(Columna publicada en Generación de El Colombiano el 24 de septiembre de 2023)
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El punto de encuentro más popular de Medellín es La Gorda de Botero. Esta le quitó ese
sitial de privilegio al Edificio de Coltejer, que lo ostentó durante quince
años, antes de la instalación de la escultura en septiembre de 1986.
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Foto: Edwin Bustamante |
Como al comienzo de cualquier relación, lugareños y
visitantes miraban con curiosidad y asombro a esa mujer inmóvil y desprovista
de cabeza, que irrumpió para presidir el mundo desde la plataforma elevada
sobre la acera frontal de Banco de la República, en el cruce de la calle
Colombia con la carrera Bolívar. Les llamaba la atención su volumen, al que
ellos, por supuesto, le decían “gordura”, y miraban sin disimulo el tamaño de
su abdomen y de sus nalgas.
Desde entonces, a nadie le importó que su creador, el
maestro Fernando Botero, la hubiera nombrado Torso de mujer, sino que, como a una amiga de confianza, comenzaron
a llamarla La Gorda. Tampoco alguien
se inmutó porque el artista explicara más de una vez que él no pintaba ni
esculpía gordas, sino que lo suyo era el arte volumétrico. Con rapidez, la
curiosidad inicial se tornó en cariño y tal cariño fue haciendo de La Gorda uno de los personajes más
célebres del corazón de la ciudad.
Solo a los amigos y, en especial, a los más cercanos, se
les gastan bromas; no a los desconocidos. Ni siquiera a esos bichos que, aunque
cercanos, mantienen un ceño fruncido, pues con este disuaden al más osado de dedicarles
alguna ocurrencia. Por tanto, nadie puede extrañarse de que a la bronceada
amiga le hicieran chistes que todavía forman parte del imaginario urbano. “Le da
la espalda al Banco de la República”, dicen los graciosos, “porque le importa
un culo la plata”.
Su
pedestal se convirtió en banca para quienes esperan en su compañía. Y de tanto
tocar y recostarse en esas piernas gruesas como columnas de catedral, pulen sin
cesar su piel hecha con la aleación de cobre y estaño. Se diría que, mientras
aguardan a quien no llega, perpetúan la labor del artista.
Algo semejante sucede con La Gorda Gertrudis en Cartagena de Indias, también de Botero. Menos conocida como Figura reclinada, ubicada en la Plaza de
Santo Domingo, desde los primeros momentos de su presencia, en 2000, surgió el
agüero de que quien tocara sus senos grandes y duros tendría fortuna en el
amor.
En fin. Lo que quiero significar es que la gente se ha apropiado
de las obras de Botero, no solo de las mencionadas, Torso de mujer y Figura
reclinada, sino de las decenas que pueblan calles y parques de diversas
ciudades del mundo. Las hace parte de su vida y esto, sin duda, es la mayor
gloria y honra para un artista. Este ejercicio de apropiación es comparable con
el de esos versos que se escapan de los poemas y se convierten en parte del
acervo de la lengua, de tal modo que las personas, hasta las más desavisadas y
las que no se interesan por la poesía, los repiten como si se les acabaran de
ocurrir a ellas mismas. “Caminante, no hay camino,/ se hace
camino al andar”, puede escupirnos en pleno rostro el borracho en la cantina,
sin importarle quién diablos lo dijo antes que él.
Ahora, tras la muerte de Fernando Botero en Mónaco, el
pasado 15 de septiembre, el homenaje para el artista debe ser la revisita de su
obra, no solo las de calle, sino las que permanecen cuidadas en sitios
especializados, como el Museo de Antioquia. En este, además de esculturas, hay
pinturas, acuarelas, dibujos y porcelanas con los temas que lo apasionaron: las
costumbres, el amor, la vida cotidiana, la naturaleza, los paisajes, la violencia,
el sexo, la religiosidad, la política y los bodegones. Muchos de ellos
pertenecientes a épocas tempranas de su carrera, cuando apenas exploraba los
caminos del expresionismo y aún no había hallado su estilo volumétrico.
Hay otro tema volumétrico, paralelo al anterior, que
enaltece al artista. Como su arte es contundente y expresivo, sus obras no
requieren explicaciones, contrario a lo que ocurre con el de otros artistas, cuyas
obras suelen ir acompañadas de textos aclaratorios más gordos que las piezas. Por
ejemplo, ¿quién necesita que le expliquen que Hombre, mujer y niño, una de las veintitrés esculturas de Plaza
Botero, en la que un hombre carga a un niño y se para sobre la espalda de una
mujer caída en el suelo, obviamente su esposa, es una crítica a la violencia de
género?
A unos
pasos de esta escultura, en el interior del Museo de Antioquia, hay un cuadro
de Botero titulado el Exvoto. En él se aprecia al artista, pequeño y de rodillas ante la
Virgen inmensa, pidiéndole el milagrito de ganarse la Segunda Bienal de
Coltejer, la de 1970... Cuatro años después, las
directivas del Museo de Antioquia —en ese momento, Museo de Zea— le dijeron al
creador, medio en serio medio en broma, que él debería venderle esa pintura a
la institución. La respuesta fue la donación del cuadro. Con este regalo
comenzó la historia de sus donaciones de obras y la cifra ahora ronda el medio
millar.
La Virgen no
le hizo el milagro de triunfar en la Bienal. Pero que sus trabajos hayan conquistado
el corazón de la gente, y esta los tenga como propios, es más que ganarse “el
gordo”, como le decían hace años coloquialmente al premio mayor de la lotería.
Excelente artículo digno homenaje al Maestro Botero. Gracias John.
ResponderBorrarSobrevalorado Botero. Para muchos único pintor, y García Márquez único escritor. Sobre todo para quienes no los habían "visitado". Periodistas y políticos, amos de la informe masa.
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