Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, el 19 de junio de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/afilar-una-lengua-nueva-BP24813406
En la lengua viaja la cultura de un pueblo. Aprender una diferente a la materna tiene su complejidad. Más aun el intento de hacer con ella literatura.
Hay pocas cosas más trascendentales en la vida de un ser que la de irse de casa. Por cualquier motivo: el deseo de independencia, la imposición de otros o el rigor de la Naturaleza iracunda.
Entre
esas pocas cosas más trascendentales está la de migrar de idioma. Nacer y
aprender a hablar en uno y, de pronto, irse a vivir a otro. Porque uno le debe
la vida a la lengua. Con ella subsiste, se relaciona con otros seres para ganarse
el pan como suele decirse y alcanzar cualquier nivel de desarrollo personal.
Con la lengua se expresan deseos, sentimientos, necesidades y creencias. Por
eso, complicado resulta aprender otro idioma y, por medio de él, una cultura
diferente.
En
la escala de dificultades por la que estamos ascendiendo, tal vez en un escaño
más alto esté el de intentar hacer arte con el nuevo idioma. Por tal motivo he
mirado con cierto arrobamiento a aquellos creadores que han migrado del idioma
materno a otro y hecho literatura y poesía en el que han adoptado o, mejor
dicho, en el que los ha adoptado a ellos. Y con cierto asombro a aquellos que
lo han hecho de forma brillante.
Uno
de los casos más admirables es el de Milan Kundera. El autor checo comenzó
primero a perder su patria y hasta su identidad, desde la expulsión del Partido
Comunista en 1950, cinco años después de haber ingresado, por supuestas
acciones en contra del organismo. Tal incidente le sirvió de tema en La broma, novela de 1967, una sátira al
totalitarismo en la era comunista. A Ludvik Jahn, el personaje central, lo excluyen
del Partido, envían al exilio y condenan a trabajar en las minas. Todo por un chiste
que le hace a su novia en una carta en la que alude a Troski. Con los años, las
grandiosas novelas del escritor —La
insoportable levedad del ser, La vida está en otra parte, La despedida…— fueron prohibidas en su
país. Kundera, desempleado, debió resolver la subsistencia con trabajos
informales e incipientes, como el de profesor de piano o escritor del tarot en
una revista, pues, para lo primero tenía inmenso dominio y para lo segundo,
gran imaginación.
Sin
nacionalidad, porque el gobierno se la retiró, entendió que la vida estaba en
otra parte. Emigró a París con su esposa, Vera
Hrabankova. Allí se hizo profesor de literatura y fue adaptándose a
la cultura y al idioma. Escribió todavía algunas obras en checo —El libro de la risa y el olvido y La inmortalidad— y, a partir de 1993 —dieciocho
años después de su llegada— comenzó a crear en francés directamente. En este
idioma escribió las novelas La lentitud,
La identidad, La ignorancia y La
fiesta de la insignificancia, así como los ensayos El telón (sobre el arte de la novela), Los testamentos traicionados y Un
reencuentro (varios escritos sobre el totalitarismo). Y tanto en checo como
en francés, sus obras rebozan de reflexiones y humor negro.
Absurdo
Al
francés también fue a dar, muchos años antes, Samuel Beckett, el irlandés que
llevó una vida agitada y tormentosa. Agitada, porque se vio envuelto en líos de
faldas, como cuando sostuvo romances con tres mujeres por separado y sin
consenso, de modo que no podría hablarse de un antecedente del poliamor; fue
blanco de escándalos jurídicos y señalado de ateo en su país natal de
catolicismo acérrimo; estuvo inmiscuido en militancias políticas anti nazis; se
ganó la vida como recadero; sedujo a la hija de James Joyce, Lucía, solo por
acercarse al genial autor del Ulises (lo
cual él mismo le revelaría, causándole, no solo el consabido descorazonamiento,
sino esquizofrenia). Y tormentosa porque peleó con su madre; sufrió lo
indecible tras la muerte de su padre, al punto que lo internaron en un hospital
psiquiátrico durante meses, y, más que nada, porque entendía que ni la vida ni
el mundo tienen sentido y Dios no existe. Era un sujeto pesimista que expresó
la tragedia con un humor sazonado en la salsa del existencialismo. Después de
algunas obras en inglés —las novelas Molloy
y Malone muere, y el ensayo Proust, entre otras— y de decir
abiertamente que prefería una Francia en guerra que una Irlanda en paz, se
radicó en el país galo. Y fue en la Ciudad Luz y en francés que escribió lo más
grueso de su obra: la novela El
innombrable y las piezas teatrales Los
días felices, Acto sin palabras, La última cinta (llevada a las tablas por el
Teatro Oficina Central de los Sueños, con actuación de Ramiro Tejada y
dirección de Jaiver Jurado) y Esperando
Godot (que puso en escena el Teatro Matacandelas, con dirección de
Cristóbal Peláez).
El
absurdo beckettiano hace que la vida resulte una tragicomedia. Para referirnos
solo a las dos últimas obras mencionadas, digamos que con La última cinta, el autor encontró su camino literario. En ella, un
sujeto avejentado, aislado en su habitación, escucha una y otra vez las cintas
que grabó en su juventud y decide grabar una última cinta con sus impresiones
sobre sí mismo en el pasado. Con Esperando
a Godot hace evidentes el tedio y la falta de sentido de la existencia. Dos
vagabundos, Vladimir y Estragon, esperan a un tal Godot que nunca llega y el
lector —o espectador— jamás conoce. Algunos creen que Godot representa a Dios,
pero Beckett negó siempre esta interpretación.
“VLADIMIR. —Dis quelque chose!
ESTRAGON.
—Je cherche.
(Long
silence).
VLADIMIR
(angois). —Dis n'importe quoi!
ESTRAGON.
—Qu'est-ce qu'on fait maintenant?
VLADIMIR.
—On attend Godot.
ESTRAGON.
—C'est vrai.
VLADIMIR.
—Ce que c'est difficile!
ESTRAGON.
—Si tu chantais?”
En
español:
VLADIMIR. —¡Di algo!
ESTRAGÓN. —Yo busco.
(Largo silencio.)
VLADIMIR (ansioso). —¡Di
cualquier cosa!
ESTRAGÓN. —¿Qué hacemos ahora?
VLADIMIR. —Estamos esperando a
Godot.
Estragón. —Es verdad.
VLADIMIR. —¡Qué difícil es!
ESTRAGÓN. —¿Y si cantaras?
Un mar de ejemplos
Otro
caso fascinante es el de Joseph Conrad. Comencemos por desenmarañar la
geografía de su origen. Este escritor polaco nació en Berdyczów, una ciudad que
al momento de su nacimiento, el 3 de diciembre de 1857, hacía parte del Imperio
ruso y hoy hace parte de Ucrania. Quedó huérfano de padre y madre cuando
estrenaba adolescencia. Desde entonces salió de su tierra. Vivió primero en un
país cercano. Después se hizo a la mar y trabajó en barcos. Se nacionalizó
británico y en inglés creó sus maravillas literarias en las que trata sobre la
vulnerabilidad del ser humano y la inestabilidad de la existencia. Dos
aprendizajes fundamentales obtenidos de ese gran profesor: el océano. El negro del Narcizo, El corazón de las
tinieblas, El duelo, El agente secreto son algunos de sus relatos, en los
que no faltan la zozobra ni la reflexión.
En
1917 apareció The shadow-line (La línea
de sombra), una aventura de colonización, en la cual marineros viajan al Oriente y a lo más hondo del corazón humano. Observemos cómo los
primeros dos párrafos, que sirven de introducción a las peripecias, surgen como
un trasatlántico en el horizonte, que va creciendo ante nuestros ojos desde la
insignificancia de un dedal hasta la grandiosidad de una ciudad flotante:
“Only the young have such moments. I don’t mean the very young.
No. The very young have, properly speaking, no moments. It is the privilege of
early youth to live in advance of its days in all the beautiful continuity of
hope which knows no pauses and no introspection.
One closes behind one the little gate of mere boyishness—and
enters an enchanted garden. Its very shades glow with promise. Every turn of
the path has its seduction. And it isn’t because it is an undiscovered country.
One knows well enough that all mankind had streamed that way. It is the charm
of universal experience from which one expects an uncommon or personal
sensation—a bit of one’s own”.
Así los han traducido al español:
“Solo los jóvenes conocen momentos semejantes. No quiero decir los
muy jóvenes, no; pues estos, a decir verdad, no tienen momentos. Vivir más allá
de sus días, en esa magnífica continuidad de esperanza que ignora toda pausa y
toda introspección, es el privilegio de la primera juventud.
Cierra uno tras sí la puertecita de la infancia, y penetra en un
jardín encantado. Hasta sus mismas sombras tienen un resplandor de promesa.
Cada recodo del sendero posee su seducción. Y no a causa del atractivo que
ofrece un país desconocido, pues de sobra sabe uno que por allí ha pasado la
corriente de la humanidad entera. Es el encanto de una experiencia universal,
de la que esperamos una sensación extraordinaria y personal, la revelación de
un algo de nuestro yo”.
Algunos otros casos de creadores que migraron de lengua son los de
Vladimir Nabokov, el de Lolita, quien
nació en Rusia y en el idioma ruso, y escribió en inglés; Chimamanda Ngozi Adichie, la de La flor púrpura (Purple hibiscus), nigeriana, cuyo idioma natal es el igbo y escribe en
inglés, y Antonio Tabucchi, el de Sostiene
Pereira, de nacionalidad y lengua italianas, quien escribió en su idioma
original y también en portugués. La lista sigue, cómo no, pero los mencionados
bastan como ejemplos para ayudarme a señalar el fenómeno de irse de un idioma a
otro a manifestar pensamientos, sentimientos y reflexiones, no solo en la vida
corriente, en la que habría, tal vez, posibilidades de aclarar dos o tres veces
lo que se desea decir, sino elevar la comunicación de lo básico y simple al
arte verdadero.
Excelentes ejemplos de grandeza literaria, si es difícil cambiar de cotidianidad, ahora de idioma...
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