Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 4 de septiembre de 2024)
https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/schehrazada-vendra-a-la-fiesta-del-libro-CA25342981
Cientos de obras se presentan en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Las mil y una noches está entre las antiguas novedades.
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"Schehrazada y el sultán Schariar", de ferdonand Keller (Berlin, Kunstsalon Fritz Gurlitt.) |
De Las mil y una noches se habla hoy como si fuera una novedad bibliográfica. Este volumen conformado por cuentos de la antigüedad y el Medioevo conserva la frescura de la publicación de las primeras versiones compilatorias hechas en Europa hace más de tres siglos. Sus relatos siguen emocionando a los niños de cualquier edad; poniendo a reflexionar a profesores; moviendo la discusión de los estudiosos; sirviendo de fuente inagotable de elementos creativos para escritores, poetas y productores de materiales audiovisuales del mundo entero, y dando tema a los columnistas literarios de todas las pelambres.
¿Acaso
hay alguien en el mundo, ¡uno solo!, que no conozca al menos de oídas la “Historia
de Aladino y la lámpara maravillosa” o ignore quiénes eran Simbad y Alí Babá? Los
relatos protagonizados por estos personajes han viajado a bordo del gran libro
y a veces por separado, como solistas, por así decirlo. Y también de este modo
han sido recibidos con entusiasmo. Vale decir que en las primeras ediciones
compilatorias, tampoco estaban incluidos.
“«(…)
¡Levántate ahora, Aladino, y recoge de entre los chaparros los tallos más secos
y los trozos de madera que encuentres y tráemelos! ¡Y entonces verás el
espectáculo gratuito a que yo te invito!» Y Aladino se levantó y se apresuró a
ir a recoger entre los chaparrales y los espinos una cantidad de tallos secos y
de palos y los llevó al mogrebino, el que dijo: «Eso es todo lo que necesito.
¡Retírate ahora y ven a colocarte detrás de mí!» Y Aladino obedeció a su tío y
fue a colocarse a cierta distancia de él a su espalda. Entonces el mogrebino
sacó del cinturón un eslabón que frotó y prendió el montón de ramas y de tallos
secos, que llamearon crepitantes. Y al momento sacó de su bolsillo una caja de
carey, la abrió y tomó una pizca de incienso, que él arrojó en medio del fuego.
Y se elevó una humareda muy espesa, que él se puso a desviar a un lado y otro
con sus manos, bisbiseando fórmulas en una lengua desconocida para Aladino. Y
en el mismo instante, tembló la tierra, y las rocas se levantaron de su base, y
el suelo se entreabrió en un espacio de cerca de diez codos de ancho. Y en el
fondo del agujero apareció una losa horizontal de mármol, de cinco codos de
ancha, llevando en su centro una argolla de bronce. Al ver esto, Aladino,
espantado, lanzó un grito y, cogiendo el extremo del vestido con sus dientes,
dio media vuelta y emprendió la huida, entregando sus piernas al viento. Pero
el mogrebino, de un salto, se lanzó sobre él y lo atrapó. Y lo miró con ojos
espantosos, lo sacudió teniéndole de una oreja y levantó las manos y le aplicó
una bofetada tan terrible que le faltó poco para saltar los dientes de Aladino,
que todo aturdido se hundió en el suelo. Ahora bien, el mogrebino solo le había
tratado de esa forma para dominarle de una vez para todas, dado que era
necesario para su operación y que sin él no podía intentar la empresa para la
que había venido”.
Claro,
la búsqueda del tesoro en aquel pasadizo estrecho. Pero detengamos aquí las
palabras de la narradora, la princesa Schehrazada, para que continuemos hablado
del volumen fabuloso del que ella es pieza fundamental. Para comentar, por
ejemplo, que en la décimo octava Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, que
irá del seis al quince de septiembre, este libro de libros será invitado de
honor e incluido en la Biblioteca de la Fiesta. Una acción notable es que,
según anunciaron los organizadores, repartirán ejemplares para que algo quede
en las mentes de quienes estén decididos a emprender el viaje por la
imaginación.
Las mil y una noches
es un conjunto de cuentos antiguos, originales de Persia (actual Irán), Egipto,
Marruecos, Siria, India y China. De China son, precisamente los de Aladino… y
Alí Babá… Es una de las más grandes creaciones humanas, favorita de la
mayor parte de los lectores del mundo. Creo
que entre las explicaciones de por qué no pierde el perfume de seducción, está,
cómo no, la de las asombrosas hazañas que viven sus personajes. Pescadores que
sacan baúles de ríos o mares con sus redes, bien colmados de piedras preciosas,
bien ocupados con cuerpos de mujeres desmembrados; viajeros que surcan las
aguas del océano y sus naves quedan varadas sobre lo que creen es una isla,
pero al cabo de unos días se dan cuenta de que es el lomo de una ballena; un hombre
de Persia roba a un ladrón y sus cuarenta secuaces…
Otra
razón es la aparición de seres fantásticos como genios, guls, efrits, hombres
simios, hechiceros, magos, que se relacionan con animales y humanos en
geografías reales o maravillosas.
Quizá
las razones mencionadas hasta aquí se resuman en que los ambientes y las
culturas orientales, su atmósfera enigmática, nos fascinan y hacen trizas
nuestra voluntad y nuestras formas occidentales de entendimiento.
Jorge
Luis Borges estuvo convencido de esto. Lo dejó dicho en el ensayo “Las mil y
una noches”, incluido en el libro Siete
noches.
“Un
acontecimiento capital de la historia de las naciones occidentales es el
descubrimiento del Oriente. Sería más exacto hablar de una conciencia del
Oriente, continua, comparable a la presencia de Persia en la historia griega”.
Así
es, por lo que significa Oriente para Occidente. Los de este hemisferio
encontramos misteriosos, místicos, extensos y casi incomprensible los procesos
culturales de Oriente. Y su lógica. A los pobladores de ese vasto sector del
planeta los percibimos dueños de gran espiritualidad y sabiduría, así como de
una cosmogonía maravillosa… En especial, a los de tiempos idos.
En
el ensayo, Borges se detiene a analizar el título, no solo por bello, sino por
el simbolismo de la cifra mil. Lejos del significado literal, se trata de un
número útil en muchos sitios del orbe para hablar de lo incontable, casi de lo
infinito. Creo que tiene razón. Hemos escuchado a algunos entre nosotros decir:
“me pidieron la cédula y mil cosas más”. Y sabemos que no son mil elementos
exactamente, sino muchos. Por eso —añade el argentino— agregarle una unidad al
infinito es comparable con esta declaración de amor: “Te amaré eternamente y
aún después”.
Y,
por supuesto, hay otra razón para que Las
mil y una noches resulte un conjunto de relatos envolvente: la estructura
narrativa y los recursos expresivos. En cuanto a la estructura, me refiero a
esa técnica denominada “relato enmarcado”, que consiste en la presentación de
una o varias historias incrustadas en una narración principal. Sí, como las
cajas chinas. Una grande tiene otra en su interior, que tiene otra en su
interior... Así, la narradora, Schehrazada, se vale de este truco para no perecer
y evitar que muchas otras mujeres perezcan.
Porque,
como recordarán, en las primeras páginas de Las mil y una noches, el rey
Shariar se entera de que la esposa de su hermano, el rey Schahzaman, tenía como
amante a un esclavo. Días después, se dio cuenta de que su propia esposa
también lo engañaba con alguien de la servidumbre. Dolidos, salieron de sus
pueblos y hallaron a un genio
que, aunque poderoso, era engañado por su compañera. Convencido de la maldad de
las mujeres, Shahriar regresa al palacio, se venga de la reina y opta por contraer
matrimonio cada noche con una doncella y decapitarla al día siguiente.
El
rey encarga a un visir la labor de
conseguirle las esposas. Cuando ya no puede hallar ninguna, su hija Scherazada
se ofrece a casarse con él, con la intención de acabar con la crueldad. Decide
contarle una historia, con el método de un relato dentro de otro, e interrumpirla
antes del amanecer, para ganar tiempo. La mujer logra mantenerlo atado con la poderosa cadena del suspenso
durante incontables noches, al cabo de las cuales, el señor decide concederle
el indulto por su gran inteligencia y desistir de su empeño en matar mujeres.
“—He
sabido, ¡oh, rey afortunado!, que había, en la antigüedad del tiempo y el
pasado de la edad y del momento, en la ciudad de Bagdad, un hombre que era de
oficio pescador, y se llamaba Califa. Y era un hombre tan pobre, tan
desgraciado y tan desnudo de todo, que no había podido jamás reunir los pocos
cobres necesarios para casarse; y quedó así soltero, en tanto que los más
pobres de los pobres tenían mujer e hijos. Sucedió que un día él se echó sobre
la espalda sus redes, según costumbre, y fue a la orilla del mar para echarlas
al amanecido, antes de la llegada de otros pescadores. Pero diez veces
consecutivas las lanzó sin coger absolutamente nada. Y su despecho fue enorme;
y su pecho se oprimió y su espíritu quedó perplejo; y se sentó en la ribera
presa de la desesperación. Pero acabó por calmar sus malos pensamientos, y
dijo: «¡Que Alá me perdone mi movimiento! ¡Solo existen recursos en él! ¿Él
provee el alimento de sus criaturas y él es el que nos da la persona que nos
puede quitar y el que rehúsa la persona que puede darnos! ¡Tomemos, pues, los
días buenos y los días malos como ellos vienen y preparemos un pecho henchido
de paciencia contra las desdichas! ¡Pues la mala fortuna es como el absceso,
que no se abre ni desaparece sino mediante pacientes cuidados!» Cuando el
pescador Califa se hubo reconfortado con esas palabras, se levantó
valerosamente, y, una vez remangado, se apretó el cinturón y se levantó el
vestido y lanzó sus redes al agua tan lejos cuanto podía alcanzar su brazo, y
aguardó un buen momento; después atrajo hacia sí la cuerda y tiró con todas sus
fuerzas; pero las redes estaban tan pesadas que tuvo que tomar infinitas
precauciones para sacarlas sin
romperlas. Y logró al fin, con mucha delicadeza; y, teniéndolas ante él, las
abrió con el corazón palpitante; pero solo halló un mono corpulento, tuerto y
estropeado”.
No
cuento qué sucedió después, si bueno, si malo, en esta “Historia de Califa el
pobre”. Total, en este libro mágico los asuntos del destino y de la fortuna son
copiosos. Solo digo que con él queda claro que los narradores más efectivos no
resumen las peripecias sino que las cuentan con detalles; los suficientes, ni
más ni menos. Y que las acciones van envueltas con los ricos elementos
culturales. Quienes salen a pescar como Califa, a intercambiar productos en el
zoco o en aldeas cercanas como algunos más o a navegar en busca de aventuras
como tantos otros, relatan cuentos, mencionan alimentos y preparaciones, hablan
de las costumbres de su tierra. Con las peripecias, revelan cómo viven en una
aldea lejana o en un país allende los mares. Qué comen, en qué creen, cómo se
organizan, qué piensan, cómo visten, qué hacen para entretenerse… Y sueltan
refranes: “Ninguna persona carece
de envidia”, “No hables de lo que no te concierne, pues oirás lo que no te
agradará”, “No todas las veces se
salva el cántaro”, “El origen de todas las enfermedades es el exceso de comida”.
Así,
ni modo de culpar al rey, o como dicen en ese Oriente Medio, al sultán, por
caer en la “trampa” del suspenso de la narradora genial. La suya es la misma
curiosidad nuestra y de todos los humanos del mundo. Una historia bien contada
y, más aun, una sarta de historias bien tejida, nos hace volar imaginariamente
hasta geografías lejanas. Imperceptibles bajo el sol ardiente, observamos a
personas con turbantes en sus cabezas, mujeres con manto en la cara y hombres
con cuidadas barbas, avanzar sentadas con las piernas cruzadas sobre sus
camellos que caminan en fila, detenerse a descansar bajo una palmera o armar su
tienda en mitad del desierto. Más tarde, cuando la noche llega, vemos servir la
sopa de pato con abundantes especias que acompañan con sorbetes azucarados y
vino; destapar el cesto de dátiles, dulces, pastas de almendras; escuchamos el sonido
del laúd y no perdemos de vista a la bailarina de movimientos sensuales, apenas
cubierta con velos dorados y adornada con pedrería.
No
sé si deba hacerlo, si sea prudente… Confieso que, la primera vez que leí estos
cuentos nocturnos, me defraude al enterarme, por boca de cualquier baboso
racionalista, inoportuno por demás, que las alfombras voladoras eran un
elemento imaginario, lo mismo que los genios de las botellas y los efrits. En
mi mente infantil se repetían las palabras del libro, potentes y claras como
una sirena de bomberos a la una de la madrugada: “¡Has de
saber que, en efecto, esta alfombra está dotada de una virtud invisible que
hace que al sentarse en ella sea uno transportado inmediatamente adonde quiera
ir, y con tanta rapidez, que se efectúa en menos tiempo del que se tarda en
cerrar un ojo y abrir el otro!”. Tras un debate interior, resolví
entonces creerle más bien a Scherazada,
la narradora de un libro sabio, no a un soquete que, lo más seguro, no
sabría señalar con su puerco dedo si le preguntaran dónde demonios queda el Oriente.
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