(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 28 de junio de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/la-inflacion-del-ego-CG24880828
Los
adjetivos soberbio, vanidoso y demás afines, parecen existir más que nada para
hablar de escritores, poetas y artistas en general.
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Narciso, de Caravaggio. |
Otra vez vuelve a la mente Fernando González en el año en que se cumplen 60 años de su muerte. Ahora es por el tema de la vanidad, que a propósito de muerte, esta se encarga de llevársela o evaporarla. Y no solo se la lleva o la evapora cuando llega la hora última, en la que los humanos se despojan de vicios y virtudes como de una piyama raída, sino que la sola certeza del final, hace absurda o, más que absurda, ridícula cualquier forma de soberbia.
En Los negroides,
el filósofo explica desde la primera página:
“Vanidad significa carencia de sustancia; apariencia vacía.
Decimos “vano de la ventana”, fruto vano” (…)
Acto de vanidad es el ejecutado para ser considerado
socialmente. Aparentar es el fin del vanidoso.
Vanidoso es quien obra, no por íntima determinación, sino
atendiendo a la consideración social.
Vanidad es la ausencia de motivos íntimos, propios, y la
hipertrofia del deseo de ser considerado”.
¿Y a qué vino tal evocación de las enseñanzas de González?
Fue a partir de una conversación suscitada durante una sesión del taller de
narrativa A mano alzada, que sucede, por cierto, en Otraparte, la casa museo del
autor, aunque no recuerdo bien por qué alguno de los integrantes llegó a la
pregunta: ¿por qué muchos escritores, aun más los poetas, y los artistas en
general, son vanidosos o tienen el ego tan elevado?
Esta pregunta es pertinente; es resultado de una realidad
incontestable. Gran número de escritores, poetas y artistas van por el mundo
como levitando. Cuando se dirigen a los demás, a esos otros que sí huellan con
sus pies la tierra, lo hacen como desde un escenario que ellos, sin duda, deben
imaginar. (Los hay en otras áreas, como las de los médicos y los abogados, lo
sé, pero ahora estamos hablando de los escritores, poetas y artistas.)
Pocas cosas tan fastidiosas como relacionarse con esa
multitud de presumidos, que miran a los demás como desde lo alto de un
campanario. Y nada tan deprimente como notar la genuflexión, la actitud
aduladora de muchas personas hacia los creadores. A veces pienso, no sé, que
los escritores, poetas y artistas envanecidos suponen que con su pose
deslumbran al mundo, y quienes los adulan consideran que son más grandes que aquellos
otros escritores, poetas y artistas sencillos.
A propósito, Tomás Eloy Martínez, el escritor y periodista
argentino, en el Vuelo de la reina
—una novela en la que un periodista soberbio se obsesiona con acceder a los
afectos de una colega mucho más joven—, expresa su maravilla por hallar en nuestro
idioma tantas palabras para referirse a esa peste, la de la soberbios en
general. “Vanidad,
vanagloria, presunción, jactancia, menosprecio, altanería, fatuidad. Todos son variables de la soberbia” (…). “Creo que no en todas las lenguas hay tantas formas de decir lo mismo”. Y
lanza esta perla: “el extremo mayor de la soberbia es creerse hijo de Dios”.
Puedo suponer que Tomás Eloy Martínez (1934-2010) era
consciente de que no hay sinónimos en estricto sentido de la palabra. Los
vocablos, aunque designen asuntos similares, poseen una sutil diferencia entre
ellos y, por tanto, quien habla o escribe debe escoger el que resulte preciso
en su mensaje. Sin embargo, es innegable la semejanza de sus significados. Y
parecido también el hartazgo que en sus pobres interlocutores causa el vanidoso,
el que se vanagloria, el presumido, el jactancioso, el menospreciativo, el altanero
o el fatuo.
Volviendo al cuento, no tiene que ser así. Los creadores no
tienen que ser petulantes. De hecho, existen escritores y poetas sencillos, y unos
tantos, incluso, humildes. Los conozco. Por ejemplo… a ver… esperen… sí… los
hay… sé de algunos. Ya hablaré de ellos.
Mientras halló sus nombres —los tengo guardados en un cajóncito
de la neurona treintaitrés—, pensemos por un momento, que tal vez los más
grandes y los más sabios no deben tener un ápice de vanidosos. Porque entienden
que ninguna acción humana es perfecta. Que por nuestras realizaciones tenemos
una deuda impagable con millones de seres que nos han antecedido en su paso por
la Tierra y no han ahorrado esfuerzos para aportar al desarrollo de las ideas. Dicho
de otro modo, nuestros pensamientos y creaciones son la suma de millones de pensamientos
y creaciones anteriores, solo que transformados, recreados y a veces, solo a
veces, algo enriquecidos a la manera de cada uno. En suma, porque estamos
sostenidos en hombros de gigantes, como suele decirse.
Además, hay otra razón para no envanecerse. La expresó como
pocos Porfirio Barba Jacob en su “Balada de la loca alegría”:
"La muerte viene, todo será polvo:
¡polvo de Hidalgo, polvo de Bolívar,
polvo en la urna, y rota ya la urna,
polvo en la ceguedad del aquilón!”
Un sabio como el mismo González ¿qué de vanidoso podría tener?
No lo digo solo por lo enseñado en Los negroides,
sino por toda una filosofía que considera la autenticidad y la autoexpresión dos
claves de la trascendencia. Él se vació en los libros, se desnudó, como dice
él, y alguien desnudo pierde cualquier posibilidad de envanecerse.
¿Cómo podría ser vanidoso Franz Kafka, ese sujeto tímido y
enfermizo, que explora la insignificancia del ser humano, criatura condenada a
un destino cruel e impredecible? Según sus amigos, no creía en la importancia
de su obra ni le interesaba el reconocimiento. Por eso, desde el lecho en el que
habría de morir de tuberculosis, ordenó que quemaran todas sus creaciones.
La arrogancia, dicen los psicólogos, es una compensación que
ocurre en el ego de un ser, como producto de tener una autoimagen inflada. Sí, sí,
como Narciso, el personaje de la mitología griega, hijo del dios fluvial Céfiso
y la ninfa azul Liríope. Yo también estaba pensando en ese. Por su
engreimiento, Némesis lo castigó haciendo que se enamorara de su propia imagen.
Pero uno dice, este personaje era más que un pobre human(it)o mortal. Tenía de
qué envanecerse. Pero no, tampoco. La soberbia es fastidiosa en hombres y
dioses.
Por supuesto, bromeaba cuando fingía no conocer escritores, poetas
y artistas sencillos. Muchos de ellos no son odiosos. Esto es obvio. Pero, no
los mencionaré, no sea que se les suba el halago a la cabeza y se echen a
perder.
Creo que escritores, poetas, artistas e incluso periodistas
pedantes o presumidos van perdiendo ante la vida. Los creadores vivimos del
contacto con las personas de todas las clases y pelambres. De observarlas, de
hablar con ellas para conocer sus historias que quizá después habremos de
contar. Si alguien llega encaramado en los zancos de la soberbia, establece una
barrera que no puede romperse ni siquiera a golpes de mazo y cincel.
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