viernes, 29 de marzo de 2024

Eduardo Escobar

(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 26 al 31 de marzo de 2024)

 


Eduardo Escobar, el más joven entre los fundadores del Nadaísmo, tenía la chispa del paisa. Gozón, conversador, alborotado. Lo conocí en Jardín, Antioquia, en el certamen Narrativas Pueblerinas de 2017, donde hablamos de Manuel Mejía Vallejo. Pidió aguardiente. Contó que le debía un dolor y una alegría al autor de Aire de tango. El dolor: haberle robado una novia, “el más hermoso bombón de Junín”. En su tristeza de adolescente, enviaba cartas a esa mujer amada, pero —se enteraría años después— Mejía Vallejo se las hacía romper sin abrirlas. La alegría: el mismo ladrón, en asocio con Óscar Hernández Monsalve, habría de publicarle posteriormente el poemario La invención de las uvas, en la editorial Papel Sobrante.


Escobar murió el 18 de marzo pasado. Nació en 1943. Ambos actos en Envigado. Recibió formación religiosa, pero renunció a su “intento de santidad”, como solía decir, y se dedicó a escribir poesía, cuento, periodismo y ensayo. Entre sus obras están: Cuac, Confesión mínima, Correspondencia violada y Ensayos e intentos.


Río de Letras invita a la lectura con una muestra de su ingenio creativo. Leamos algunos versos de “El fin del mundo”:


Hoy soy feliz:

el sol se está apagando sobre el mundo.

Todo va a terminar.

La muerte es amarilla sobre el río.

El universo será un puñado de sal para el mar.

La luz se transformará en jabón para la cara.

Los automóviles dormirán en las esquinas

y esperarán convertirse en garzas.

Yo esperaré la invasión de las garzas

que vendrán a fabricar sus nidos

en el corazón de los semáforos (…). 

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