(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 12 de septiembre de 2024)
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La montaña mágica, novela de Thomas Mann de cuya primera edición se cumplen cien años, aborda el tema del tiempo, una sustancia irreal y misteriosa.
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Páginas de la primera edición de La montaña mágica «Erstausgaben Thomas Manns» (2011). Published by: Antiquariat Dr. Haack D - 04105 Leipzig. |
En
el “Propósito”, las palabras preliminares de La montaña mágica, Thomas Mann dice que la historia que contará se
remonta a un tiempo muy lejano y, por tanto, ya está cubierta “de una preciosa
herrumbre”. Explica que los sucesos que pertenecen al pasado y, más aun los que
tuvieron lugar en un “pasado remoto”, son más sólidos o, mejor dicho, están más
consolidados que aquellos que acaban de suceder, pues, en la mente de las
personas está la posibilidad de darles interpretaciones varias y acostumbrarse
a las dudas irresolutas.
Uno
cree entender lo que pretende decir el autor nacido en Lübeck en 1875 y muerto
en Zúrich en 1955. Cuando unos hechos están separados del presente por una
cantidad considerable de años, siglos quizá, parecen más indiscutibles, incluso
más intocables, que si ocurrieran ahora mismo o hubieran ocurrido hace poco.
Casi podría decirse, tienen la consistencia de una roca. Al referirnos a
asuntos de un pasado viejo, los de hoy nos atrevemos apenas a contarlos lo
mejor posible, sin agregar arandelas y sin mucho derecho a discutir sobre los
comportamientos y las reacciones de los personajes involucrados.
Sin
embargo, los acontecimientos a que se refiere el alemán en esas palabras
preliminares y se dispone a contar en forma de novela —una novela publicada por
primera vez en 1924, hace cien años—, sucedieron en el decenio inmediatamente anterior,
el de 1910. De modo que cualquiera podría objetarle que no se trata de un
“tiempo muy lejano” y, menos, de un “pasado remoto”.
Se
ha dicho que La montaña mágica es una
novela del Tiempo. ¿Quién lo ha dicho? El autor. Y al leerla, uno encuentra que
tal elemento resulta tal vez más importante que cualquier otro, incluso el
personaje central, un tal Hans Castorp. El Tiempo es una abstracción compleja
en torno a la cual los humanos hemos decidido organizar la existencia, tanto la
individual como la colectiva. Cada uno la percibe de distinta forma, aunque a
veces tengamos la ilusión de que se trata de una sustancia estable y de
apariencia objetiva. Sin contar que factores emocionales hacen del Tiempo una
sustancia más incomprensible todavía, más subjetiva si se quiere.
O
para decirlo con las palabras de Mann, así comienza el capítulo VI:
“¿Qué
es el tiempo? Un misterio sin realidad propia y omnipotente. Es una condición
del mundo de los fenómenos, un movimiento mezclado y unido a la existencia de
los cuerpos en el espacio y a su movimiento”.
En
el caso que nos ocupa, lo emocional es notable: en ese período de los sucesos la
humanidad sufrió la Gran Guerra, que no solo interrumpió la escritura de la
novela, sino que cambió diametralmente la forma de pensar del escritor. Primero
apoyó la causa nacionalista —y militarista— y lo expresó en ensayos como Cartas desde el frente, Reflexiones durante
la guerra y Consideraciones de un
apolítico; después pasó a defender con vehemencia las ideas democráticas de
la llamada República de Weimar. ¡Qué no sucedería en el ámbito de los
sentimientos y las emociones, si así cambiaron los pensamientos! Las guerras y
algunos otros eventos trascendentales pueden mutar ideas y percepciones del
mundo.
La montaña mágica
cuenta la historia de Hans Castorp, un “joven modesto y simpático” —como lo
califica Mann en el “Propósito”—, estudiante de ingeniería naval, que acude a
un sanatorio para tuberculosos situado en los Alpes suizos para visitar a su
primo Joachim Ziemssen, interno allí. Una estancia prevista para tres semanas
—que él consideraba prolongada antes de llegar—, se convirtió en una residencia
de siete años.
“—¡Ya
estás pensando en volver a casa! —contestó Jaochim—. Espera un poco, acabas de
llegar. Tres semanas no son nada para nosotros; pero para ti, que estás de
visita, tres semanas son mucho tiempo. Comienza, pues, por aclimatarte; no es
tan fácil, ya te darás cuenta. Además, el clima no es aquí la única cosa
extraña. Verás cosas nuevas de todas clases, ¿sabes? Respecto a lo que dices
sobre mí, eso no va tan deprisa. Lo de «regreso dentro de tres semanas» es una
idea de allá abajo. Es verdad que estoy moreno, pero se debe a la reverberación
del sol en la nieve, y eso no demuestra gran cosa, como Behrens siempre dice.
En la última consulta general me anunció que aún tenía para unos meses más”.
Como
si estas palabras del primo, pronunciadas la noche de la llegada de Hans al asilo,
fueran las de un profeta, Hans ve “cosas nuevas de todas clases”. En esos años
enferma, se relaciona con los internos, el personal médico y los cuidadores de
los pacientes; se enamora, estudia asuntos diversos como patología,
embriología, fisiología, psicología; se interesa por los desahuciados y los
moribundos; integra grupos de discusión de temas de política (capitalismo y
burguesía versus anarquismo y comunismo) y de filosofía (monismo contra
dualismo); asiste a carnavales; practica esquí durante el invierno; visita los
pueblos cercanos; se interesa en el espiritismo; reflexiona sobre la enfermedad
y la muerte; ve morir al primo... Le dan de alta, pero se rehúsa a marcharse. Y,
así, entre estas y las otras, pasan los siete años. Recibe la visita de su tío
James Tienappel, cuya motivación era arrancarlo de aquel sitio, sin éxito. Al
final, llega la Guerra y se enrola como soldado.
Entonces,
de este modo, Mann se encarga de mostrarnos una particularidad en nuestra
relación con el Tiempo: nadie sabe cuánto durarán las cosas. Nadie tiene el
control, por más que creamos lo contrario. Somos seres en el Tiempo y nuestras
vidas se despliegan en él como en un fluido apropiado. Los momentos, las
temporadas, las etapas se contraen o dilatan de acuerdo con las emociones y los
sentimientos. El personaje principal se relaciona con uno u otro interno, se
enreda en asuntos del alucinante paisaje de nieves perpetuas y de montañas
sembradas de coníferas, donde el tiempo también parece congelarse y
emparentarse con la eternidad, y se sumerge en el rol de los enfermos que, tras
superar el desespero, no tienen afán por regresar al mundo agitado de las
ciudades, o, mejor dicho, a la libertad de la salud.
“—Pero
el tiempo debe pasar para vosotros relativamente deprisa —dijo Hans Castorp.
—Deprisa
y despacio, como quieras —contestó Joachim—. Quiero decir que no pasa de ningún
modo. Aquí no hay tiempo, no hay vida —añadió moviendo la cabeza, y cogió el
vaso”.
Otra
acepción de Tiempo es la que se refiere a época. Y también de ella se ocupa la
novela. Retrata y analiza un período histórico, el de la decadencia de la
burguesía europea, precipitada por la Primera Guerra Mundial.
Mann
aprovechaba la vida, la individual y la colectiva, como fuente temática y
creativa. En Los Buddenbrook pinta el
declive comercial de una familia y para tal efecto se basó en la suya; En Alteza real cuenta, aunque de manera
distorsionada, su relación y boda con Katia Pringsheim, perteneciente a una
familia de artistas, y hasta publicó algunas de las cartas que intercambiaron;
en Muerte en Venecia, novela de
reflexión estética sobre el amor, la pasión y la belleza, aflora el tema de la
homosexualidad, contra la que luchaba y por la que sufría. En la novela centenaria
no podía ser diferente: ahí están los resultados de una experiencia propia. Tuvo
la idea de escribirla cuando fue a visitar a su esposa, recluida en el
sanatorio de Davos, un espacio fascinante en el que los “cautivos”, los
internos, se pierden de la civilización sin oponer resistencia. Durante la
separación de Thomas y Katia, ella le enviaba cartas en las que le contaba con
detalle la vida cotidiana del sanatorio; le describía a los enfermos, sus
rutinas y la manera de relacionarse con ellos. Al parecer, Thomas usó varias de
esas misivas sin cambiarles más que los nombres.
Por
supuesto, La montaña mágica no agota
el tema del Tiempo. Cómo podría. Pero nos invita a ser conscientes de que se
trata de una ilusión como cualquier otra, misteriosa e inasible. Y no nos
engañemos diciendo que el Tiempo es escurridizo, porque daría la idea de que
hemos estado a punto de atraparlo y esto no es verdad.
Genial la saga de Thomas Mann, de alguna manera nos decia que el tiempo es relativo!!
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