(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 14 de marzo de 2024)
Según la Cámara Colombiana del Libro, los colombianos leemos un poco más hoy que ayer. Si bien esto no significa que leamos mejor, alegra cualquier progreso en este tema.
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Fiesta del Libro de Medellín. Foto cortesía Camilo Suárez, El Colombiano. |
El
disfrute del arte y, en este, de la literatura, ha sido siempre un asunto de la
minoría. Cuando más, de “la inmensa minoría”, como dice el lema de la HJCK, la
emisora bogotana dedicada a manifestaciones culturales desde hace más de 70
años.
Nadie
debe extrañarse de que haya menos personas que disfruten de la visita a un
museo, al teatro o de la lectura de un libro, que la que goza con los deportes,
en primer lugar el fútbol. Y si vamos a seguir por esta línea de reflexiones, consideremos
que entre quienes disfrutan los deportes, tanto asistiendo a las canchas y las pistas
como observándolos a través de medios de comunicación, hay una cantidad indefinida
de esos contados seres que se divierten con el arte y los libros.
Así
ha sido siempre, desde que el mundo es mundo. O, por lo menos, desde que existe
la escritura y los libros en cualquier formato, sean tablas, paredes, rollos de
papiro, folios encuadernados…
Por
esto, muchos celebran, y hasta con razón, la última encuesta de la Cámara
Colombiana del Libro sobre Hábitos de lectura, visita a bibliotecas y compra de
libros durante 2023, realizada en octubre del año pasado en todo el país y
publicada hace unos cuantos días. Al parecer, los colombianos mayores de 18
años estamos leyendo casi cuatro libros por año, en promedio. Más que antes.
¿Antes de qué? Pues antes de dicho estudio. Porque, según el Dane, en el
decenio pasado, el promedio de lectura era de dos libros por persona en el
lapso de doce meses. Y hace 20 años, los índices eran más bajos incluso. Claro,
esto es motivo de festejo, porque la lectura sigue siendo la manera más
efectiva de transmitir y recrear las culturas, y de incentivar la capacidad
intelectual de los pueblos, asuntos que deben derivar no en otra cosa que en
solucionar problemas reales y cotidianos, y en fomentar el espíritu crítico ante
los pensamientos dominantes, lo cual consigue ciudadanos menos dependientes.
La
encuesta les deja claras varias cosas a las autoridades, los industriales y los
negociantes de libros. De 52 millones de individuos que suma la población
colombiana, el 72 por ciento lee y el otro 28 por ciento no lee. Al traducirlo
a números de personas, lo cual es un poco —solo un poco— más digerible que en
porcentajes, quiere decir que unos 37 millones pertenecen al grupo de los que
leen alguna cosa, y 15 millones, al de los que no pasan los ojos por ningún
texto. Estos argumentan que no les gusta, no saben hacerlo, no tienen tiempo o
cualquier otro motivo.
Mientras
en el siglo pasado era casi un refrán y, como tal, se repetía sin pensar en él,
que la región del país donde más lectores había era la costa Caribe, esto
parece haber cambiado. Antioquia y el Eje Cafetero lideran el estudio. Son
cuatro departamentos con casi 10 millones de habitantes. Nueve de cada diez
personas de esta geografía montañosa respondieron a los encuestadores que tienen
el hábito de la lectura. Le siguen el Centro, el Oriente y Bogotá.
El
placer es el principal motivo de quienes tienen hábitos lectores. Por eso, no
es raro que lo que más se lea sean relatos literarios. Religión y esoterismo
ocupan el segundo renglón de los temas preferidos.
Y
a pesar de que ahora los más de los mortales nos embelesamos con las pantallas
de los dispositivos digitales, el libro de papel sigue ocupando el primer sitio
entre los formatos preferidos por quienes leen.
La
pandemia del covid-19, que causó tantos males, mató a tanta gente y produjo
tantas tristezas, por otra parte dejó algo para celebrar. En ella, no pocas
personas encontraron en la lectura uno de los mecanismos de escape del encierro,
la angustia y la realidad indeseada. El tiempo de incertidumbre quedó atrás, al
menos por ahora, y algunos sujetos ya le habían tomado gusto a la lectura y
siguieron practicándola.
En
fin, basta de cifras y datos. Se lee un poco más que antes y, lo
entendemos, esto es lo que cuenta y se
festeja. Si son muchos o pocos lectores, buenos o malos lectores, muchos o
pocos libros… Los índices de lectura constituyen un asunto relativo, comparable
solamente con el mismo país —como cuando un individuo habla de sus hábitos de
lectura: sería inútil y carecería de sentido compararlos con los de otras
personas—. Porque si cotejamos nuestros números con los de la India, por
ejemplo, tanto en promedio de lectores como de libros leídos por año y de cantidad
de tiempo diario invertido en esta tarea, los que ahora nos alegran se nos
antojarían ínfimos. Los números desnudos no dicen mucho. Ellos son resultado de
un sinfín de variables: la tradición de los hábitos lectores de una sociedad,
el prestigio que tengan las manifestaciones culturales entre los ciudadanos, la
convicción que haya desde hace tiempo entre los gobernantes sobre la necesidad
de alentar la lectura para fomentar la imaginación, el pensamiento, los saberes
y el conocimiento…
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