viernes, 12 de abril de 2024

Rivera, a flote en La vorágine

(Columna publicada en la revista Generación de El Colombiano el 12 de abril de 2014)

https://www.elcolombiano.com/generacion/etcetera/rivera-a-flote-en-la-voragine-OG24220583



La obra de José Eustasio Rivera cumple un siglo. Clásico de la literatura, es una historia de aventuras en la selva, amores difíciles y violencia.


Disparados en el inicio de La vorágine, dardos envenenados de poesía van directo al corazón y el cerebro: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”.


Su autor, José Eustasio Rivera, nació en San Mateo, Huila, en 1888, municipio al que cambiarían su nombre de apóstol por el apellido de este hijo insigne. Quería hacerse dramaturgo. En este género se le conoce solo la obra Juan Gil, de la que hizo lectura en una tertulia bogotana en 1912. Se graduó de abogado y estuvo vinculado al Ministerio de Gobierno. A la pasión de la escritura, sumaba un sentimiento de afecto por el país. Bien podríamos decir, como se habla de manera coloquial, Rivera era “enfermo” por Colombia: debido a sus idas a la selva, contrajo una malaria cerebral, que finalmente causó su muerte. Esta sucedió en Nueva York, el 1 de diciembre de 1928.


Al servicio del Ministerio, recorrió varias veces la Orinoquía. Revisó los límites con Venezuela, se enteró y denunció las condiciones de vida de indígenas y colonos, así como las injusticias de que eran víctimas los habitantes de zonas excluidas. Conmovido por la Naturaleza, la gente y sus costumbres, encontró en esa región una mina temática para sus obras, que no fue extensa, pero sí excelsa. Tierra de promisión, un conjunto de cincuenta y cinco sonetos que cantan a la selva y los ríos, y La vorágine, que nos tiene de fiesta todo el año.


En la página de la Biblioteca Nacional (https://bibliotecanacional.gov.co/es-co/colecciones/biblioteca-digital/publicacion?nombre=Manuscrito+de+La+vor%C3%A1gine) promueven y comentan el original de esta novela publicada hace 100 años y convertida en clásico de la literatura, no solo colombiana. Dicho manuscrito fue adquirido mediante compra a un sobrino nieto del escritor y guardado en “la Sala Fondo Antiguo en Raros Manuscritos”. Es un cuaderno de contabilidad. La narración, escrita en caligrafía estilizada y letra cursiva, la del autor, no respeta las líneas verticales que establecen las columnas en las que los contadores suelen registrar ingresos y gastos. “Este cuaderno viajó conmigo por todos los ríos de Colombia durante el año 1923, sus páginas fueron escritas en las popas de las canoas y las piedras que me sirvieron de cabecera, sobre los cajones y rollos de cables, entre las plagas y los calores. Terminé la novela en Neiva el 21 de abril de 1924”.

 


La vorágine, con influencias del romanticismo y el modernismo, hace parte del realismo social. Del romanticismo se nota cierto sentimentalismo y vitalidad en la narrativa; del segundo, la inconformidad y el esfuerzo por renovar el lenguaje y hasta por experimentar con el género. Como artista del realismo social, Rivera puso en relieve los problemas de la gente; las condiciones de miseria y explotación.


Cuenta la historia de Arturo Cova y Alicia. Aquel, poeta de cierto renombre, pobre y mujeriego; esta, hija de una familia influyente y adinerada, una mujer educada a quien sus padres obligan a casarse con un terrateniente rico y viejo. Los personajes centrales se enamoran en la ciudad y deciden fugarse al Casanare para evitar que ella deba cumplir aquel destino indeseado. El novio impuesto consigue, mediante influencias, que Arturo sea condenado a prisión. En los llanos, los enamorados llegan al hato La Maporita y hacen amistad con Fidel Franco y Griselda, su mujer. Al poco tiempo, son víctimas del bandolero Narciso Barrera, un explotador de trabajadores, en cuyo poder caen las dos mujeres. Arturo y Franco van tras él. Comienza un viaje al infierno verde de la selva, donde conocen la esclavitud de los caucheros. Encuentran a Clemente Silva, un sujeto que cobra una importancia tal en el relato que se eleva casi a la condición de un personaje central paralelo.


Dicho en dos palabras, además de las aventuras de Arturo Cova por la Orinoquía y la Amazonía tras los pasos de Alicia, y la denuncia de las duras prácticas esclavistas en la explotación cauchera y la violencia entre diversos grupos, la gracia de La vorágine está en que, para su escritura, el autor recurre a varias corrientes literarias y a un manejo extraordinario del tiempo, que cambia a lo largo de la narración: se dilata o acelera según las situaciones. Un prólogo, tres partes y un epílogo conforman esta obra en la que se evidencia la experimentación literaria propia del modernismo, al contar con varios narradores —Arturo Cova, el autor, Helí Mesa, Clemente Silva y Ramiro Estévanez— que consiguen fragmentar el relato y romper la linealidad temporal del mismo.


Disparados hasta el final de esta obra maestra, dardos envenenados de maravilla van directo al corazón y al cerebro: “Último cable de nuestro cónsul, dirigido al señor ministro y relacionado con la suerte de Arturo Cova y sus compañeros, dice textualmente: Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva. Ni rastro de ellos. ¡Los devoró la selva!”.


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