(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN en la semana del 18 al 23 de octubre de 2021)
Algunos
escritores no tienen una obra extensa, pero sí excelsa. Uno de ellos es José
Eustasio Rivera. Su novela La Vorágine
es un clásico hispanoamericano; su poemario Tierra
de promisión, una creación tan auténtica que es fundamental en las letras
de nuestro país.
No podemos dejar
que se acabe 2021 sin detenernos en la segunda, un conjunto de 55 sonetos, porque
en este calendario se celebra un siglo de la primera edición.
El autor
nacido en 1888 en San Mateo, corregimiento de Neiva, elevado a la categoría de
municipio y nombrado Rivera en su honor, además de su amor por las letras
también profesaba un sentimiento profundo por el país. En comisiones oficiales
recorrió la Orinoquía, en límites con Venezuela, revisó las condiciones de vida
de los colonos y denunció las injusticias que se cometían contra los habitantes
de esas regiones excluidas de los beneficios del centralismo. En tales
recorridos jamás tuvo la actitud de un funcionario; lo embargaba la apasionada
sensibilidad del poeta y la integridad del hombre honrado. Conmovido por la exuberante
Naturaleza, con los ojos y el alma llenos de selva, escribió en el soneto XIV:
¡Soy un hijo del monte! Por su sitio más fresco
busco, siempre cantando, la sonora colmena;
y en las grutas silentes mi garganta se llena
de panales nectáreos y
de almendras de cuesco.
Bien podríamos
decir, como se habla en la calle, Rivera era “enfermo” por Colombia: debido a
sus idas a la selva, contrajo una malaria cerebral, que finalmente tal vez
causó su muerte, en Nueva York, el primero de diciembre de 1928.
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