(Columna publicada en el periódico Gente, del grupo El Colombiano, el viernes 2 de junio de 2023)
Conocidos y citados son los versos de Jorge Luis Borges que dicen:
Que otros se jacten de las páginas que han escrito;
a mí me enorgullecen las que he leído.
Son
las primeras líneas del poema “Un lector”, incluido en El elogio de la sombra.
En este poema hay otras ideas con las cuales me identifico. Una señala:
El joven, ante el libro, se impone una disciplina precisa
y lo hace en pos de un conocimiento preciso;
a mis años, toda empresa es una aventura
que linda con
la noche.
La
lectura como aventura ha sido mi consigna, no solo ahora, “a mis años”. No
pocos podrían pensar que el lector ocupa el lugar más cómodo y sencillo en el
vínculo que establece el libro entre autor y lector. Porque la aventura se
relaciona con el juego y la diversión. Sí, pero también con el riesgo y la
dificultad. El riesgo, porque está lo inesperado; la fiera que aparece de
pronto entre las breñas son ideas distintas que uno, como lector, está
voluntariamente expuesto a hallar; la dificultad, porque en el ejercicio de
repasar los textos con los ojos y enviar los signos al cerebro, las cosas no
son expeditas.
A
todas estas, ¿qué es leer? Además de pasar los signos gráficos al pensamiento,
es un acto mágico, inexplicable e indescriptible, en el cual una mente se
conecta —y hasta funde— con otra sin contactarse. Un ritual también; un ritual
para privilegiados.
Leer es recorrer el mundo, conocer personas, vivir aventuras, enamorarse y olvidar. Todo desde un sillón cómodo, sin salir de casa.
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