(Columna publicada en Generación de El Colombiano, el 19 de septiembre de 2023)
Comentario en torno a las novelas del folletín o por entregas, célebres en Europa. En Colombia también tuvo cierto apogeo.
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Portada de un folletín francés, 1867 |
No es
preciso ser muy avisado para sospechar que el placer de disfrutar las series de
televisión es comparable con el que producía la afición a las novelas por
entregas hace más de un siglo. Producto del romanticismo, tales relatos aparecieron
primero en periódicos europeos, bien en una sección interior o en un folletín incluido
en estos; después, también en revistas de literatura. Y la modalidad se
extendió por el mundo para deleite de los lectores.
Si algunos creen que se trata de
literatura barata, deben cambiar de parecer. Por una parte, sí, había novelas
no bien terminadas, marcadas por la exageración en los acontecimientos, la
inverosimilitud y el trato no riguroso del lenguaje. Lacrimógenas historias
movían la sensiblería general como las telenovelas actuales y, como las
telenovelas actuales, exprimían hasta el hartazgo los temas de amores
complicados por diferencias sociales o de hijos sin padres que pasaban de la
miseria a la opulencia.
Sin embargo, de manera paralela,
por entregas antes que en libro, surgieron creaciones de marca mayor. Guerra y paz, de Tolstoi; Los hermanos Karamazov, de Dostoievski; Los miserables, de Hugo; Los tres mosqueteros, El Conde de Montecristo, El tulipán negro y otras, de Dumas; Madame Bovary, de Flaubert; Comedia humana, de Balzac; La flecha negra, de Stevenson; Historia de dos ciudades, de Dickens; La dama de blanco, de Collins… y no
sigamos con esta lista porque iríamos de Generación en Generación, sin acabar.
“—Comencemos
por el principio, dijo el bandido. —Sí, sí, añadió Rodolfo. ¿Quiénes fueron tus
padres? —No los conozco, respondió Flor de María. —De veras? —No los he visto
ni conocido; nací tras de una mata, como se suele decir a los niños. —Pues es
gracioso, observó el bandido; entonces somos de la misma familia, porque yo soy
hijo del empedrado de París.” *
Algunos estudiosos distinguen
entre novelas del folletín y novelas por entregas. En las primeras agrupan las
de menor calidad y mayor explotación sensiblera. Motivadas por intereses
comerciales, los autores se comprometían a escribirlas a medida que el público las
fuera leyendo y expresara opiniones sobre la trama. Y se disponían a alargarlas,
abreviarlas o torcer los hechos, de acuerdo con el sentir popular —como sucede
con telenovelas—. Y en las segundas engloban las que estaban terminadas antes
de editar el primer cuadernillo de la colección.
El fenómeno de las novelas por
entregas atravesó mares. En América tuvo apogeo. En unos países más que en
otros. En el caso colombiano, hubo algunas obras que aparecieron primero en
publicaciones seriadas.
María
Dolores o la historia de mi casamiento, de José Joaquín Ortiz, difundida
en el periódico El Cóndor, según unos historiadores en 1836 y según otros en 1841; El Mudo,
de Eladio Vergara y Vergara, en El Día, en 1848. Anales de un paseo. Novela y cuadros de costumbres, de Soledad
Acosta de Samper, en La Mujer, entre 1879 y 1880. Y, saltando títulos,
mencionemos una de las narraciones más conocidas del siglo XIX: Manuela, de Eugenio Díaz Castro, publicada
en El Mosaico, en 1858… aunque la suspendieron tras el octavo capítulo. Los
editores, José María Vergara, José Manuel Marroquín y Ricardo Carrasquilla,
consideraron que le faltaba pulcritud.
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Ligia Cruz fue primero novela por entregas. |
Hasta Tomás Carrasquilla sucumbió
a la tentación de incursionar en este formato. En 1919, los lectores de El
Espectador tuvieron la fortuna de recibir Ligia
Cruz. Se enteraron de la historia de Petrona Cruz, la campesina que se dejó
convencer por su tío de viajar a Medellín a buscar curación para el paludismo, pero
en realidad aceptó por llegar a ver a su amado, Mario Jácome.
“A la
gran señora se le iba dañando el hígado con la última barbaridad de su marido.
¡Imposible que en el tal viaje a la mina no saliese con alguna remedianada de
las suyas! ¡Si era que a los viejos chochos no les obligaba moverse de su casa!
¿Qué iba a hacer ella con el emplasto de su ahijada? ¿Dónde la pondría? Entre
las criadas, ¿cómo? Entre las niñas, ¡ni a palos! Porque una montuna, hija de
unos zambos mineros y que nunca había salido de Segovia, tenía que ser una
calamidad abominable. ¡Hasta por el nombre se le veía!” **
Eso de
publicar por entregas tiene gran encanto. Encanto que no disminuye con el paso
de los siglos. A los escritores tal vez los seduce la posibilidad de enterarse
—“en tiempo real”, como nos excita decir actualmente— de la manera en que la
gente recibe sus obras. Los comentarios suscitados por sus tramas y el afecto o
desprecio conquistado por los personajes… Y a los lectores seguramente los atrae
esa forma de recibir la historia de manera dosificada, que juega con sus
emociones y los hace permanecer en un suspenso que inquieta su imaginación y
sus entrañas durante esos intermedios eternos.
Si hoy,
cuando los seguidores de las series de televisión o formatos digitales no
tienen que aguardar días para saber qué sucederá con su heroína o si el villano
se saldrá con la suya, el goce es casi febril, ¿qué decir hace más de cien
años, cuando no había opción diferente a la de esperar una nueva edición del
periódico para seguir la trama? ¿Ah?
________
Notas:
*Primeras líneas del capítulo III de Los
misterios de París, de Eugenio Sue. Tomadas de la edición de Casa Editorial
Maucci, Barcelona, 1905. Página 20.
**Primeras líneas de la novela, tomadas de Obras completas de Tomás
Carrasquilla, tomo primero, publicada por Editorial Bedout, Medellín, en 1958. Página
381.
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