El espíritu
humano, entre la guerra y la paz
(Publicado en El Espectador, el 3 de noviembre de 2019)
En 2019 se cumplen 150
años de la primera publicación de Guerra
y paz de León Tolstoi, la cual se efectuó por entregas.
Por
John Saldarriaga
León
Tolstoi parece un personaje de novela; incluso, de novela de aventuras. Nacido
en el seno de una familia noble —fue el
cuarto de los cinco hijos del conde Nikolái Ilich Tolstoi y la
condesa Mariya Tolstaya—,
ostentó el título de conde. Un día se le veía en
la Guerra de Crimea, curando a enfermos o empuñando el sable; otro día,
aburrido de la guerra, entregado a escribir como un poseso; al siguiente, renunciando
a las letras, llevando vida de mujik y vestido como tal…
Jugador empedernido, tocó el fondo del pozo de las deudas.
Una búsqueda espiritual lo empujó a la humildad y le hizo dejar estudios de
derecho para irse a vivir entre campesinos, a cortar hierba y sembrar avena. Se
entregó a la no violencia y la desobediencia civil y, por supuesto, le estorbó
el título nobiliario. Fue anarquista, vegetariano y nudista. También montó una
zapatería.
Lo
recordamos ahora porque en este final del 2019 se cumplen 150 años del fin de
la publicación por fascículos de Guerra y
paz, que comenzó cinco años antes, cuando se recuperaba de una fractura de
brazo, al caerse de un caballo en una jornada de cacería. Y también se cumple
el mismo tiempo de la impresión de la primera edición del volumen completo.
Guerra y
paz es
una novela ambiciosa como pocas en la historia de la literatura. Quiso abarcar
la existencia misma, la de un vasto grupo humano, el pueblo ruso, y sus
relaciones con otros, en un momento histórico que precedió la caída del
imperio. Narra las guerras napoleónicas de principios del siglo XIX, cuando
ejércitos franceses invadieron Rusia y llegaron hasta la “ciudad sagrada”,
Moscú; alude a las Revueltas Decembristas de 1825 y recorre casi cincuenta años
de ese siglo convulsionado. Y lo hace con pasión y hasta con rabia, mostrando
las debilidades y atrocidades humanas, entre estas, las de Bonaparte.
A
Tolstoi le fue útil la experiencia en la guerra —la que después desdeñaría y
abominaría— para darle realismo al vasto relato, a los enfrentamientos, a los
momentos de tregua. Él sabía bien qué hacen los soldados y las tropas en los
momentos de tensa calma: jugar cartas y ajedrez, cepillar los caballos y hablar
de mujeres. Asuntos que ayudaban a sobrellevar el suspenso mientras llegaba un
próximo ataque.
Pero
se equivoca quien suponga que se trata solamente de una novela de guerra y
también quien crea que solo se refiere a la guerra física, a la confrontación
entre ejércitos.
La
guerra está también en la vida cotidiana y en las relaciones entre los seres
humanos, colmadas de malentendidos, mentiras y felonías. Y la guerra también es
metafísica. En el libro de Tolstoi se aprecia la tormentosa búsqueda interior
de algunos personajes, es decir, ese debate entre lo que desean hacer y lo que
deben hacer, o, simplemente, el dilema entre bienestar moral y felicidad.
Una novela, un mundo
En
su columna Piedra de Toque, publicada en El País el 23 de agosto de 2015, Mario
Vargas Llosa confiesa:
Tenía la falsa idea de que, si
había que resumir Guerra y paz en una frase, se podía
decir de ella que era un gran mural épico sobre la manera como el pueblo ruso
rechazó los empeños imperialistas de Napoleón Bonaparte, “el enemigo de la
humanidad”, y defendió su soberanía; es decir, una gran novela nacionalista y
militar, de exaltación de la guerra, la tradición y las supuestas virtudes
castrenses del pueblo ruso.
Pero
se dio cuenta de que “la
novela de Tolstói tiene mucho más que ver con la paz que con la guerra”.
Todo
esto podría decirse de otro modo: el autor, nacido en Yásnaia Poliana el 9 de septiembre de 1828 y muerto en Astápovo el 20 de
noviembre de 1910, mostró que la paz no es
ausencia de guerra, sino la vida misma que la incluye, así como incluye las
fiestas, los amores, las quiebras económicas, las infidelidades, las diversiones,
las frustraciones, las alianzas económicas y políticas, las desazones internas,
las amistades, las traiciones…
¿De
qué más habla esta novela dueña de un mundo en el que no parece faltar nada y a
sus personajes nada limita? Menciona las costumbres de entonces: los juegos,
las diversiones, la música, la forma de enamorar y de comprometerse en
matrimonio, los medios de transporte. Hay bailes, jornadas de cacería de
liebres, ópera, juegos de ajedrez y cartas, celebraciones de Navidad; no faltan
el vodka ni el té porque el samovar mantiene listo y surtido en todos los
salones.
Al
leer esa historia narrada con la calma y el detalle propios del siglo XIX,
obviamente no con la prisa de hoy, uno entiende que el más grande personaje que
logra construir Tolstoi es él mismo, aunque aparezca pintado con otras
fisonomías y bautizado con otros nombres. Y, también, que esas guerras son
alegorías de las que él libró a lo largo de su existencia, si nos atenemos a la
entretenida biografía de este aventurero.
En
el ensayo Cuál es mi fe, el escritor
ruso dice:
He vivido
cincuenta y cinco años y, salvo los catorce o quince años de mi infancia,
durante treinta y cinco años de mi vida he sido nihilista en el sentido literal
de la palabra, es decir, que ni era socialista ni revolucionario, que es lo que
generalmente se entiende por aquella voz; para mí, el nihilismo significaba la
ausencia de toda religión.
Hace cinco
años creí en la doctrina de Jesucristo y, de pronto, varió toda mi vida: dejé
de desear lo que antes deseaba y empecé a desear lo que hasta entonces no había
deseado. Lo que antes me parecía bueno, antojóseme malo, y lo que tuve por
malo, lo consideré bueno.
Tolstoi habla por dos bocas
Dos
personajes parecen representar al escritor en esta novela: el inteligente príncipe Andrés Bolkonski y el bondadoso Pedro
Bessukhoff. Ambos dan estructura al relato. El
primero se mueve en el campo de batalla como en su ambiente. Su carácter está gobernado por el pragmatismo, el
materialismo y el nihilismo. El segundo es quien trae a la mente la imagen
de ese Tolstoi en su búsqueda espiritual, comenzada en la madurez. Su
personalidad está dominada por el hedonismo, la irresponsabilidad, la vida
mundana, durante su juventud, en tanto que en su adultez se lanza en procura de
la verdad por los caminos de la masonería, el cristianismo y la ética civil… Y así como Tolstoi entendió que el secreto de
lo trascendente reside en la simpleza y por eso se hizo agricultor, Besukhoff
aprendió de un campesino, mientras fue prisionero de los franceses, Platón
Karatáiev, que parecía santo e influyó en él tanto como los libros.
Así es,
amigo mío, el azar preside la suerte de las criaturas, y nosotros somos los que
juzgamos, los que nos quejamos… Nuestra felicidad es como el agua de una nasa:
la arrastran, está hinchada; la retiran, está vacía.
Así
le hablaba este hombre hasta dormirse. Y entonces Pedro
con los
ojos abiertos permanecía en las tinieblas escuchando los sonoros ronquidos de
Platón y sentía que sus creencias, que habían sufrido un rudo golpe con las
injusticias presenciadas, renacían nuevamente en su alma con más vigor, como el
sol que ha permanecido entre nubes y brilla más espléndidamente cuando logra
romper el velo denso que lo ocultaba.
La
observación del dolor, la crueldad y las iniquidades de la guerra y de la misma
vida cotidiana, es decir, en la sociedad y la familia, terminaron por darle
conciencia de desapego de todo lo material y de servicio a los demás seres.
Y
es curioso: ambos se enamoraron, en distintos momentos de la vida, de la misma
mujer, Natalia, la hija menor de la familia Rostoff, cuya fortuna decayó por el
derroche. Alegre, cándida y hasta veleidosa en sus primeros años; bondadosa y
caritativa en la madurez.
Bolkonski
y Besukhoff, grandes amigos, llegaron a contrastar sus opiniones. Entonces, uno
puede imaginarse que es el autor hablando por dos bocas diferentes sobre lo que
abunda en su interior. O, más bien, quien es él en ese presente recriminándole
a ese otro que fue:
—¿Quién te
ha explicado lo que es causar mal al prójimo?
—¿No
sabemos todos lo que para nosotros mismos es malo?
—Sí, lo
sabemos; pero lo que es bueno para mí, quizá no lo sea para otro —repuso Andrés
con vivacidad—. Solo conozco dos males reales: el remordimiento y la
enfermedad; vivir evitándolos es la verdadera ciencia de la vida.
—¿Y el
amor al prójimo? ¿Y la abnegación? —exclamó Pedro—. ¡No, no soy de vuestro
parecer! Vivir evitando el mal para no tener por qué arrepentirse es poca cosa;
yo he vivido de este modo, y mi existencia se ha perdido inútilmente; solo vivo
ahora, que trato de vivir para los demás; ahora, que he comprendido la dicha.
¡No, mil veces no; no soy de vuestro parecer! Y vos mismo no sentís lo que decís.
Toltoi
es la conciencia de Rusia. No solo espiritualmente sino en lo histórico y
político. Y hablaba con sus contemporáneos como si fueran de verdad hermanos.
Guerra y
paz es
una novela colmada de acontecimientos dramáticos. La guerra, por supuesto, la
napoleónica y, después, andando los tiempos, algunos brotes revolucionarios
contra el zarismo; escenas de enamoramiento; matrimonios por conveniencia; infidelidades;
un duelo por honor, jornadas de cacería… En fin, nadie puede quejarse de falta
de entretenimiento en esta novela que parece contener el espíritu ruso y dar
cuenta de la vieja Rusia zarista y el espíritu de emancipación también.
En el
ensayo Visiones de Tolstoy, publicado
en Revista de Libros de octubre de 2019 (edición virtual hecha en Madrid), Mario
Muchnik cita al italiano Renato Poggioli, quien en su ensayo Tolstoy como hombre y como artista, afirma:
Es muy difícil separar a Tolstoy
el moralista de Tolstoy el novelista. Poggioli, en el ensayo mencionado, afirma
que «incluso en sus escritos más espontáneos era en cierto modo un autor
tendencioso que quería demostrar algo y por lo general lo conseguía.
En
Guerra y paz no fue distinto. Publicada
inicialmente por fascículos entre 1865 y 1869 en la revista El mensajero ruso, es una gran novela
moralizante, en la que la trama sirve para mostrar sus ideas humanistas del
autor que tanto influyeron el mundo a partir de entonces, y, con ejemplos, dar fuerza a sus argumentos
de no violencia y amor al prójimo.
Bibliografía
Muchnik,
Mario. (2019). Visiones de Tolstoy. En
Revista de Libros, publicación virtual de octubre de 2019.
Tolstoi,
León. (2016) Guerra y paz. Edimat Libros, Madrid, España.
Tolstoi,
León. (1927) Cuál es mi fe. La iglesia y el Estado. Editorial Mentora,
Barcelona, España.
Vargas
Llosa, Mario. (2015) Lecciones de Tolstoi. Columna Piedra de Toque. El País el
23 de agosto de 2015.