(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 24 de enero de 2025)
https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/llegar-a-ser-otro-FC26429628
Transformado en toro, Zeus sedujo a Europa.
"El rapto de Europa", de Rubens. 1636.
Museo del Prado.
Entre numerosas cosas dicientes, Heráclito de Éfeso señaló: "Lo
único permanente es el cambio". Y esta verdad indiscutible es así en la
Tierra como en el Cielo, así en la realidad como en la ficción.
Si pensamos bien, la transformación es uno de los temas fundamentales de
la literatura, si no el primero de ellos. En la de no ficción, lo que interesa
es el hecho distinto o salido de lo corriente, el suceso que corta la rutina. Como
en una bandada, el pato que no está mirando para el mismo lado que los otros. En
la de ficción, una alteración, física o no, puede ser el tema central. El
cambio se produce ante nuestros sentidos de manera explícita o sucede de modo
casi imperceptible, por detrás de las escenas principales, y al final los
personajes y los lectores detectamos el cambio. Sabemos que el orden de las
cosas no es el mismo que al principio.
Una obra
que muestra como ninguna otra las transformaciones es Metamorfosis, de Ovidio Nasón, escrita en los primeros años del siglo
I. El autor latino —conocido por El arte
de amar y otros libros— se ocupa de un tema intenso: la mutación física de humanos,
animales, plantas, minerales e inmortales, en otros seres, por intervención de
los dioses que de esta manera reparten premios y castigos. Con decir que una escultura de piedra se transforma en mujer, por acción de
Afrodita. El autor se vale de la licencia poética de combinar
con libertad asuntos históricos y mitológicos. “Pretendo hablar de formas cambiadas en nuevas entidades”,
advierte en los versos que preceden a casi 250 relatos.
El gran
cambio
Ovidio dice al principio de su
libro que la transformación fundamental es la formación del universo. La transformación
de la nada en materia; del caos en orden. En el primer capítulo, “Orígenes del
mundo”, narra:
“Antes del mar y de las tierras y
de lo que todo lo cubre, el cielo, era único el aspecto de la naturaleza en el
orbe entero, al que llamaron caos, masa informe y enmarañada y no otra cosa que
una mole estéril y, amontonados en ella, los elementos mal avenidos de las
cosas no bien ensambladas (...). Y así como es cierto que allí había tierra y
mar y aire, de igual modo la tierra no era fija, las aguas no navegables, el
aire desprovisto de luz: para nadie permanecía su propia figura y los unos
obstaculizaban a los otros, porque en un solo cuerpo la frialdad luchaba con el
calor, la humedad con lo seco, las cosas blandas con las duras, las que tenían
peso con las que carecían de él.
Un dios y una naturaleza mejor
puso término a este conflicto; en efecto separó del cielo las tierras y de las
tierras las aguas y apartó el transparente cielo del espeso aire; después que
diferenció estas cosas y las liberó del oscuro montón, unió en armoniosa paz a
unos determinados lugares lo que había sido separado (…)”.
Después de estos asuntos
fundamentales, entran en escena dioses, héroes, criaturas. Surgen, claro, los
conflictos y las pasiones. Amores, amistades, odios, envidias, traiciones.
También acciones y reacciones de los dioses, para quienes las criaturas no son
más que juguetes de sus caprichos. A unas las premian convirtiéndolas en
estrellas o constelaciones y elevándolas a los cielos; a otras las castigan transformándolas
en hongos o piedras y arrastrándolas por el suelo.
En el libro XV, el último de los
que conforman este conjunto de relatos, aparece la historia de Pitágoras, el
filósofo de Samos —sí, el del Teorema—. Con su discurso, el autor sustenta la
tesis del libro. Lo único fijo en el universo es el cambio. “Todas las cosas
cambian, nada muere: el espíritu vaga errante y va de allá para acá, de acá
para allá y ocupa cualesquiera miembros y de los animales pasa a los cuerpos
humanos y a los animales el nuestro (…)”. Geografía, biología, todo se
transforma. Donde ayer hubo un valle, ahora hay una montaña; donde ayer hubo un
mar, hoy existe un continente; donde antes había una corriente de agua, hoy tiene
su sitio un desierto. Y en cuanto a los individuos, nadie conserva su misma
apariencia toda la vida: “no seremos mañana lo que hemos sido o somos”.
Por fuera
o por dentro
Los ejemplos en la literatura son, pues,
incontables. Otro latino, Apuleyo, escribió un siglo más tarde El asno de oro. El personaje, un hombre
aristócrata, es convertido en burro por medio de la magia. En esta forma es
testigo de las atrocidades que padecen los esclavos y las dificultades que
sufren los desposeídos.
Y si en un relato no hay un cambio
morfológico y, por tanto, evidente, se alude a la mutabilidad en el actuar, el
pensar o el sentir. Se modifica un espíritu, un carácter, una costumbre, una
idea, una creencia, un rostro, una vida...
Casi podría decirlo (no quitemos
el casi, porque no conviene generalizar: donde uno menos espera aparece la
excepción como una bruja intrigante que pretendiera estropearle a uno la más
juiciosa reflexión), el alma de un relato es el cambio.
En literatura fantástica abundan
los ejemplos. Sapos se transforman en príncipes; brujas feas, en bellas muchachas;
humanos, en vampiros…
Las mutaciones espirituales o
morales no son menos notorias. Personajes se transforman a partir de alguna
experiencia. ¿Cómo olvidar a Scrooge, el célebre personaje de Charles Dickens
en Canción de Navidad? Ese es un
hombre amargado, avaro y codicioso; un patrón déspota que desprecia a sus
empleados. Hasta que un fantasma, el de las navidades pasadas, lo acosa en
sueños de tal modo que el viejo infeliz se torna sensible y jovial.
¿Y qué decir de El extraño caso del doctor Jekyl y Mr. Hyde,
de Robert Louis Stevenson? Trata sobre un sujeto que es filántropo de día y
bandido de noche.
El cambio, pues, está en todas
partes. En la vida, a algunos les causa miedo; a otros, emoción; a algunos más,
ilusión. En literatura, el cambio mantiene la tensión y la atención. Lo cierto
es que la transformación, esa alquimia inopinada, es dinamismo; la
inmutabilidad, monotonía.
Los cambios más subrepticios de aquellos hipócritas q dicen luchar por sus pueblos y solo son fascistas camuflados
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