literatura, rica en fauna, aparecen como personajes que se interpretan a sí mismos o simbolizan a humanos. Además de cuidarlos, leer es una forma de celebrar.

 

Los animales se representan a sí mismos en los cantares de gesta y las novelas de caballería. Pocos tan valientes, veloces, resistentes como Babieca, el caballo de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Cualquiera sabe que el Quijote realizó sus correrías a lomo de un rocín de pelo y huesos llamado Rocinante.

 

Animales humanizados hay en La muy divertida historia de la cucarachita Martínez y su goloso marido el señor don Ratón Pérez, de David Sánchez Juliao.


Muchos de los que simbolizan a humanos pueblan las fábulas. Esopo cuenta:


“En cierta ocasión las liebres, perseguidas por los perros, pensaron que para vivir en continuos sustos era mejor morir, y así las infelices se dirigieron a una laguna para precipitarse en ella. Viendo las ranas que las liebres venían a donde ellas estaban, saltaron con grande espanto todas del agua, lo que observado por las liebres, dijo una de ellas: Hermanas, no desesperemos, sigamos nuestra vida, pues otros hay que sufren aun más que nosotras grandes temores”.

 

Del octópodo, la imaginativa Gloria Fuertes narró la historia de Un pulpo en el garaje. ¡Y de gatos! Hay más obras que felinos. Eva está dentro de su gato, de García Márquez, y El gato en el palomar, de Agatha Christie, son ejemplos. Los negros tienen arenero fijo en los cuentos de terror.

miércoles, 4 de octubre de 2023

La tierra prometida

(Columna publicada en Generación de El Colombiano, semana del 2 al 8 de octubre de 2023)



La literatura ha enseñado la rudeza y las consecuencias de las migraciones, esas tragedias móviles de la humanidad. Sin embargo, es una lección que nadie aprende.



Foto Manuel Saldarriaga,
El Colombiano
Las confrontaciones internas, como las de Colombia, o las guerras entre países empujan a numerosos ciudadanos a abandonar su lugar de origen y lanzarse a la búsqueda  de una quimera. Quimera que han bautizado con el ambiguo nombre de “futuro mejor”. Denominación suntuosa alentada por un endeble espíritu de esperanza. Tal designación, como todas, es arbitraria, es decir, no requiere una relación directa con lo que nombra. Fue puesta y aceptada por convención y el uso la ha ido legitimando.


Si bien es verdad que los humanos nunca se han quedado quietos, también lo es que la actual es una época de migraciones masivas. Como caracoles, los humanos van con su miseria al hombro de un lugar a otro.


Estremecen las noticias de los cientos de miles de migrantes procedentes de países de América, como Haití, Venezuela, Ecuador y Perú; de Asia, como Afganistán y Nepal, entre otros lugares, que tratan de atravesar el Darién y Centro América, con la intención de llegar a Estados Unidos. Según Naciones Unidas, en los nueve meses transcurridos en 2023, más de 330 mil personas han pasado por la selva. Tales noticias estremecen porque ya nadie ignora que esa interminable ola migratoria se convirtió en un negocio macabro, el tráfico de personas, ejercido por grupos criminales. Y porque en el fondo, quienes observamos de lejos la tragedia, sabemos que tal “sueño americano” —si acaso esos ilusos logran entrar a Estados Unidos— será una pesadilla para la mayoría de ellos. En el país del Norte, los desarraigados casi nunca salen de la miseria y casi siempre pierden la dignidad y la libertad. Esto es cuento viejo, como suele decirse. Lo han explicado mil veces en ensayos y lo han mostrado otras dos mil en novelas, cine y televisión.


“La migración es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro de ti. Entre otras, tu lengua”. Expresa Theodor Kallifatides, escritor sueco de origen griego, en su novela Otra vida por vivir. Y eso que él no alude a una migración tan violenta como la mencionada que cruza el Darién, sino a la que padecen quienes cambian de sitio de manera individual y tal vez pacífica, también con el anhelo de endulzar sus días. ¡Ay! ¡Qué he dicho! Retiro esta idea: no tengo derecho a calificar una tragedia como más grave que otra. Las desgracias no se dejan medir.


Emigrantes es una novela gráfica del australiano Shaun Tan. Cuenta sobre un ser anónimo, un hombre, que deja a su familia para atravesar el océano en busca de ese “futuro mejor”, que ojalá incluya un empleo. Al país desconocido al que llega y en el que debe aprender a vivir, las cosas, al igual que él, no tienen nombre. Nada posee significado y el tal futuro es solo una pregunta aterradora y sin respuesta.


Canción de antiguos amantes, la novela de Laura Restrepo, también alude al tema. Entre lo mítico y lo actual, entre el reportaje y la ficción, habla de dos mujeres que recorren las ardientes llanuras africanas buscando conseguir para sus parientes esas dos quiméricas palabras que ponemos entre comillas.


Y qué decir de unas viejas conocidas: las letras que sobre el asunto escribieron los ensayistas Umberto Eco y Zvetan Todorov, y el narrador Charles Bukowski. El primero, en su ensayo Migración e intolerancia, explica que quienes migran son tratados como intrusos dondequiera llegan y son objeto de discriminación. Eliminar el racismo no es convencerse de que otros son diferentes a nosotros, sino comprender y aceptar las diferencias. Este es sin duda un pensamiento loable, Umberto, y deja eco en las mentes de quienes lo reciben; pero, en la práctica, ¿cuántas dificultades y cuánto tiempo se requieren para que se materialice?


El búlgaro-francés Todorov, por lo general ocupado en asuntos de lingüística, tomó tiempo para escribir sobre El hombre desplazado. Este integra un nuevo grupo, el de los desarraigados y desapegados. Perturba las costumbres de los “autóctonos”. Con su presencia y actitud los interroga e incomoda.


Y ese “viejo indecente”, Charles Bukoswki, dejó una novela al respecto, La senda del perdedor. La Depresión y la Segunda Guerra Mundial desploman la economía. Una familia europea atraviesa el Atlántico para arribar a los Estados Unidos en procura del “sueño americano”. Llega, pero por más que pasa el tiempo, no logra establecerse. Un porrazo, el de la dura realidad, la mantiene despierta. Personajes con ilusiones rotas sobreviven arrastrados, desclasados y sin el pan de cada día.