(Columna publicada en el periódico Gente, del grupo El Colombiano, el 9 de junio de 2023)
La
manera como llegan a uno los libros y comparten la vida se integra a nuestra
biografía con matiz risueño. Más si son regalos de manos amigas.
En
mi adolescencia, John Murillo me presentó autores y lecturas —Fernando Pessoa
es uno de aquellos; su poema Tabaquería, una de estas—. Me pidió prestado Alicia en el país de las maravillas, en
edición de Porrúa con grabados de John Tenniel.
A los días, en su lugar me entregó Antología
de Alfonso X el Sabio, también de Porrúa, que incluye Cantigas, Las siete partidas; Libros de
ajedrez, dados y tablas, y otros. El
trueque me permitió valorar al rey medieval y su aporte al español.
Cuando
adelantaba mi carrera universitaria me entretenía en el Paraninfo. Una mujer octogenaria
se acercó y me habló. Era Carmen Rosa de Barth, autora de Una vida de cualquiera. La acompañé a casa. Me obsequió una caja de
libros, los más de ellos de historia, biografías de Bolívar y ejemplares de
Repertorio Histórico de la Academia Antioqueña de Historia.
Como periodista visité a Aura López en su casa, poco después de la muerte de Alberto Aguirre, su compañero, y poco antes de su propia muerte. Habló de Alberto con amor intacto. Al final me dio Indicios vehementes, de Ana Rossetti.
Escapemos, huyamos a los cómplices
días de la niñez. Perdámonos inermes
por los intensos vértigos de la piel insabida
(…).
Cada
que veo esos libros vuelvo a ver en mi mente a esos amigos.
Eres privilegiado
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