(Columna
publicada en la revista Generación de El Colombiano el 27 de marzo de 2027)
El Día Internacional del Teatro festeja un arte milenario que se fortalece
con artistas, dramaturgos, público y periodistas que se dejan atraer por la
escena como por un imán.
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Foto Cortesía de Medellín en Escena publicada en El Colombiano. |
El 27 de marzo se celebra el Día Internacional del Teatro. Se sabe que las artes escénicas en Medellín se han consolidado desde hace décadas. Se distinguen los grupos, los actores y las actrices, y los montajes. Tal consolidación se debe a los artistas y dramaturgos, por supuesto, pero también a otras personas que los rondan y apoyan con su intelecto, como los asesores literarios y estéticos, los periodistas culturales y los críticos. Todos están bajo la misma carpa. La tarea de unos y otros es importante. Hablemos de crítica, pues, desde nuestro hacer, la tenemos más cerca.
El
teatro tiene antecedentes precolombinos —los rituales y ceremonias indígenas
son las primeras expresiones del arte teatral—, y siguió en tiempos de la
Colonia con expresiones europeas. Comenzó a fundarse una tradición en América
Latina, primero con las presentaciones de compañías extranjeras que recorrían
ciudades con montajes del viejo continente y dramaturgias de autores franceses
y españoles, más que todo. Luego, con creaciones latinoamericanas y, cómo no,
colombianas, el movimiento teatral fue despuntando a finales del siglo XVIII y
principios del XIX. La crítica teatral fue surgiendo también, incluso de forma
escrita, porque los jesuitas y otros introdujeron las imprentas y, con ellas, propiciaron
la creación de periódicos y revistas. Aparecieron comentarios, arengas,
insultos, alabanzas, panfletos y críticas sobre montajes escénicos, aunque no
estaban a cargo de personas expertas ni eran constantes.
Nancy
Yohana Correa Serna, historiadora de la Universidad Nacional, tiene una tesis
de maestría titulada Obras de teatro y
censura en Medellín entre 1850 y 1950 (http://www.scielo.org.co/pdf/histo/v9n17/v9n17a02.pdf). Cuenta que el primer
espacio para teatro se construyó en 1836. Lo llamaban El Coliseo. Se
presentaron compañías de ópera, zarzuela y teatro nacionales y extranjeras. Se
privilegiaba el teatro español y el francés. Obras de Bretón
de los Herreros, Calderón de la Barca, Alejandro Dumas hijo, y Victor Hugo,
entre otros. Paralelo a esto se fue constituyendo la información sobre
esas obras y los comentarios en torno a ellas. Se conformaron Juntas de Censura
que vetaban obras si las consideraban inmorales o contrarias a los preceptos
religiosos.
Andando
el tiempo, periódicos como La Tribuna, la Balanza, El Espectador, El
Colombiano, las Novedades, El Pelele, La Juventud, Sur América, Revista Lectura
y Arte informaban y comentaban sobre teatro. En La Balanza, 1880, mencionan que
han pasado de moda los dramas, como los de esos autores europeos mencionados.
Critican a la Compañía Prado, tras una presentación en El Coliseo:
“Ni se usa salir por la ventana, ni comer arsénico, ni beber filtros, ni
filtrar aguas misteriosas; hoy va fundándose el teatro puramente práctico,
doméstico, fotográfico. [...] ya van disgustando (pero, sobre todo, disgustan
en Antioquia, y con razón) esos salados y picarescos equívocos de los Tirso de
Molina, de los Lope de Vega, de los Bretón de los Herreros”.
La
historiadora Correa Serna revela, por ejemplo, que la Compañía Colón presentó Juan José, de Joaquín Dicenta, en 1903. Trata
de un caso de infidelidad femenina. Fue calificada de inmoral y así consta en
una crítica publicada en El Pelele. La misma obra, presentada por otra compañía
en 1932, fue calificada en El Colombiano de drama formidable, lo cual muestra
el cambio en la mentalidad de la sociedad y de los medios de comunicación.
Referentes
Hay
algunos nombres que bien pueden considerarse referentes de la crítica teatral
en nuestra región.
Juan
de Dios Restrepo, más conocido como Emiro Kastos, el autor del relato Mi compadre Fausto, vivió entre 1825 y 1884,
esa época temprana del teatro. Se le consideró una autoridad en la materia.
Publicó en El Neogranadino, El Tiempo y otros periódicos. En 1855 reseñó la temporada de la
compañía de teatro de Froilán Gómez, integrada por aficionados, que presentaba
sobre todo obras de Victor Hugo. También registró la separación del grupo en
1856.
Tomás
Carrasquilla, movido por la sensibilidad artística y la emoción, escribió
críticas colmadas de alabanzas a las presentaciones de la actriz mexicana
Virginia Fábregas y su compañía, del montaje La noche del sábado de Jacinto Benavente y otros más (La danza de la muerte, El ladrón, Los
fantoches), en 1913. Él no afirma que las suyas sean críticas, sino
crónicas. También las llama reseñas. Uno percibe en ellas, además, algo de
ensayo personal y de carta.
“Y de tu arte, de aquel
arte glorioso de la escena, el más difícil, el más potente, el más peregrino,
¿qué habré de decirte, Circe benéfica? ¿Qué de tus facultades y de tu escuela?
¿Qué de tus voces, de tus gamas y coloridos? ¿Qué de aquel interpretar, de
aquel transformarte en lo que quieras?”
Baldomero
Sanín Cano, el rionegrero que vivió de la segunda mitad del siglo XIX a primera
del XX, escribió en La Nación y La Luz y otros periódicos. No se definía como
crítico, sino como cronista que registraba sus impresiones. Decía que el teatro
es hecho por hombres no por palabras, y que cuando caía en la retórica, en la
poesía, perdía fuerza expresiva.
Ramiro
Tejada, quien murió en 2019, fue actor, director, gestor y crítico. Dejó un
libro muy útil: Jirones de la memoria
(Crónica crítica del teatro en Medellín). Lo suyo era análisis, ironía, diálogo
con las obras. Creo no equivocarme al afirmar que Ramiro ha sido el más
aplicado crítico que ha tenido el teatro de Medellín. Asistía a festivales de
la ciudad, el departamento y el país. En el volumen mencionado, expresó:
“(…) escribo de las
obras (…) para sobrellevar los desgarros que los actores, y actrices desde
luego, producen en mí, me escinden a tal punto que ese desdoblamiento solo es
llevadero de la otra manera, vaciando toda esa pulsión en un texto.
Escribo de las obras (y
de la vida) para dejarme a mí mismo constancia del discurrir del mundo, develar
mis pesadillas, descubrir mis momentos de verdad —es larga y lenta espera en la
soledad de la butaca, en la oscuridad de la sala, en el silencio de la escena,
para develar un instante de misterio, el momento anhelado de verdad del
personaje—. Escribo de las obras, en fin, para ponerme a salvaguarda, para
ajustar cuentas con mi saldo en rojo de actuación. Cada obra a la que asisto de
mis compañeros de oficio me gratifica, así no se note en algunos comentarios.
Cada escena que reconstruyo ante la máquina de escribir vuelve, torna a mí con
la frescura de la actuación vívida que percibí en la sala”.
Óscar
González Hernández es un referente actual
de la crítica teatral, así como de de la asesoría literaria de algunos grupos
—el Teatro Oficina Central de los Sueños le rindió homenaje en días pasados por
esta labor—. Emite sus pensamientos por todas partes: El Colombiano y otros
periódicos, revistas virtuales y de papel, libros, programas radiales… Invita a
buscar un arte que no sea igual a la vida cotidiana. Y, a los espectadores, a
no ir en procura de un teatro obvio, facilista y simple, porque para encontrar
lo que fácilmente podemos entender no es preciso salir de casa, ni del baño
siquiera. González, quien también es poeta y ensayista, escribió en la revista
Viceversa:
“El teatro pues, está solamente en el verdadero teatro, la vida. Y por
ello mismo Ir y Estar en
teatro, es lo mismo (en su mismisidad) que Ir y Estar en
uno mismo, por lo que entonces es necesario hacer sentir la conciencia de que
el teatro es el mundo y la realidad en su totalidad inalienable e
indestructible. Y si teatro es todo esto, entonces nos poseemos en el teatro y
en él nos nombramos en medio del «absurdo»” (https://www.viceversa-mag.com/el-teatro-en-el-teatro/).
Retroalimentación
La
crítica y los comentarios teatrales se dirigen, en primer lugar, al público en
general. Un público que no es creador ni actor,
sino espectador. Por tanto, aquella contiene elementos narrativos, tanto de
interpretación como de opinión sobre un espectáculo. Le informa sobre la
trama de una obra y le indica qué puede esperar en ella, para que tome la decisión
de asistir o no a una función. También va dirigida a los artistas —directores, dramaturgos,
actores—, porque estimula el debate sobre las obras, pues constituye una forma
de retroalimentación.
El sector teatral no lo conforman solamente los artistas, las compañías, los grupos escénicos. También el público y el periodismo que hay en torno a ellos. Es más sencillo entender esta idea si observamos, por ejemplo, el fútbol. Son importantes los futbolistas y los entrenadores, pero también los hinchas, los espectadores y los periodistas. ¿Quién se atrevería a negar que Wbeimar Muñoz Ceballos ha sido un hombre de fútbol, solo porque no haya saltado al terreno de juego enfundado en pantalones cortos y medias hasta las rodillas? Ha sido importante desde el comentario radial detrás de un micrófono, como el Pibe Valderrama desde el campo de juego detrás de un balón. Todo lo que circunda el espectáculo ayuda a enriquecerlo. Por tanto, ambas caras de la moneda, la actividad teatral y la cobertura periodística y académica, se nutren y alientan mutuamente.
Que viva el teatro!!!
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