(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano, el 7 de junio de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/kafka-en-el-laberinto-ED24724176
Se cumplen cien años de la muerte de Franz Kafka, uno de los escritores más influyentes en autores y lectores. Exploró la insignificancia del individuo.
Como nadie tiene obligación de saber algo, supongamos que uno ignora quién es Franz Kafka. Y supongamos que de pronto le cae a las manos un librito, supongamos, El proceso, y se arroje a leerlo sin antes detenerse en la solapa donde aparecen datos del autor (Alguien debe haber calumniado a Josef K, porque una mañana, sin que hubiera hecho nada malo, lo detuvieron...). A partir de la lectura, bien podría pensar que Kafka es colombiano. La pequeñez de los ciudadanos ante el establecimiento, la distancia e inaccesibilidad que aquellos padecen ante este (La jerarquía y la gradación del tribunal eran infinitas e inabarcables incluso para los iniciados…), la burocracia, las circunstancias que parecen absurdas, estrambóticas, en las que seres humanos buscan su esencia sin mayor esperanza y sentido a la existencia sin mucha claridad. (¿Quién era? ¿Un amigo? ¿Una buena persona? ¿Alguien involucrado? ¿Alguien que quería ayudar? ¿Era uno solo? ¿Eran todos? ¿Era posible alguna ayuda?...)
Uno
cierra el libro todavía soportando en la garganta las manos de un hombre, sí, está
bien, no en la de uno, “en la garganta de K, mientras el otro le clavaba el
cuchillo profundamente en el corazón”. Identificado con K, alberga un
sentimiento de impotencia por asistirlo mientras se enfrenta a esa realidad
absurda de encontrarse de buenas a primeras en un embrollo que no entiende ni
sabe cómo diablos vino a dar en él… Un laberinto sin centro. Entonces uno comprende
que nada entiende sobre la vida y, menos, sobre la vida en sociedad. Y descubre
que la ley es algo así como un juego de azar.
Cargado
pues con este problema que antes de leer el librito aquel ignoraba tener, tal vez
busque afanoso la biografía de ese autor que percibe tan cercano y habla de un
asunto tan local. Lee y vuelve a leer, incrédulo, que este escritor ¡nació en Praga,
Imperio austrohúngaro! —la actual capital de la República Checa— , el tres de
julio de 1883 y murió en un sanatorio de Kierling, Austria, el tres de junio de
hace cien años, después de soportar durante meses una tuberculosis crónica. No,
no es un vecino, no es un paisano, aunque cuente historias de sujetos que sufren
las mismas tragedias laberínticas que uno. A pesar de que hable de seres que, como
uno, son juguetes del destino, la sociedad y el Estado.
Dejemos
ya el desesperante juego de no saber quién es Kafka —aunque, la verdad, nadie
lo sabe a ciencia cierta; uno no sabe siquiera quién es uno mismo—. En la lista
de creadores influyentes sobre los demás escritores y lectores del mundo está
entre los primeros. También entre los más leídos y los más citados. Es rey
entre los psicólogos, pues encuentran en sus personajes y situaciones la
explicación de complejos y delirios. De sociólogos, porque lo que expresa el
checo no son los males de unos cuantos, sino de una sociedad enferma y aplastante,
y de un Estado manipulador y enajenante. De los lingüistas, porque sus relatos
están plagados de símbolos de divertida complejidad.
Hasta
quienes no lo han leído o acaso han pasado los ojos por cualquier librito que
les hubiera caído en las manos, tal vez para hacer la tarea en una asignatura de
colegio o universidad, usan con propiedad un vocablo que da cuenta de la
incidencia de este autor en la mentalidad de todos: kafkiano o kafkiana. Cualquiera
sabe que se refiere a una situación insólita, laberíntica, absurda, angustiosa,
como las de sus obras.
La metamorfosis
Como
casi todo el mundo, la primera obra que leí de Kafka fue La metamorfosis. Era adolescente. Es decir, estaba en esa etapa de
metamorfosis, que uno sufre sin saber en qué raro bicho habrá de convertirse. Solitario
e incomprendido. Y como muchos lectores que sienten conexión con personajes de
historias, sentí la mía con Gregorio Samsa, sí, sí, el sujeto aquel que un mal
día amaneció convertido en cucaracha. Entendí que pertenecía a una familia semejante
a la suya. Un padre aplastante; una madre que creía tener las respuestas, y las
otras personas, esas que daban la impresión de saber más sobre todas las cosas,
parecían destinadas a sumar peso al fardo de la confusión. Sentía la presión en
la casa y en el colegio.
«“¿Qué tal si
siguiera durmiendo un poco más y olvidara todas esas bobadas?”, pensó. Pero era
totalmente irrealizable, porque tenía la costumbre de dormir sobre el lado
derecho y, en su estado actual, no logró colocarse en esta postura. Aunque se
lanzara sobre su costado derecho con fuerza, siempre volvía, con un balanceo, a
la posición dorsal. Trató de hacerlo unas cien veces, cerrando los ojos para no
ver las patas, que daban pena, y desistió cuando empezó a sentir en el costado
un dolorcillo sordo que nunca había experimentado».
Después me di
cuenta de que había sido engañado: la traducción del título original, Die
Verwandlung, debería ser La
transformación. Si el autor hubiera querido titularlo La metamorfosis hubiera empleado la expresión Die metamorphose. Pero lo dejé pasar y no me ofendí: en la
vida hay engaños peores.
Algunos
interpretan esta obra como un reflejo de la sociedad autoritaria, burocrática,
que rechaza o desdeña al diferente, y este termina por aislarse o hasta por
perecer. Otros creen encontrar en ella la nostalgia del autor por la identidad
judía de sus abuelos y la sensación de no encajar en la sociedad católica de
Praga. En fin, lo dicho: esta y las demás obras han dado un mar espumoso para
los hermeneutas de la literatura, los psicólogos, los sociólogos, los
profesores, los periodistas, que nadan felices en esa fuente inagotable de
símbolos.
Sus cuentos,
novelas y cartas señalan el sentido individualista de la sociedad moderna, el
vacío espiritual, la desesperanza, el desasosiego. El ser humano busca estar en
comunidad, no tanto para integrarse, sino para juntar su soledad a la de otros y
no pensar en ello. Ni en nada. Porque entre la muchedumbre, las personas somos
invisibles.
La libertad
Y
se encuentran más coincidencias con nuestro medio cuando se leen sus cartas y
sus Diarios (1910-1913):
“Domingo,
19 de julio de 1910, dormir, despertar, dormir, despertar, perra vida.
Si
me pongo a pensarlo, tengo que decir que, en muchos sentidos, mi educación me
ha perjudicado mucho. No obstante, no me eduqué en ningún lugar apartado, en
alguna ruina en las montañas; no podría encontrar una sola palabra de reproche
contra esta posibilidad. Aun a riesgo de que todos mis maestros pasados no
puedan comprenderlo, me hubiese gustado y habría preferido ser ese pequeño
habitante de unas ruinas, tostado por el sol, el cual, entre los escombros,
sobre la hiedra tibia, me habría iluminado por todas partes, aunque al
principio me habría sentido débil bajo el peso de mis buenas cualidades, unas
cualidades que habrían crecido en mí con la fuerza con que crecen las malas
hierbas”.
Y
con palabras distintas, este párrafo se repite dos, tres veces, como para no dejar
duda de que se trata de un domingo de tedio.
Y
ahora que nos detenemos en los Diarios,
de los que decía no se separaría jamás porque constituían las “pruebas de que
uno ha vivido, ha mirado a su alrededor y ha anotado observaciones incluso en
estados de ánimo que hoy parecen insoportables”, en ellos encontramos que Kafka
hallaba en los sueños un surtidor de ideas maravillosas.
“Hoy
he soñado con un asno parecido a un galgo, que era muy reservado en sus movimientos.
Le observé detenidamente, porque era consciente de la rareza del fenómeno, pero
no conservo más que el recuerdo de que sus delgados pies humanos no me acababan
de gustar a causa de su longitud y simetría. Le ofrecí ramitas de ciprés,
frescas, de color verde oscuro, que me acababa de dar una vieja dama de Zurich
(todo ello ocurría en Zurich); pero él no las quiso, se limitó a olisquearlas
un poco; pero luego, cuando las dejé en una mesa, se las comió tan
completamente que no quedó más que un núcleo como una castaña, apenas
reconocible. Más tarde se habló de que dicho asno aún no había andado nunca a
cuatro patas, sino que siempre se mantenía erguido como una persona y mostraba
su pecho de brillo plateado y su barriguita. Pero en realidad no era cierto”.
Kafka,
figura del realismo y de la literatura fantástica, también lo es del absurdo,
el expresionismo y el existencialismo.
Pensar
que en su corta vida alternó la escritura con la profesión de abogado y tuvo
puesto en una firma italiana de seguros de accidentes laborales. Era amigo de
escritores y escritoras, y publicó algunas pocas obras. Entre estas, La metamorfosis, Contemplación
(narraciones), parte de América (o El
desaparecido —obra de la cual la Oficina Central de los Sueños realizó un
montaje plausible)… Por eso se afirma que en vida pasó más bien desconocido.
Aunque al decir de una de sus amigas, Milena
Jesenská, la destinataria de Cartas a Milena,
no le importaba el reconocimiento. La mayor parte de la obra de
Kafka es póstuma. Se conoce porque su amigo Max Brod, abogado y albacea, no
cumplió con una petición del autor de destruir los manuscritos. El proceso, El castillo, La condena, La
muralla china, Correspondencia, Diarios y otros. En suma, la humanidad
también está en deuda perpetua con Brod por su desobediencia.
Supongamos ahora que uno sabe quién es Franz Kafka. Sus lecturas permiten entender de una vez por todas que el problema no es la libertad, porque la libertad no existe.
Hola Profe John. Muy buena relatoría de la obra del gran Kafka.
ResponderBorrarHola Profe John. Muy buena relatoría de la obra del gran Kafka.
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