(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 15 al
21 de abril de 2024)
Ni los animales se libran de la discriminación. De los peor tratados es el murciélago. Se le considera de mal agüero, repulsivo, tenebroso. El 17 de abril es el Día Internacional de la apreciación de este mamífero, promovido por Bat Conservation International, por su aporte al ecosistema.
El ultraje viene de antiguo. En Levítico, Yahveh da listas de seres
impuros a Moisés y Aarón. En la del aire salen, entre otros, la gaviota, el
somormujo, el ibis, el cisne, el calamón, la abubilla y, claro, el murciélago. En
la Metamorfosis, Ovidio dice que las
hijas del rey de Beocia faltan a la fiesta de Dionisio. Hermes sanciona a una
de ellas transformándola en murciélago. En Popol-Vuh se lee que el
cuarto lugar de castigo en Xibalbá, el Inframundo, es la casa de los
murciélagos: muchos de ellos chillan y revolotean encerrados.
La idea de que ingiere sangre humana, que alienta el
rechazo, la exprime hasta la última gota la literatura de vampiros, en la que Drácula es rey.
En “El murciélago”, incluido en Mitos de memoria del fuego, Eduardo
Galeano dice que, hastiado de ser el bicho más feo, subió al cielo, se quejó ante
Dios y le pidió plumas. Las obtuvo. Colorido, se tornó vanidoso por su belleza.
Nuestro Jorge Isaacs habla del personaje en “Apólogo”:
En el artesón dorado
de una oscura sacristía
un murciélago tenía
blando nido acomodado.
Al través del enrejado
cierta mañana decía
a los pájaros que oía
cantar en el emparrado:
"Turba de herejes, malsines,
¿a qué Dios allí alabáis
cuando interrumpiendo estáis
con chillidos los maitines?.
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