sábado, 31 de agosto de 2024

Brindis literario

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 30 de agosto de 2024) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/brindis-literario-PF25316832


Las dedicatorias, muestras de afecto y generosidad de los creadores hacia seres importantes para ellos, bien podrían constituir una categoría narrativa.

 

Las obras literarias no comienzan con las primeras palabras de una historia, “Érase una vez” o como cada cual quiera empezar a relatar las peripecias de un personaje. No. Inician con esos elementos un tanto anteriores, que se quedan en el quicio de la puerta, como si una especie de pudor o respeto les impidiera entrar: el prefacio, la advertencia, los epígrafes, las dedicatorias y demás complementos. Es conveniente observarlos todos para decir que hemos leído la obra completa.


Entre esos componentes, las dedicatorias tienen un carácter íntimo, o por lo menos personal, que se hace público porque el autor ventila a los ojos del mundo la existencia de alguien o algo que merece el ofrecimiento de un regalo. Sí, una dedicatoria es un regalo. Cada cual dedica lo mejor de sí y de su tarea: un gol, una canción, un esfuerzo sobresaliente, un ascenso laboral, un pequeño tesoro que caprichosamente le brindó el azar al doblar la esquina…


Las dedicatorias de los libros son una ofrenda de amor, amistad o gratitud. No son elementos prescindibles. Pueden considerarse un género literario menor. De hecho, muchos creadores parecen haberlo considerado de este modo a lo largo del tiempo, a juzgar por las inspiradas composiciones que hacen para halagar a alguien o algo.


Si bien un ofrecimiento como “Para Regina”, que se halla en Sangre sabia, la novela de Flannery O’Connor, no tiene mucho de original y tal vez no halla requerido un gran trabajo neuronal, debemos valorarlo, pues, por sí solo muestra un sentimiento de la creadora hacia otro ser y, al mismo tiempo, revela una característica encomiable de aquella: que para expresar tal sentimiento estuvo dispuesta a brindarle lo más preciado de su cesta de labores.


Uno de quienes han valorado este componente es Jorge Luis Borges. Al ofrecer el poemario La cifra a su compañera, aludió así al tema:


“De la serie de hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don, un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo.


Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre. Yo pronuncio ahora su nombre, María Kodama. Cuántas mañanas, cuántos mares, cuántos jardines del Oriente y del Occidente, cuánto Virgilio.”

 

 

Ayer

Las dedicatorias se usan desde la antigüedad. A veces, los creadores ofrecían sus obras a una divinidad. Una de las dedicatorias más conocidas de la Edad Media es la que hizo Boccacio en su Decamerón a ninguna persona en especial y a las mujeres en general, su público preferido:


“¿Y quién podría negar que, por pequeño que sea, no convenga mucho más claro a las amables mujeres que a los hombres? Ellas esconden en sus delicados pechos, pudorosos y avergonzados, las llamas de su amor, cuya fuerza es mejor que la de los visibles, como saben cuantos las han probado y las prueban. Además de esto, las mujeres […] viven la mayoría del tiempo encerradas en el círculo de sus estancias […] entregándose a diversos pensamientos que no siempre pueden ser alegres.”


En el Renacimiento, más que en cualquier otra época, ciertos autores no envolvían el regalo en esos sentimientos nobles del desinterés y la generosidad. Dedicaban el libro a algún sujeto dueño de poder económico o político, que pudiera beneficiarlos materialmente, al menos con el patrocinio para la publicación de la obra. Para no rebuscar demasiado, mencionemos a Miguel de Cervantes Saavedra. Dedicó la primera parte de El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha al Duque de Bejar, con un panegírico:


“Al Duque de Bejar, Marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de la Puebla de Alcocer, señor de las Villas de Capilla, Curiel y Burguillos


En fe del buen acogimiento y honra que hace vuestra excelencia a toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado de sacar a la luz al Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, al abrigo del clarísimo nombre de vuestra excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos que, no conteniéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de vuestra excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.”


Pero ese Duque no satisfizo las expectativas del Manco de Lepanto. Por eso optó por dedicar al Conde de Lemos la segunda parte del Quijote y varios libros más: Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Novelas ejemplares y Las ocho comedias y ocho entremeses. En el ofrecimiento hizo un texto de ficción en el que alude a un supuesto encuentro con un mensajero del Emperador de China, quien, supuestamente, deseaba nombrarlo rector de un colegio donde se leyera el libro.


Volviendo al espíritu noble de las dedicatorias, Erasmo de Rotterdam ofreció el Elogio de la locura a su amigo Tomás Moro, el de la Utopía, prestigioso parlamentario y abogado inglés, a quien tienen por santo los católicos tanto romanos como anglicanos. Y, bueno, aparte de regalarle el libro, le pidió protección ante los posibles ataques de los críticos que llegara a tener el volumen. Estos son dos pequeños fragmentos del mensaje:


“Erasmo de Rotterdam a su amigo Tomás Moro: salud


Durante el viaje que hice no ha mucho de Italia a Inglaterra, con el fin de no malgastar en conversaciones triviales e insípidas todo el tiempo que tuve que ir a caballo, resolví ya meditar de cuando en cuando en nuestros comunes estudios, ya complacerme con el recuerdo de los amigos entrañables y doctísimos que dejé en esta tierra.


Entre estos, mi querido Moro, tú ocupabas el primer lugar. Tal recuerdo no me deleitaba menos de lo que acostumbraba deleitarme a tu lado, que es la cosa del mundo, bien puedo asegurarlo, que me ha producido más dulce contentamiento. Pero como había que ocuparse en algo al fin y al cabo, y la ocasión era poco acomodada para las profundas meditaciones, pensé componer un Elogio de la Necedad.


(…) no solo has de recibir gustoso este discursillo como un recuerdo de tu amigo, sino que también debes tomarlo bajo tu protección, pues, desde el momento en que te lo dedico, es ya tuyo y no mío. Porque quizá no falten criticastros que lo censuren, diciendo unos que estas son bagatelas indignas de un teólogo; otros, que son muy mordaces para no herir la moderación cristiana, y repetirán a grandes gritos que resucitamos la comedia antigua, que copiamos a Luciano, y que lo desgarramos todo a dentelladas”.


 

Hoy

Acorde con su corazón, sensible e infantil, Antoine de Saint-Exupéry, después de haber dedicado El principito a León Werth, pasó a disculparse con su público, los niños:


“Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños (…)”.


Hay quienes han aprovechado este elemento también para reír. Tomás Carrasquilla dedicó La marquesa de Yolombó al caricaturista Pepe Mexía:


“A José Félix Mejía Arango


Pepe:


Te dedico este mamotreto, ya que tanto me has empujado para que lo escriba.


A ti, caricaturista y dibujante de tan subido modernismo y partidario de los figurones y contrahechos, que hoy privan en las pinturas decorativas, no deben disgustarte del todo los mamarrachos tan acentuados y los fondos tan escandalosos, que saco en estos cronicones. Puede que no te fastidie, tampoco, la manera ordinaria y tosca de que me he valido, en esta vez más que en las otras.


En todo caso, ahí te va esto, con la estimación de tu tío y amigo,


Tomás Carrasquilla”.

 

Bueno, aquí nos quedaríamos leyendo dedicatorias como si ninguno de nosotros tuviera algo más qué hacer en la vida. Miremos nada más unas cuantas que pertenecen a la categoría de curiosas y originales.


Charles Bukowski ofreció Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones “A Linda King que me lo trajo y se lo llevará”; en Cartero escribió: “Esto se presenta como una obra de ficción y no está dedicado a nadie”, y a Pulp le puso este comentario: “Dedicado a la mala escritura”. Gabriel García Márquez brindó Los funerales de la mamá Grande “Al cocodrilo sagrado” —como solía llamar a su esposa, Mercedes Barcha—. Manuel Mejía Vallejo ofreció Aire de tango “A Balmore Álvarez, un amigo que cantaba. Y que otra noche murió de puñal”. Jean-Paul Sartre dedicó El ser y la nada “Al castor”. Fernando González ofrendó la novela Don Mirócletes “A las ceibas de la plaza de Envigado”. Camilo José Celá escribió así en La casa de Pascual Duarte: “Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera”.


Las dedicatorias son, sin duda, un gesto noble de un ser creador y sensible para con otro. Y, muchas veces, una composición ingeniosa.


Esta muestra no tiene intensión distinta a la de llamar la atención sobre su valor e invitar a no pasar de largo sobre ellas como si no merecieran la caricia de unos ojos afanados.


1 comentario:

  1. MARAVILLOSAS LAS DEDICATORIAS, SON LA MINIMA EXPRESION ESTILIZADA, DE UN SENTIMIENTO MUY GRANDE

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