(Columna publicada en Generación de El Colombiano, 14 de septiembre de 2023)
Absurdo. Septiembre es el noveno mes del año, pero su nombre
alude al séptimo. Así, no resulta extraño que Porfirio Barba Jacob, un ser
absurdo y contradictorio, dejara un poema para este mes: Elegía de septiembre. Una de sus creaciones más celebradas.
¡Oh sol! ¡Oh mar! ¡Oh monte! ¡Oh humildes
animalitos de los campos!
Pongo a todas las cosas
por testigos de esta realidad tremenda: he vivido.
Con estos versos, epígrafe adjudicado a Main —más que
seudónimo, una suerte de heterónimo, personaje de su poesía—, comienza el poema
escrito en 1915 durante una de sus estadías en Cuba y publicado ese mismo año
en El Fígaro de La Habana.
Absurdo. Barba Jacob establece en el título la palabra
elegía, a pesar de que este es un subgénero lírico que define un poema de
lamentación, en el cual quien escribe se queja por la muerte de un ser amado o la
pérdida de cualquier cosa: la vida, la ilusión, el tiempo, el amor, la amistad o
algún otro sentimiento… y en esta composición, él no se lamenta por un deceso
ni por la falta de algo; por el contrario, confiesa que, a pesar “de la fúnebre
muerte, y la sombra, y la nada”, hasta ese presente de su existencia, ha tenido
la osadía de haber expuesto su humanidad a la aventura, la alegría y la
tristeza. Y uno cree coincidir en la idea de que todo esto resulta más deseable
que hacerse a un lado y ver la vida pasar sin permitir que esta lo roce, quizá
por miedo a sufrir. Da a entender que ha sido estudiante aplicado y no ha
tenido inasistencias en la llamada escuela de la vida, en la que se matriculó desde
los doce años, cuando salió de la casa paterna a recorrer, primero, parte del
país y, después, de las tres Américas, con la sed insaciable de quien busca y
no encuentra.
No solo pasó; dejó huellas hondas en cada lugar donde aquietó
sus plantas momentáneamente. Guatemala, Honduras, Costa Rica, El Salvador,
Cuba, Perú y México, pues se integraba de inmediato a la vida intelectual, aunque
no haya salido de manera muy amistosa de todos ellos.
Porfirio Barba Jacob vivió con delirio y al límite. Por eso
pregonó en otros versos la vida hedonista, el ser un marihuano como un asunto
de espíritu y no de hierba —que también rumió—. Era la vida parva la
compensación por el ejercicio de vivir. Insatisfecho, buscó ideas liberadoras
en la poesía de otros —Darío, Martí o Nervo— y se lanzó tras la inalcanzable perfección
en la propia, al reescribir poemas que ya había difundido.
Verdad y ficción eran lo mismo para este escritor que
incomodó a los espíritus conservadores de su tiempo. Creía que la muerte era la
destrucción absoluta de los seres y de las cosas.
Sendero que vas del alcor campesino
a perderte en la azul lontananza:
los dioses me han hecho un regalo divino:
la ardiente esperanza.
Odiado y querido, el mejor poeta colombiano (“con perdón de
los otros mejores”, como dijo cierta vez un andino), consiente de la finitud y
la intrascendencia humanas, vivió deliberadamente para el olvido, como si una
extraña revelación le hubiera indicado que perdurar en la memoria de los otros
no vale la pena. Tal vez con Ricardo Arenales, Juan Sin Miedo, Juan Sin Tierra,
Juan Azteca, Junius, Almafuerte, Main Ximenez y una multitud de nombres que
adoptó como poeta y periodista intentó tapar el de Miguel Ángel Osorio Benítez,
impuesto por sus padres al nacer hace 140 años o, más aun, borrar cualquier
seña de identidad.
He vivido con alma, con sangre, con nervios, con músculos,
y voy al olvido...
Absurdos quienes desean encasillar a Porfirio Barba Jacob.
Absurdos quienes, como Octavio Paz, creen que por calificarlo de modernista rezagado
lo minimizan. Él era consciente de su expresión anacrónica: en 1922 dictó en
Guatemala una conferencia en contra de las vanguardias poéticas. Entendía que
los creadores no deben desvelarse por pertenecer a uno u otro movimiento
artístico, sino por ser fieles a su movimiento interior.
Espiga
que mecen los vientos, espiga
que
conjuntas el trigo dorado:
al
influjo de soplos violentos,
en las
noches de amor, he temblado.
En suma, septiembre tiene su elegía, una elegía singular que
no lamenta pérdidas… ¿O tal vez sea que en el fondo, este poeta absurdo y
contradictorio se queje en esos versos de la “realidad tremenda” de haber
vivido, del “regalo divino” de la “ardiente esperanza” y de ir al olvido? Vaya
uno a saber. Pero, si pensamos bien, qué importa saberlo con certeza, si lo
valioso en el arte —y, dentro de este, la poesía y la literatura— no es tanto la
certidumbre sino la ambigüedad.
La riqueza y versatilidad de Porfirio, que sorprende por la expresión de sus intimos sentimientos, los recreas en forma tan sublime , que generas el deseo de leerlo de nuevo y cada vez valorarlo más. María Cristina Arroyave Portela
ResponderBorrarEn Barba Jacob el paso de los año hila más que la rueca de su vida.Gustavo álvarez gardeazabal
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