sábado, 24 de agosto de 2024

Lo local es ancho y ajeno

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 20 de agosto de 2024)



https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/lo-local-es-ancho-y-ajeno-JG25236924



Al hablar del territorio propio en los relatos literarios, no termina la discusión entre quienes consideran que se trata de una visión parroquial por parte del autor y los que creen valioso y natural tener como referencia el espacio conocido.

 

Centro de Medellín. Foto El Colombiano.


De modo que numerosos autores del mundo han escrito sobre sus territorios. Joyce, O. Henry, Dos Passos, Faulkner, Dostoievski, Tolstoi, Victor Hugo, Carrasquilla, Álvarez Gardeazábal… En fin, creo que todos lo hacemos. El del lugar donde se vive es, sin duda, un tema o un escenario que nos fluye natural a la hora de contar.


Escribir sobre el barrio y sobre el municipio no es un asunto de parroquialismo. Obedece a ese sentido de pertenencia e identidad cultural. Parroquial y limitado puede ser, más bien, la forma de abordar los temas. Por ejemplo, si en los textos hay muestras de chovinismo, es decir, de exaltación desmesurada de nuestra tierra sobre las demás.


Además, podríamos recurrir a la conocida recomendación de Lev Tolstoi a un narrador: “Si quieres ser universal, habla de tu aldea”. Ideas semejantes las han emitido centenas de personas. Por ejemplo, Platón la expresó de esta otra manera: “Lo que sucedió al mundo, sucedió en tu aldea primero”.


Hay regiones del planeta —no digamos “sobrecontadas” o contadas de más— que han sido narradas con abundancia y sin complejos. París aparece en la obra de Balzac. En las ochenta y siete novelas de La comedia humana habla de tal ciudad, de los ciudadanos, de los provincianos, del consumismo imperante entre los habitantes… En las de Victor Hugo también. En Los miserables cuenta hasta de rincones lumpenescos. De la gente marginal y la establecida, de la infraestructura (incluidos los alcantarillados), el habla popular, como el caló, y en Nuestra señora de París estudia la arquitectura de la capital francesa, su transformación desde la Edad Media hasta el Renacimiento; En Los misterios de París, Eugenio Sue lleva al lector adonde no suelen conducirlo ni siquiera los periódicos sensacionalistas: parajes habitados por hampones, inquilinatos, burdeles…


Nueva York ha sido contada por John Dos Passos. En Manhattan Transfer y El Paralelo 42 da direcciones exactas de oficinas y cuenta qué hay en una cuadra y otra, junto al mar y en el centro. O. Henry, por su parte, decía que podía hacer un cuento hasta de la carta de menú de un restaurante de la gran manzana…


Joyce relata en Ulises y Dublineses cómo viven sus paisanos de la capital, irlandesa, los sitios que visitan —cafés, carnicerías—…


Conan Doyle revela a Londres en las aventuras de Sherlock Holmes.


Katherine Anne Porter es una periodista y escritora texana dueña de un estilo excelso que nos invita a leer y releer sus novelas y cuentos a cada rato. De ella, Truman Capote dijo: “Hay escritores y artistas. Katherine Anne Porter pertenece sin duda a la segunda categoría”. Nació en 1890, es decir, cuarenta y cinco años después de que Estados Unidos anexara a Texas y a otros territorios mexicanos a cambio de un vulgar puñado de dólares. Como los límites culturales no corresponden con los administrativos, el intercambio de su tierra natal con México seguía siendo notorio en tiempos de Porter; así queda claro en sus obras. Los habitantes de sus relatos, la mayoría campesinos y pueblerinos, hablan del país azteca, de sus pueblos. Allá tienen sus amigos, llevan sus productos y compran artículos. Las costumbres son las mismas. Incluso, tiene relatos escenificados en Cuernavaca, Xochimilco y Tehuantepec. Total, ella vivió en México, trabajó en un periódico mexicano y compartió con algunos intelectuales de izquierda, como el artista Diego Rivera, y conocía con solvencia estos territorios.


Hacienda comienza así:


“Ver a Kennerly tomar el tren rodeado de personas de piel oscura de clase inferior bien valía el precio de un billete. A falta de otro plan, Andreiev y yo seguimos la estela de su avance de gigante (era un hombre de estatura descomunal, pues aunque físicamente tal vez fuera solo una cabeza más alto que el indio más cercano, su estatura moral en ese momento excedía todo cálculo) por el vagón de segunda clase en el que nos habíamos subido, en nuestras prisas por equivocación… Acaecida ya la verdadera revolución de sagrada memoria en México, los nombres de muchas cosas han cambiado, casi siempre con el propósito de aparentar un mayor bienestar para todas las criaturas, de modo que ya no se puede viajar en tercera clase, por pobre o humilde o tacaño que se sea. Se puede ir en segunda, en alegre desorden y sociabilidad, o en primera, en sobria comodidad; o, si se prefiere, puede uno instalarse, a un alto precio, en la suntuosa felpa del coche cama, aislado y envidiado como cualquier triunfal general norteño. «¡Ah, es hermoso como un coche cama!», dice el mexicano de clase media cuando desea alabar algo con toda sinceridad”.


Los personajes de sus relatos son latinos, más que gringos. Cuando aparecen estos, dan la impresión de ser los fuereños, los visitantes que están allí de paso. Y si se quedan a vivir o pasar una temporada, siguen siendo considerados extranjeros. Hay calor, desierto, tunas, caballos y ganado.


De América Latina, México ha sido un territorio atractivo para muchos. No solo los propios, Rulfo, Fuentes o Paz, sino también para foráneos como Graham Greene, quien en El poder y la gloria lo recorre palmo a palmo tras los pasos de un religioso que, en los años treinta del siglo XX, es perseguido por las autoridades, porque el Gobierno había prohibido el catolicismo en aquella época. La Habana y Buenos Aires también han tenido quiénes las cuenten de una manera más o menos abundante. Lima y las regiones peruanas aparecen en relatos de Vargas Llosa, Manuel Scorza y Santiago Roncagliolo.


En Colombia. Cepeda Samudio, Zapata Olivella y Germán Espinosa han hablado de Cartagena; Ramón Illán Bacca y Gabriel García Márquez, de Barranquilla; Andrés Caicedo, de Cali; Carrasquilla, los Nadaístas, Darío Ruiz Gómez, Fernando González, Jorge Franco, Tomás González, etcétera, de Medellín y otros lugares antioqueños.


De este etcétera, recordemos a uno que no evocan tanto: Jaime Espinel. Nacido en 1940 y muerto en 2010, ambos actos en Medellín, y cofundador del movimiento Nadaísta con Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar y otros, solía decir: “Escribo sobre lo que conozco; no puedo escribir sobre otra cosa”. Incluso, esta afirmación sirve de epígrafe al libro Nadaísta bandido, publicado por Ediciones Unaula en 2019. Sus relatos se escenifican en Medellín —con predilección por el centro y Manrique—, municipios de Antioquia y departamentos del Eje Cafetero, así como Nueva York, donde lo llevaron sus pasos.


Chamorro muere en la víspera es un cuento de Espinel incluido en el volumen mencionado, cuenta de un juego de niños de policías y ladrones en los solares de Manrique. Su epígrafe es un poema, también juguetón, basado en “Los maderos de san Juan”, de José Asunción Silva:

 

“En Manrique si te dan pide kilos pide pan

en Manrique trique-triqui

en Manroque el doble troque.

En Manrique dong don dong las campanas

por mi Don.

En Manrique un dobletriqui

en Manhattan se nos matan

en Manroque el despelote

de Man Rique

¡Triqui! ¡Triqui!

En Manrique te lo dan por un kilo tu ¡Pám!

¡Pám!

En Manrique dong don dong las campanas

por el Don”.

 

El cuento es un canto a los juegos de una infancia sucedida a mediados del siglo pasado y a las costumbres cotidianas de un barrio. A la diversión en los terrenos vacíos de la comuna nororiental, que ya no existen. Las primeras líneas son estas:

 

“Solo a nosotros se nos puede ocurrir ponernos a jugar los policías y ladrones en este solar tan enfangado después del aguacero. ¿Solar? Un enorme fangal  al descampado con campamentos de arbusticos y sanjoaquines desde las calles que lo rodean hasta el cauce de la quebrada El Ahorcado que lo parte en dos: una tajada para el norte y otra tajada para el sur; un Manrique que se macromanriquea a partir de ese lote, donde ahora penetramos armados hasta los dientes con las opacas espadas de palo, las ametralladoras de tambor chispeante, las largas Luggers entre la pretina. De entrada, nuestros pies de quince años se hunden en el fango. Todavía no sabíamos quiénes iban a ser los policías y quiénes los ladrones (aunque a la larga guerra es guerra y uno pelea contra el enemigo por bueno o malo que sea), y ya estábamos casi tascados en el pantano. Había llovido todo el día y por eso no habíamos querido jugar. Pero cuando nos decidimos a hacerlo, me tocó huir con un grupo que se desplazó de la casa de Rodrigo Pareja en los límites de la quebrada y en lugar del cauce decidimos cruzar por las escaleras del edificio, cruzar la carrera calibre cuarenta y cinco, la cancha de fútbol y el cobertizo donde todavía moraban unos viejos tranvías y nos metimos por el túnel que forma la quebrada bajo la calle para seguir quebrada abajo y agarrar al enemigo por la espalda sin ser vistos”.


Así, pues, hablar de lo cercano es hablar del mundo entero. Aludir a un tiempo específico —pasado, presente o futuro— es hacer historia. Y a más de esto, referirse a lo vivido por uno, de manera fiel o tergiversada, es casi hablar de lo vivido por todos. En cualquier momento y en cualquier lugar, donde haya alguien escribiendo letras detrás de letras, palabras detrás de palabras, oraciones detrás de otras para conformar poemas o relatos, sentimos necesidad y tendencia a hablar de nuestra casa, nuestro barrio, el ámbito en el que nos movemos como peces, más que felices, cómodos.


3 comentarios:

  1. Excelente artículo, con un cierre didáctico e inspirador.

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  2. John, me parece muy acertado su articulo sobre el ámbito geográfico y socio cultural que nos acompaña en la escritura sobre todo en las obras de ficción. Hay siempre una reminiscencia de ello, aún en los ámbitos de la Ciencia Ficción.
    Solo me gustaría incluir en su recuento a escritores como Guillermo Cabrera Infante que con Tres tristes tígueres,
    La Habana para un infante difunto, y Amanecer en el trópico ofrecen una radiografía de la capital cubana, comparable a las descripciones de los escritores franceses que usted menciona en su artículo... Como el muchos otros novelistas cubanos, dominicanos, y argentinos han recreado sus espacios culturales, sus ciudades, con tribulaciones y vivencias encomiables.

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  3. Impresionante el cambio del juego de la niñez de policías y ladrones, a la dura realidad de las bandas despues...

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