(Columna
Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 26 de febrero al 2 de marzo de 2024)
Si
se pudieran observar los caminos de lecturas de las personas, se verían como
laberintos. Se escoge un libro por una búsqueda personal, por casualidad, por
insinuación de otro lector y, tal vez en mayor medida, por la presión
publicitaria de las grandes editoriales que inciden en los gustos de consumo. Aunque
distintos, los caminos individuales de las lecturas contienen muchas
coincidencias, las de las mismas obras de los mismos autores. Como si el
universo de la creación literaria no fuera casi infinito.
Pregunto:
¿por qué leer solo a los que impone la industria editorial? ¿Por qué no leer
también a los que están fuera de los reflectores de la gran maquinaria? Quizás
estén marginados de los grandes conglomerados editoriales porque sus obras
corren riesgos y hacen experimentos que esos emporios no se atreven a apoyar
porque quieren ir a la fija, ir a lo que conocen del gusto de los lectores
promedio.
Quienes
publican en editoriales universitarias e independientes se someten, como en las
más reconocidas marcas, a un proceso de lecturas y evaluaciones, a cargo de
lectores y editores expertos, que revisan exhaustivamente las obras antes de
aprobarlas.
La propuesta es, pues, leer de todo: obras de escritores clásicos y contemporáneos, arropados por la publicidad y descobijados de esta. Solo así podremos disponer de un amplio espectro de la literatura del país o la región, de una polifonía de modos de percibir el mundo, y de un abanico ancho de propuestas estéticas que den cuenta de la manera cómo los humanos resuelven sus tensiones.
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