viernes, 19 de abril de 2024

Apuestas

(Columna publicada en la la revista Generación de El Colombiano el 19 de abril  de 2024) 


https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/apuestas-HF24300546



Las apuestas están en todas partes. La política, los negocios, los deportes. En las noticias, ellas son protagonistas; en la literatura, también.

 

 

Apuesto que si leyeron Gastrónomos, del británico Roald Dahl, se divirtieron tanto como yo. No arriesgo al decir que abrieron los ojos como claraboyas de barco al repasar esa descabellada apuesta establecida por dos de los personajes, expertos en vinos. Uno de ellos debe adivinar la procedencia de una botella y dar las características. En juego están, por una parte, bienes raíces; por otra, la mano de una mujer (mejor dicho, todo su ser, porque, si no lo saben, cuando se dice “la mano”,  no es solo la mano, sino todo cuanto se vaya pegado a esta al agarrarla). Bueno y sé que han disfrutado, y también sufrido, con la situación realmente cómica y embarazosa a la vez que se suscita a partir de tal desafío en este cuento incluido en Relatos de lo inesperado.


Los viciosos y, en este caso, los apostadores, parecen no tener límite. Los de la historia siguen adelante. Para tranquilizar a su hija —mujer que sería el botín—, su padre le dice:


“—Ahora, escúchame, porque yo sé de qué se trata. El experto, al paladear un clarete, siempre que no sea algún vino famoso como Laffite o Latour, sólo puede dar un nombre aproximado de la viña. Naturalmente puede decir el distrito de Burdeos de donde viene el vino, sea St. Emilion, Pomerol, Graves o Médoc. Pero cada distrito tiene varias comarcas, pequeños condados, y cada condado tiene gran número de pequeños viñedos. Es imposible que un hombre pueda diferenciarlos por el gusto y el olor. No me importa decirte que éste que tengo aquí es vino de una pequeña viña rodeada de muchas otras y nunca podrá adivinarlo. Es imposible”.


En fin, apuesto que si no lo han leído, arden de deseo por saber qué pasa después. Dahl, fino en el manejo del humor negro, es conocido por Charlie en la fábrica de chocolate, Matilda, James y el melocotón gigante, Las brujas y otras narraciones. En Relatos de lo inesperado hay otro sobre una apuesta loca, un cuento que sucede en una isla del Caribe, con un hombre excéntrico que viste de blanco y un cadillac verde. Titula Hombre del sur.

 

Apuesto que no saben por qué estamos hablando de relatos de apuestas. Pues, por los escándalos que se repiten en el fútbol. Primero, los dirigentes de este deporte dejaron entrar el cáncer a la actividad, aceptando a las casas de apuestas como patrocinadoras y, después, se quejan porque los apostadores corrompen a futbolistas, árbitros, dirigentes… ¿Acaso los muy ingenuos suponían que quienes suelen arriesgar sumas de dinero por acertar en los resultados son ángeles que, cuando descansan de su labor de guardas, se divierten sanamente viendo a los insignificantes humanos corriendo detrás de un balón?


En el mundo entero hay escándalos. Cerca de aquí, en Bolivia, suspendieron el campeonato hace unos meses para investigar y sancionar a los integrantes de una red de apostadores que enturbiaron el balompié. Hace unos días, un jugador de un equipo de ese país cuyo nombre es la consigna de los boy scouts dicha en inglés, denunció que lo llamó no supo quién desde el Paraguay para ofrecerle un soborno a cambio de que se hiciera mostrar tarjeta amarilla en un partido de la Copa Sudamericana, todavía en disputa.


Y más cerca aun, dirigentes de un equipo de la costa Caribe colombiana, participante en el torneo de ascenso, denunciaron ante la Fiscalía a varios de sus jugadores por asuntos parecidos y los separaron del plantel.


Por eso, en lugar de creer en la transparencia de los espectáculos en los que se mueven grandes capitales e intereses, más bien sigamos leyendo relatos de apuestas y apostadores, porque en la literatura, aquellas son más entretenidas y estos tienen más imaginación.


Apuesto que nadie olvida 50 de a mil, el cuento de Ernest Heminguay en el que un boxeador viejo, al enfrentarse a un joven, se deja arrastrar por el favoritismo del otro y, para hacerse a unos pesos, apuesta contra sí mismo. Ah, si ya lo han olvidado, no les recuerdo quién ganó la pelea para que no me digan aguafiestas.


O qué tal otras obras en las que las apuestas, sí, son una adicción, un infierno del cual es difícil, muy difícil, salir, pero los jugadores no son sujetos inmorales que compran a nadie; simplemente se entregan confiados a la suerte o el infortunio. El jugador, de Fedor Dostoievski, relata la historia de un tal Alexéi Ivanovich, quien espera la muerte de una tía, vieja, enferma y acaudalada. Lejos de recibir la noticia esperada, no gana sino desgracias. En alguna parte, este clásico entre clásicos dice:


Pero, en fin, había recibido su encargo: ganar a la ruleta de la manera que fuese. No tenía tiempo para pensar con qué fin y con cuánta rapidez era menester ganar y qué nuevas combinaciones surgían en aquella cabeza siempre entregada al cálculo. Además, en los últimos quince días habían entrado en juego nuevos factores, de los cuales aún no tenía idea. Era preciso averiguar todo ello, adentrarse en muchas cuestiones y cuanto antes mejor. Pero de momento no había tiempo. Tenía que ir a la ruleta.


El cartero, de Charles Bukowski, cuenta de un hombre que, además de fornicar, beber y repartir cartas, se entrega a las apuestas en el hipódromo y gana como si se hubiera bañado con abundante ruda californiana.


O ese otro cuento, La apuesta, de Antón Chéjov, en el que un banquero, un jurista, periodistas, gente de ciencia y otras personas debaten si la pena de muerte es moralmente más inhumana y anticristiana que la reclusión perpetua o viceversa. Las opiniones se dividen. Los ánimos se caldean más a cada momento, especialmente entre el banquero y el jurista.


“—¡No es cierto! Apuesto dos millones a que usted no aguantaría en la prisión ni cinco años.


—Si usted habla en serio —respondió el jurista— apuesto a que aguantaría no cinco sino quince años.


—¿Quince? ¡Está bien! —exclamó el banquero—. Señores, pongo dos millones.


—De acuerdo. Usted pone los millones y yo pongo mi libertad —dijo el jurista”.


No contaré el final, por más que me llame por teléfono quién sabe quién a presionarme, como le ocurrió al jugador del equipo que juega en las nubes y les gana a sus adversarios mediante la asfixia. Solo les compartiré la lección del genio ruso: nunca queda claro si el ganador de verdad vence y el perdedor realmente es derrotado.


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