(Columna
Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 5 al 11 de agosto de 2024)
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Felipe Ossa. Foto del blog Buga por Siempre |
Más
que vender libros, un librero contagia pasión por ellos. He conocido a varios;
no muchos. Hablaré de uno de carne y hueso, linfa y sangre, y otro de ficción.
Felipe
Ossa, de la librería Nacional, murió el 21 de julio pasado. Bogotano, criado en
Buga, aprendió a leer en los cómics. En 60 años de oficio, destinó horas diarias a leer de arte, filosofía, literatura… Porque no se puede ser librero sin ser
lector.
Me
le acerqué a través de Bernardo Hoyos, periodista cultural, una mañana de abril
de 2011. Grabarían un espacio radial sobre novedades editoriales, en una sede
bogotana de la librería. Sentados en una salita, ante una mesa llena de libros,
tras oír la voz del productor, “Grabando”, soltaron su erudición. Cogían un
volumen, luego otro. Más que reseñas, emitían comentarios dicientes.
“Ah,
Massimo Manfredi —dijo Felipe—. Este arqueólogo y novelista prácticamente vive en
la antigüedad. En Aléxandros cuenta que
nadie se resistía al influjo del héroe de Macedonia, quien fue antes alumno de
Aristóteles. Reinó desde los veinte años y jamás lo vencieron en guerra (…). Una
mujer, Roxana, lo alentó a conquistar la India (…)”. Más autores y obras
disímiles (Fernando Pessoa, Drama en
gente; Giacomo Casanova, Mis
aventuras con monjas, “en las que seguramente tiene que haber ficción,
Bernardo, no crea”), y para todos hubo opiniones frescas.
El otro es el señor Koreander, figura de Michel Ende. Movió el interés de Bastian por La historia interminable, que él estaba leyendo. Bastian se haría protagonista de esta novela. Esto hace un librero.
Los libreros son como seres mágicos que nos conectan con la literatura y el arte, recuerdo mucho a Chalo el del ocio, en nuestro pueblo
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