(Columna publicada en Generación de El Colombiano el 2 de septiembre de 2023)
¿Qué tiene de rara una obra literaria inconclusa? ¡Ha
habido tantas! Por lo general quedan así, no por irresponsabilidad, sino por un
asunto inevitable: la muerte del creador, en la cual muchas veces no tiene injerencia.
Por supuesto, también pueden quedar inacabadas por factores menos drásticos.
Truman Capote dejó Plegarias
atendidas sin acabar. El escritor
nacido en Nueva Orleans en 1924 la tituló así tomando prestado un texto de
Santa Teresa de Ávila: “Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas
que por aquellas que permanecen desatendidas”. ¡Y cuántas lágrimas vertió tras
la publicación de tres relatos en la revista Squire!: “Mojabe” (que después
excluyó del libro), “Monstruos perfectos” y “La Cote Basque”. Revelaba chismes
y situaciones privadas de personajes del jet
set, cuyo círculo frecuentó por años. Las personas aludidas se sintieron
traicionadas y no quisieron saber nada más de Capote. El entretenido narrador se
sumió en la depresión y no escribió una línea más. El libro se publicó de
manera póstuma. En “La Cote Basque” cuenta así:
“En
el dormitorio, le dijo a Dill que no encendiera las luces. En esto insistió
mucho y, a la vista de lo que ocurrió al final, apenas se le puede reprochar su
insistencia. Se desvistieron en la oscuridad. Ella tardó una eternidad, que si
desabrocharse, deshacerse nudos, abrirse cremalleras, y no abrió la boca
excepto para resaltar el hecho de que, como era obvio, los Dillon dormían en la
misma cama, ya que sólo había una. Y Dill le dijo que sí, que él era muy
afectuoso, un nene de su mamá que no se dormía a menos que estuviera blando
contra lo que apretujarse. La esposa del gobernador no era ni una apretujona ni
una buscona. Besarla, según Dill, era como jugar al juego del beso con una
ballena muerta y putrefacta: realmente, necesitaba un dentista” *.
Charles Dickens incursionó en la literatura por
entregas, tan impactante en el siglo XIX. Dejó a la mitad El misterio de Edwin Drood. Esta novela policíaca transcurre en un poblado imaginario de
Inglaterra. Un niño huérfano, Edwin Drood, es prometido en testamento a Rosa
Bud, también sin padres. Por algún motivo jamás conocido, los personajes
renuncian al compromiso. Esta novela ha servido para que no pocos autores acepten
el reto de imaginar lo restante y resolver el caso de acuerdo con las luces de
su imaginación.
Gabo, entre otros
La muerte no espera ni se hace esperar. La insobornable dejó sin
terminar El último magnate, de F.
Scott Fitzgerald; Los papeles del Notion
Club, de J.R.R. Tolkiem; El forastero
misterioso, de Mark Twain; Sanditon,
de Jane Austen; Alabardas, alabardas, de Saramago, y En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez. Esta novela —que saldrá publicada
en 2024, al conmemorarse 10 años del fallecimiento del cataquero— habla de Ana
Magdalena Bach, mujer fina, 52 años, casada, que viaja al Caribe en el mes de
los vientos recios para visitar la tumba de su madre, contarle los sucesos
familiares y dejarle un ramo de gladiolos. Un día conoce a un hombre en el bar
del hotel donde se hospeda y se sumerge en una historia de amor que revive una
vez al año. Leamos las primeras líneas:
“Volvió a la isla el viernes 16
de agosto en el transbordador de las dos de la tarde. Llevaba una camisa de
cuadros escoceses, pantalones de vaquero, zapatos sencillos de tacón bajo y sin
medias, una sombrilla de raso y, como único equipaje, un maletín de playa. En
la fila de taxis del muelle fue directo a un modelo antiguo carcomido por el
salitre. El chófer la recibió con un saludo de antiguo conocido y la llevó
dando tumbos a través del pueblo indigente, con casas de bahareque y techos de
palma, y calles de arenas blancas frente a un mar ardiente. Tuvo que hacer
cabriolas para sortear los cerdos impávidos y a los niños desnudos, que lo
burlaban con pases de toreros. Al final del pueblo se enfiló por una avenida de
palmeras reales, donde estaban las playas y los hoteles de turismo, entre el
mar abierto y una laguna interior poblada de garzas azules. Por fin se detuvo
en el hotel más viejo y desmerecido” **.
Es irónico. Edgar Allan Poe veía en la muerte a una
amiga o a una amante, y no fue esta la que le impidió terminar la novela El diario de Julius Rodman o Relato del primer paso a través de las
Montañas Rocosas de Norteamérica jamás perpetrado por el hombre civilizado.
Con estilo de crónica, el escritor narró la expedición liderada por Rodman a
finales del siglo XVIII, según la ficción, a partir de diarios suministrados
por el heredero. Un detallado recuento del paisaje, la escarpada geografía, la
vegetación, los animales, así como de los peligros soportados en ríos furiosos.
La estaba publicando por entregas en Burton’s Gentleman’s Magazine, en 1840,
pero lo echaron de la revista cuando iba en la sexta edición. Poe se negó a
terminarla. Lo publicado bastó para que el Senado gringo creyera que se trataba
de hechos reales y exaltara la expedición. Comienza así:
“Una suerte singularmente
dichosa nos permite ofrecer a nuestros lectores, bajo este título, una
narración de naturaleza poco común y con seguridad profundamente interesante.
El Diario que sigue contiene la relación de la primera tentativa que se haya
realizado de una travesía de las gigantescas barreras formadas por la inmensa
cadena de montañas que se extienden desde el Mar Polar, al norte, hasta el
istmo de Darién, al sur, formando de un extremo al otro una muralla erizada de
rocas y coronada de nieves ***”.
Las creaciones
inconclusas no están hechas para salir
a la luz. Emergen, más que nada, por factores comerciales. Sin embargo, los
lectores aman a los creadores sobre todas las cosas. Por tanto, se hacen los de
la vista gorda en este aspecto y se entregan con deleite a devorar el libro…
aunque sepan de entrada que a la salida no tendrán idea de lo que allí sucede.
______
Notas:
*Capote,
Truman (1988). Plegarias atendidas. Arango
Editores, Bogotá. Pp 235-236.
*García
Márquez, Gabriel (2023). En agosto nos
vemos. Tomado de:
***Allan
Poe, Edgar (2015). Cuentos. Imprenta
Nacional/Editorial Digital, Costa Rica. Página 147.
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