(Texto publicado originalmente en Generación, de El Colombiano, en 2015. Lo reproduzco por los 700 años de la muerte del autor.)
En 2021 se conmemoran 700 años de la muerte de Dante
Alighieri. La Comedia y La Vida nueva, sus obras cumbres.
Dante es el hipocorístico de Durante. Y como suele suceder con estas
abreviaturas, terminó ocupando el sitio del nombre. Alighieri, el autor de la
Divina Comedia, parece haber tenido en su nombre su destino. Porque ese durante alude a simultaneidad y también
encierra una especie de espera.
Nacido en la primavera de 1265, en Florencia, una ciudad estado italiana de
unos 80.000 habitantes, rica y próspera, Dante recibió una formación
profundamente religiosa, cercana a los franciscanos y a otras órdenes. También
se interesó en la política. Defendía la idea de una Iglesia separada del
Estado.
Ocupó cargos públicos y, dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, se hizo
del lado de la casa Baviera, con el partido de los Güelfos, que luchaba contra
la casa de los Hohenstaufen de Suabia, del partido Gibelino.
Y esta disputa fratricida, en la que intervinieron los poderes civiles y
eclesiásticos, fue su perdición. En síntesis, digamos que su partido terminó
dividiéndose, entre güelfos blancos y güelfos negros. Dante quedó entre los
primeros, terriblemente perseguidos por los otros y por los gibelinos.
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Dante en el exilio. D. Peterlini |
Dante tenía 36 años cuando fue desterrado de Florencia. Carlos de Valois
entró en Florencia con los güelfos negros, destruyeron todo y mataron a muchos.
Gabrielli da Gubbio, podestá o alcalde de Florencia, lo desterró y lo condenó a
pagar multa, con una sentencia emitida el 27 de enero de 1302. Como no pudo
pagar, le cambió el exilio temporal por uno perpetuo, el 10 de marzo de 1302,
junto a otros 600 güelfos blancos, la mayor parte de los cuales serían indultados
con el tiempo.
El dantólogo Francisco Montes de Oca, quien hace la traducción de la Divina
Comedia del italiano al español, la introducción y los comentarios de la
edición de Editorial Porrúa, de 1977, cuenta que estuvo en Verona, invitado por
Bartolomé Della Sealla; en Sarzana, Liguria; el Lucca, con Madame Gentucca —a
quien menciona en su Purgatorio, y tal vez en París.
El amor que profesaba por Florencia era apenas equiparable con el que
Sócrates sentía por Atenas. Y como este, que no pudo esconder su fervor por la
verdad cuando sus coetáneos lo persiguieron, Dante no lo pudo ocultar por el
Imperio Romano. El ateniense fue condenado a muerte; el florentino, al
destierro. Y no podía haber para él un castigo mayor.
Un ancestro suyo, Cacciaguita, a quien encontró en el Cielo, le dice:
Del mismo modo que Hipólito partió de Atenas por la crueldad y perfidia de
su madrastra, tendrás que salir de Florencia. Esto es lo que se quiere, y lo
que se busca y pronto será hecho por los que lo meditan allá donde diariamente
se vende a Cristo. Las culpas caerán sobre los vencidos, como es costumbre;
pero el castigo dará testimonio de la verdad, que lo envía al que lo merece. Tú
abandonarás todas las cosas que más entrañablemente amas, y este es el primer
dardo que arroja el arco del destierro. Tú probarás cuán amargo es el pan
ajeno, y cuán duro camino el que conduce a subir y bajar las escaleras de
otros. Y lo que más gravará tus espaldas será la compañía estúpida y malvada
con la cual caerás en este valle; porque ingrata, loca e impía, se revolverá
contra ti; si bien poco después, ella y no tú, verá destrozada su frente
(Ed.
Porrúa, página 219.)
No tuvo vida en esa etapa, lejos de su tierra y de su gente. Se le iba el
tiempo en buscar la posibilidad del retorno. Y en escribir. Se reunió con
personajes influyentes, invocó a reyes, a políticos y no pudo conseguir más que
mezquinas invitaciones a volver, sí, pero humillándose como reo, lo cual, como
es obvio, no aceptó jamás. Hasta su familia, su esposa Gemma de Manetto y sus
hijos, debieron salir amenazados de allá. Escribió el Convivio, un ejercicio teológico, y De vulgari eloquentia. Pero nada parecía tener sentido. Suspendió
lo que escribía cuando tuvo la feliz idea de la Divina Comedia, que comenzó a escribir en 1304.

Algunos comentaristas sostienen que la Comedia, ese viaje por el Infierno,
el Purgatorio y el Paraíso, conducido de quien él consideraba su maestro, Virgilio,
el autor de la Eneida, es su tragedia: la condena al destierro. Pero, si
observamos bien, más que esto, parece ser la manera de exorcizar su tragedia. Y
más aún, encontró en este proyecto literario, la forma de una venganza
perfecta. Una venganza no violenta. Se desquitó mandando al peor de los
destierros, un Infierno inventado para ellos, a sus enemigos y a los enemigos
de la ciudad, a los déspotas, a los corruptos y villanos, de cualquier partido,
lo mismo que a papas, obispos y cardenales traidores y ambiciosos.
A ese Infierno desterró a muchos de sus contemporáneos. Giovanni Malatesta,
conocido como Giovanni el Cojo, un hombre que combatió contra los gibelinos en
1265; Farinata degli Uberti, florentino y noble gibelino que lideró
persecuciones contra los güelfos en 1248. Jacopo Rusticicci, de Florencia; Mosca
dei Lamberti, un florentino que llegó a ser podestá de Viterbo y condotiero o
mercenario; Ottaviano de gli Ubalini, cardenal gibelino y arzobispo de Bolonia
(fue a parar al círculo de los ateos en el Infierno de Dante); Guido Guerra V,
político que abrazó la causa güelfa; Obizzo II d’Este, entre los tiranos del
primer giro de los violentos (sumergido hasta los ojos en la sangre caliente
del Fegetonte, río de fuego que corre por el Hades, afluente del Aqueronte);
Loderingo degli Andalo, uno de los fundadores de la Orden de la Milicia de la
Bendita Virgen María, conocida como Orden de los Frailes Guaudendes (que llegó
a la fosa de los hipócritas en el Infierno dantesco); Celestibo V, el papa (lo
puso en el círculo de los inútiles y neutrales); el papa Bonifacio VIII, quien
se sentó en la silla de san Pedro entre 1294 y 1303, que fue, según Dante, de las
peores hierbas de su época, a quien el poeta acusó de simonía, es decir, de
negociar con los asuntos espirituales.
En fin, decenas de personas cuyos nombres hoy resuenan con fuerza o sin
ella, pero que en su tiempo y en su espacio atormentaron a Italia y a Dante,
participantes en esas guerras en las que él también combatió o políticos y religiosos
corruptos y malvados, aunque el mal no se lo hubiera causado a Dante
directamente, los reunió con Hades, y los castigó haciéndolos soportar los
peores hedores, emanados de ellos mismos, a hundirse entre su inmundicia y a
recibir tormentos de serpientes en nudo, “quelidras, yáculos y anfisbenas”.
Nada podía ser peor que esto.
Y los reunió con personajes siniestros de la historia y de la mitología.
Con Judas Iscariote, a quien vio con la cabeza dentro de la boca de Lucifer y
agitando fuera de ella las piernas; Bruto, el asesino romano; Atila; Pirro;
Sinto; los derrochadores; los suicidas; Vulcano; brujos y adivinos; Jasón y mil
almas más, vagando por un mundo frío y oscuro, distinto a la idea tradicional
de un infierno ardiente.
En el Purgatorio, lugar en el que por lo menos hay esperanza, en el que no
hay tanto frío y las almas cantan himnos a Dios, porque saben que un día
terminarán de lavar sus pecados, no situó a tantos de sus contemporáneos. Allí
encontró a varios poetas, entre ellos a Guido Cavalcanti, a quien menciona
James Joyce en el Retrato del artista adolescente.
En su tránsito por el Purgatorio, aunque sea una especie de turista que va
de paso, Dante indica que él también lavó sus pecados. Sufre en el tortuoso
camino y da a entender que si él tuvo alguna culpa para motivar su destierro,
ya la pagó. Se sumergió en el Leteo, río del olvido del pecado, último sitio de
purificación antes de pasar al Paraíso, ya guiado por Beatriz, su amada,
símbolo de fe y perfección.
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Retrato. Sandro Botticelli |
Antes de hablar del Paraíso, digamos que Dante es uno de los fundadores del
amor cortesano. Ese amor que movió a los poetas y caballeros en la edad media.
Un amor platónico, que vivía en secreto, clandestino, ilegal, prohibido, por
debajo del oficial. El oficial era ese que decidían los padres como un negocio
para establecer alianzas entre familias.
Dante vio por primera vez a la florentina Beatriz Portinari cuando tenía
nueve años. Le impactó tanto que él decía que lo suyo era amor a primera vista.
Después, la vio otra vez a los 18 años. Y su mayor ilusión era que ella lo
viera y saludara. Se convirtió en razón de su poesía y de su vida. No es que se
haya definido muy bien el amor cortesano, pero está claro que en él había una manifestación
de la gentileza del alma, que se revelaba a quien la poseía, y aun a los demás,
por virtud de una mujer bella, que es medio y guía para la perfección
espiritual del amante. Dante recuerda esos encuentros en La vida nueva diciendo emocionado: “La mujer de mis pensamientos”.
¿A qué otros personajes nos recuerda? Al Quijote, por supuesto, hablando así de
su Dulcinea, y también a Lancelot, de su reina Ginebra, y a otros amantes
cortesanos que tenían en una mujer idealizada, su faro.
Unos creen que Beatriz es solo un símbolo. Pero existió. Vivía cerca a la
casa de Dante. Cuando este la vio la segunda vez, tal vez ella ya estaba casada
con Simón Dei Bardi, según relata Francisco Montes de Oca. Y no tuvo hijos.
Sin embargo, el papá de Dante negoció su matrimonio desde que Dante tenía
12 años, con Gemma de Manetto Donati. Dante no emitió palabra de elogio ni
desdén por ella.
Beatriz murió a los 25 años. Y Dante la encuentra, claro, en el Paraíso.
Ella es su guía en este espacio lleno de luz en el que son reiteradas sus
inquietudes sobre la justicia y la venganza, que Beatriz y los personajes que
va hallando le resuelven… Encuentra a Piccarda Donati, monja sacada del
convento por su hermano para hacerla casar con un florentino; Salomón; Raquel;
Adán; Moisés; la Virgen María; los apóstoles; los doctores de la Iglesia, como
Alberto de Colonia, Tomás de Aquino, Pedro Lombardo, Dionisio Areopagita, san
Buenaventura… y, por supuesto, a Dios.
Y ese Paraíso, de dulzura y comodidad tales que parecían superar la
capacidad descriptiva del poeta, tanto, que lo llevo a exclamar: “¡Ah!, ¡cuán
escasa y débil es la lengua para decir mi concepto!”, se convierte en la
venganza completa contra esos malvados del Infierno, porque queda claro lo que
se perderán eternamente.
Y como si, consumada su venganza o, mejor, su acto de justicia, Dante
perdonara a todos ellos, hace decir a ese ancestro suyo, Cacciaguita, que le
hablara de su infortunio en la Tierra, le dice:
—Hijo mío, tales son las interpretaciones de lo que se te ha dicho; tales
las asechanzas que se te ocultarán por pocos años. No quiero, sin embargo, que
odies a tus conciudadanos; pues tu vida se prolongará más aún de lo que tarde
el castigo de su perfidia.
(Editorial Porrúa, 220.)