(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 18 de agosto de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/la-hamaca-grande-y-la-educacion-AG25236776
Los suicidios de dos estudiantes del área de la salud por estrés universitario sugieren que los métodos brutales de enseñanza siguen vigentes.
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"La letra con sangre entra", cuadro de Francisco de Goya. Propiedad del Gobierno de Aragón, España. |
Hasta 2012, creía que la expresión “La letra con sangre entra” era un refrán, un dicho popular que repetían los viejos como repiten tantos otros. Salí de la ignorancia cuando tuve la fortuna de conversar con el compositor Adolfo Pacheco Anillo para escribir su historia y publicarla en El Colombiano. Se titula: “Adolfo Pacheco, cantor del mestizaje”. Hace parte del libro Vida y milagros (crónicas, reportajes y perfiles) —Editorial UPB, 2014—.
En ella cuenta su vida, desde sus ancestros ocañeros,
contrabandistas de tabaco; pasando por el establecimiento de su familia en San
Jacinto, la música como eje de las relaciones, por influencia de su madre;
hasta su consolidación como músico, en contravía de los deseos de su padre,
quien veía en el arte de los sonidos una forma de perdición. “La hamaca
grande”, “El viejo Miguel”, “El mochuelo”, “Mercedes”, “Tu cabellera” son
algunas de las composiciones más conocidas de Pacheco.
En la conversación, contó que había una intensa rivalidad
folclórica entre los sabaneros y los habitantes del Cesar y la Guajira,
fomentada por personajes reconocidos como Rafael Escalona Martínez y Consuelo
Araújo Noguera, la Cacica. El motivo era que estos creían que su expresión
musical era superior a la de los sabaneros. En los festivales y concursos
organizados por los de la Guajira y el Cesar, no premiaban ni reconocían a los
artistas de las sabanas de Bolívar, Córdoba y Sucre. Adolfo Pacheco Anillo resolvió
tal rivalidad con el paseo “La hamaca grande”, en cuya letra hay una propuesta
de conciliación. En lugar de ensañarse en la pelea —absurda por demás, porque
una cultura no es superior ni inferior a otra, y las expresiones artísticas y
folclóricas de un pueblo tampoco son mejores ni peores que las de otro— propone
a los sabaneros llevar de regalo a los del Valle de Upar una hamaca grande,
símbolo de su región, en la que cupieran todos los habitantes de los
departamentos del Caribe.
En aquella charla, el maestro Pacheco se refirió a su
formación, en especial la más temprana. Fue entonces cuando mencionó la tal
expresión. Dijo que en el Instituto Rodríguez, de San Jacinto, su pueblo, la
educación era lancasteriana. Me sacó de la ignorancia al contarme que Joseph
Lancaster fue un cuáquero inglés, reformista educativo que sostenía un modelo,
llamado lancasteriano por su apellido, cuya filosofía era “la letra con sangre
entra”. Añadió de paso que tal propuesta, basada en el maltrato físico y
psicológico, dejó una cantidad incalculable de personas frustradas, de las
cuales, muchas desertaron de la escuela. Que a él lo separaron pronto de
aquella forma de aprender y que, de no haber sido así, tal vez hubiera crecido
con una forma de pensar diferente, ligada al resentimiento y el desquite, y tal
vez no hubiera compuesto “La hamaca grande”. No dijo más.
Sentado a horcajadas, precisamente en una hamaca sanjacintera, instalada en una de las habitaciones de la
vivienda, acompañado de guitarra, cantó:
Compadre
Ramón, compadre Ramón
Le hago la visita pa que me acepte la invitación
Quiero, con afecto, llevar al Valle cofres de plata
Una bella serenata con música de acordeón
Una bella serenata con música de acordeón
Con notas y con folclor de la tierra de la hamaca
Ay, acompáñenme,
acompáñenme
A un collar de cumbia sanjacintera, llevo en mi canto
Con Adolfo Pacheco y un viejo son de Toño Fernández
Y llevo una hamaca grande, más grande que el cerro 'e Maco
Y llevo una hamaca grande, más grande que el cerro 'e Maco
Pa que el pueblo vallenato, meciéndose en ella cante.
Después, ya en la sala de redacción, al acopiar la
documentación complementaria para el reportaje, consulté al respecto. Joseph
Lancaster (1778-1838) planteaba una lógica según la cual el estudiante aprendía
si era lacerado. “La letra con sangre entra y la labor con dolor” era su lema.
Fuertes críticas por maltrato infantil hicieron que Lancaster saliera de
Londres. Llegó a América Latina. Bolívar lo invitó a Colombia para implementar
su método. Abrió colegios en Bogotá, Lima, Quito y Caracas.
Su modelo educativo y otros derivados de este primaron en
nuestro medio hasta los años sesenta y setenta del siglo XX. Golpes, castigos,
palabras humillantes, burlas hacían parte de ellos. El temor y la inseguridad
se apoderaban de los alumnos a la hora de las evaluaciones, en especial cuando
se exhibían en público sus conocimientos. El miedo a equivocarse, el terror a
la humillación y la vergüenza ante los demás compañeros fomentaban la
infelicidad y la deserción.
El periodista Santy Martínez, en su espacio deportivo radial,
contó la semana pasada que, en su infancia, fue testigo de prácticas degradantes
en el ámbito escolar. Una de ellas consistía arrinconar y dejar solo al alumno
que no supiera la lección durante un rato, y, durante la duración del castigo, hacerlo
portar un letrero en el que se leía: “Burro”.
Por su parte, Gustavo Álvarez Gardeazábal me recordó que en nuestro
país y, en general, los de Iberoamérica, la Iglesia católica tuvo el monopolio
de la educación durante mucho tiempo y adoptó el método del inglés en sus
instituciones.
Los críticos de este modelo, los de la Escuela Nueva y otras
pedagogías humanistas contemporáneas (como Henry Portela, de la Universidad de
Caldas), sostienen que subestima la capacidad de los sujetos y los condiciona
para la acción. Las propuestas de enseñanza deben reconocer a los alumnos para
que crezcan y se descubran a sí mismos. Total, pedagogía, la ciencia que
estudia los modelos y teorías educativas, tiene su etimología en los vocablos
griegos paidos («niño») y gogía («conducir» o «llevar»).
El concepto hacía referencia al esclavo que
llevaba al niño a la escuela; ese era el
pedagogo. Luego se entendió al método mediante el cual se guía a un individuo o
grupo al conocimiento.
Uno de los
precursores de los métodos humanistas es el filósofo y escritor Fernando
González. En Los Negroides enseñó: “La pedagogía consiste en la práctica de los modos para
ayudar a otros a encontrarse; el pedagogo es partero. No lo es el que enseña,
función vulgar, sino el que conduce a los otros por sus respectivos caminos
hacia sus originales fuentes. Nadie puede enseñar; el hombre llega a la
sabiduría por el sendero de su propio dolor, o sea, consumiéndose”.
Cuando González habla de dolor (“el sendero de su propio
dolor”), no se refiere al daño físico causado por un humano a otro para
incrustarle los conocimientos a golpes. Alude a la sensación de incomodidad que
suele sentirse al experimentar la vida. Un dolor espiritual, podría decirse, que
sucede cada vez que una experiencia modela un poco más la plastilina del alma.
Hace tiempos no oye hablar de los métodos represivos en la
educación. Nadie habla ya de los reglazos que les daban los profesores a los
alumnos en las manos por no saber las tablas de multiplicar ni los verbos
irregulares. En cambio, por todas partes se habla de modelos educativos basados
en modelos humanistas que valoran a los alumnos.
Sin embargo, todo indica que la brutalidad no ha
desaparecido. Las noticias de los suicidios de Catalina Gutiérrez y Catalina
Ayazayu, ambas alumnas de programas del área de la salud, así lo confirman. La
primera, de una universidad bogotana; la otra de una institución chilena.
Gutiérrez tomó la fatal decisión en julio anterior; Ayazayu, en marzo pasado.
Las dos, motivadas al parecer por no aguantar más los maltratos de (in)ciertos profesores.
Tras la muerte de cada una, decenas de compañeros suyos se atrevieron a dejar testimonios
en las redes sociales. Confirman que en algunas universidades, al menos en el
área de la salud, existen profesores que practican métodos poco saludables. Los
maltratos, las humillaciones, los largos horarios, las discriminaciones y el machismo
están a la orden del día.
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