(Columna publicada en el semanario Gente, de El Colombiano, el viernes 8 de octubre de 2021)
“Acabo
de regresar de México”, dijo ella. “¿Qué hacías allá?”, preguntó él. “Nada, fui
a pasear. Y mi hermano viaja esta semana a Orlando”. “Qué bueno. Yo también me
largo a cualquier parte: estoy harto de encierro”.
Este
trozo de diálogo lo oí al pasar por el lado de un corrillo animado, en la
Fiesta del Libro. Hubiera podido ser en cualquier lugar, porque de esto se habla
hoy. De lo hastiados que estamos de esperar que las cosas pasen y retomar la
normalidad. No obstante, pensamos y actuamos con el deseo: como si hubiera
terminado la pandemia del covid-19.
Si
en el auge de la misma, hace unos meses, muchas personas andaban con el
tapabocas… en la mano, el bolsillo o debajo de nariz y boca, ahora la
despreocupación es mayor. No solo en nuestro medio. Es un fenómeno mundial.
Basta un ejemplo: el domingo pasado, para el clásico futbolero entre Boca y
River, en Buenos Aires, las autoridades permitieron la mitad del aforo del
estadio Monumental: unas 35 mil personas… pero se llenó. Más de 70 mil
presenciaron el cotejo.
Mientras
uno espera, parece atrancado en la eternidad. La vida en una estafa. Sentimos
como si nos la hubieran robado de un golpe artero. Sin embargo, hasta que la
Organización Mundial de la Salud no declare el fin de la pandemia —como declaró
su inicio el 11 de marzo de 2020— debemos seguir cuidándonos y no mofarnos de
quienes lo hacen.
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