jueves, 28 de septiembre de 2023

Mutis, el poeta sin tierra

 (Columna publicada en Generación de El Colombiano el 28 de septiembre de 2023)



Álvaro Mutis, autor de La nieve del Almirante, dejó honda huella creativa con poemarios, novelas y cuentos. Tuvo como casa el mundo.


En La mansión de Araucaíma, Álvaro Mutis cuenta acerca de una gran casa en el trópico, habitada por seis personajes que se refugian en ella y establecen realidades diferentes, con sus propias lógicas. Don Graci, el dueño; Paul, el guardián, un mercenario manco; un fraile que fue confesor de varios papas; Camilo, un piloto enfermo y triste; Cristóbal, un esclavo italiano, y La Machiche, una vieja ninfómana, bonita y autoritaria, que tiene relaciones con el guardia y el esclavo, le teme al religioso y odia al piloto. La aparente armonía se rompe con la llegada de Ángela, una modelo adolescente a quien matan allí dentro.


El autor, de cuyo nacimiento en Bogotá se cumplió un siglo hace pocos días —25 de agosto— y de cuya muerte en México se cumplió el primer decenio hace menos días aun —22 de septiembre—, escribió esta novela “careado”, como suele decirse. Luis Buñuel había dicho que era imposible llevar al cine un relato gótico de tierra caliente. Mutis le aseguraba al director de cine español que en las casonas tropicales se podía generar un ambiente idóneo para el terror, como el escenificado en los castillos británicos, célebres en este subgénero literario, el terror gótico. De cualquier modo, Buñuel no llevó al cine la obra del colombiano; lo hizo Carlos Mayolo, en 1986.


Pocos se atreven a incluir a Mutis en el Realismo Mágico; ni siquiera como uno de sus precursores. Solo con su novela El viaje, publicada en 1948, bastaría para integrarlo a la lista de representantes de este movimiento literario caracterizado por mostrar lo extraño como cotidiano. En esa novela, el maquinista de un tren cuenta sobre la rutina de su excursión, la cual realiza una vez por año durante quince calendarios. El trayecto es de ciento veinte kilómetros, entre tierra fría y tierra caliente, más o menos lo que hay entre Yarumal y Medellín, para establecer un referente real. ¡Para cubrir esta distancia, el vehículo requiere nueve meses, de febrero a noviembre! Una “velocidad” que toca la eternidad y anida en el desespero. Deben existir caracoles más rápidos que ese tren. En ese lapso hay peleas, muertos, matrimonios y nacimientos.


 

Más rarezas

La realidad, esa sustancia viscosa, inasible, es la materia prima de El diario de Lecumberri. Una novela corta, escrita durante su reclusión de quince meses en el Palacio Negro de Lecumberri, en México. La dureza de la prisión se muestra en las absurdas historias de algunos de los internos, como la de un hombre que revela con detalles haber cometido cien crímenes; o la de la muerte por venganza de un sujeto apodado “Palitos”, sobre cuyo cadáver escribieron un sarcástico letrero: “Libre por defunción”.


Como lo judicial no le resta méritos a lo literario, ni este exonera a nadie de las deudas con aquel, digamos de paso que Mutis estuvo preso en el Palacio Negro de Lecumberri, sindicado de la malversación de recursos de una multinacional petrolera para la que trabajaba. Harold Alvarado Tenorio cuenta (*) que la empresa Esso encargó al poeta de convencer a noventa integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente “que había legitimado el golpe de Estado del dictador Gustavo Rojas Pinilla” de Colombia, para que votaran en contra del mandatario, pues él tenía en sus planes nacionalizar el petróleo colombiano. Descubierto, fue detenido por la Interpol en el país azteca y fue a parar al presidio.


Este asunto que enturbia la imagen del escritor demuestra que los artistas son humanos. Por tanto, todos sus actos no pueden calificarse de loables, ni tampoco todos, de vituperables. En cuanto a lo que sí tenemos acceso y más elementos de juicio, su literatura, uno arriesgaría la afirmación de que su narrativa y su poesía son de las más imaginativas y de estilo mejor cuidado entre las de una multitud de escritores en nuestro país.

 

“Cuando de repente en la mitad de la vida llega una palabra jamás pronunciada,

Una densa marea nos recoge en sus brazos y comienza el largo viaje entre la magia recién iniciada,

Que se levanta como un grito en un inmenso hangar abandonado donde el musgo cobija las paredes,

Entre el óxido de olvidadas criaturas que habitan un mundo en ruinas, una palabra basta,

Una palabra y se inicia la danza pausada que nos lleva por entre un espeso polvo de ciudades,

Hasta los vitrales de una oscura casa de salud, a patios donde florece el hollín y anidan densas sombras,

Húmedas sombras, que dan vida a cansadas mujeres.

(…)” (**)

 


Mares, ciudades, puertos

El cine se ha encargado de hacer de Maqroll el personaje más conocido y querido de este autor. Apareció por primera vez en el poemario Los elementos del desastre, en una pieza titulada “Oración de Maqroll”, disparatada entre otras características de este ser de letras que vive aventuras dignas de héroe de historias marinas, como los de Conrad, Stevenson o Melville, que lo llevan a decir: “He cruzado al borde de abismos junto a los que la muerte es un paso de títeres” (***). Caracterizado con ecos escoceses, turcos, iraníes, este marinero tiene por función encaramarse en la gavia del barco para observar el horizonte.


En entrevistas, Mutis solía decir que Colombia era esencial para él y que el mejor testimonio de esto es su poesía. Creo que no mentía al expresarlo. No necesitaba hacerlo. Sin embargo, como observador, uno nota que su vida viajera lo hace ser colombiano, pero también de diversas partes, de ninguna, de todas. Total, nació en Bogotá; creció en Bruselas hasta los doce años, cuando murió su padre vinculado al servicio diplomático colombiano; vivió su adolescencia en Ibagué, y después pasó y se detuvo por tiempos en diversas ciudades del orbe. De ahí su facilidad para narrar y describir sucesos en cualquier parte del planeta.


 

“Si esto tuviera que sucederme en Brighton es algo que quien conozca la popular estación balnearia de Sussex hubiera dado por natural y previsible. Brighton, ese lugar en donde la gente de Londres insiste en que disfruta del mar en medio de un sombrío hacinamiento de construcciones victorianas y de otras de estilo eduardiano que superan la más febril imaginación; ese lugar en donde hasta el más modesto de los bares se empeña en servirnos el whisky que justamente no nos apetecía y en donde las mujeres nos ofrecen en las calles y en el amplio y desolado malecón contra el que se bate un mar gris y helado una larga lista de caricias que, a la hora de la verdad, se convierten en homeopática y acelerada versión de lo que un anglicano entiende por placer; en Brighton, para decirlo de una vez, en donde  al llegar sabemos que nada se nos ha perdido allí, en Brighton tuve que guardar tres días de cama en una pensión de miseria. Entre la diarrea y el hastío estuve a punto de dejar allí mis huesos” (****).

 


El autor de La última escala del Tramp Steamer creía que el verdadero poeta vivía en exilio. No se refería solo al destierro físico —que en su caso fue real—. El nomadismo suele ser siempre más metafísico y simbólico.

 

 

Notas

* Lo dice en Las 2 Orillas, agosto 25 de 2013.

** Poema “Una palabra”, incluido en Los elementos del desastre, libro de Editorial Losada, Buenos Aires, 1953.

*** Tríptico de mar y tierra. Editorial Norma, Bogotá, 1993.

**** Párrafo inicial del cuento “Cita en Bergen”, incluido en Tríptico de mar y tierra.

 



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