(Columna publicada en el semanario GENTE, del grupo El Colombiano, el 13 de agosto de 2021)
La novela da más de lo que
promete o se espera de ella. Al abrir alguna, uno sabe que al menos le contará
una historia. En términos generales, esta es su obligación. Pero muchos autores
no se conforman solo con contar una
historia: cuentan varias, escriben poemas, describen costumbres, hacen
filosofía...
Los misterios de París, de Eugenio Sue, fue publicada por entregas en el Journal
des Débats desde junio de 1842 hasta octubre de
1843. Narra las peripecias de un enigmático y adinerado hombre, Rodolfo,
de cuyo lado apartaron a una hija. Convencido de que paga con lágrimas de
sangre errores de juventud, va por el bajo mundo socorriendo a mujeres
desvalidas y familias pobres. Se juntan humildes y aristócratas; delincuentes y
virtuosos.
Además de la trama, Sue trata
asuntos sociológicos. Por ejemplo, propone que así como el Estado gasta
fortunas en castigar a los malvados en cárceles donde los alimenta y mantiene,
debería invertir en estimular a las personas honradas. Con la intensidad que
pretende conseguir que un criminal escarmiente, debería publicar los actos favorables
a la sociedad —los de bondad, rectitud o filantropía—, para que los otros se
persuadan de que el que bien anda es recompensado.
“Enfrente del cadalso a
donde sube el criminal famoso, ¿hay por ventura un pavés sobre el cual se
encumbre al hombre de bien? No”.
Sue nació en 1804 y murió en 1857.
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