(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 18 al 24 de marzo de 2024)
Como si se hubiera metido un clavo
por la suela del zapato, así, martirizados, hemos pasado desde hace un mes: el
16 de febrero se cumplieron 60 años de la muerte de Fernando González y apenas
ahora hacemos manera de evocarlo.
En sus libros, el Brujo de
Otraparte escribe claro, sin florecitas ni adornos. Exhorta a no avergonzarnos por
ser quienes somos —mulatos y mestizos— ni lamentar no ser europeos o gringos.
Nuestro modo de sentir, pensar y actuar también es válido.
En Viaje a pie, relato de un recorrido por el Occidente del país, pinta
las señales físicas y culturales de los habitantes; reflexiona sobre sus costumbres
y creencias, y enseña que la meta es el camino. En Los negroides explica el sentido de la identidad cultural, esa
conciencia pertenecer a un grupo, y advierte que los latinoamericanos debemos
despojarnos de la vanidad. En El maestro
de escuela expone la idea del “grande hombre incomprendido”, ese que culpa a
los demás y a las circunstancias de su incapacidad y sus actos mediocres.
Además de escribir con desparpajo,
experimenta con la novela; no se siente atado con el asunto de los géneros
literarios.
Su pensamiento sigue vigente, como recién estrenado. En la actualidad, se diluyen las nociones de origen y sentido de pertenencia; las mentiras se hacen verdades y las verdades, mentiras. Entonces González acude para recordarnos que la verdadera filosofía está en no mentir. El engaño otorga quizás un triunfito pasajero a quien lo comete, pero representa un lastre para la especie, un fracaso que difícilmente podamos superar.
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