(Columna RÍO DE LETRAS publicada en el diario ADN, semana del 12 al 17 de junio de 2023)
En
literatura, los padres no difieren de los de carne y hueso. Los hay abnegados,
indiferentes y malvados.
En
el escenario distópico de un mundo destruido por el cataclismo final que acabó
con casi toda la humanidad, surge la figura de un padre protector, que no se va
de palabrería. Sus actos demuestran el amor por su hijo. Se sacrifica y, cuando
sabe que se acerca su muerte, consigue que él pequeño siga avanzando para no
perecer. Esta es la trama de La
carretera, de Cormac McCarthy.
“La
carretera estaba desierta. En el pequeño valle la serpiente todavía gris de un
río. Inmóvil y precisa. A lo largo de la orilla unos carrizos secos. ¿Estás
bien?, dijo. El chico asintió con la cabeza. Luego echaron a andar por el
asfalto bajo una luz gris plomo, arrastrando los pies por la ceniza, cada cual
el mundo entero para el otro”.
Bondadoso
hasta rayar en lo obtuso, el señor Goriot, personaje central de Papá Goriot, la novela de Balzac, se
sacrifica por sus dos hijas, a pesar de que son un par de tontas, inconscientes,
que no lo valoran ni un poco.
Indiferente,
como si se hubiera enterado de que no vale la pena un sobresalto, el Señor
Bennet, de Orgullo y prejuicio, de
Jane Austen, también es comprensivo. Contrario a su esposa, apoya a la mayor de
ellas en su decisión de oponerse al matrimonio.
Pedro
Páramo jamás se hizo cargo de Juan Preciado. Por eso este le prometió a su madre
ir a buscarlo para reclamarle. Según Rulfo, halló un pueblo fantasma donde
todos llevaban el apellido Páramo y la idea de que su progenitor había sido
cruel y abusivo.
Todo padre, ausente o presente, es maestro. Cada uno enseña el amor, el propio o el ajeno, el posesivo o el desprendido, el abandónico o el protector; según haya sido su figura ante ese hijo, esa será la lección.
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