viernes, 13 de septiembre de 2024

La montaña del tiempo

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 12 de septiembre de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/la-montana-del-tiempo-BD25409679


La montaña mágica, novela de Thomas Mann de cuya primera edición se cumplen cien años, aborda el tema del tiempo, una sustancia irreal y misteriosa.

 

 

Páginas de la primera edición de La montaña mágica
«Erstausgaben Thomas Manns» (2011).
Published by: Antiquariat Dr. Haack D - 04105 Leipzig. 


En el “Propósito”, las palabras preliminares de La montaña mágica, Thomas Mann dice que la historia que contará se remonta a un tiempo muy lejano y, por tanto, ya está cubierta “de una preciosa herrumbre”. Explica que los sucesos que pertenecen al pasado y, más aun los que tuvieron lugar en un “pasado remoto”, son más sólidos o, mejor dicho, están más consolidados que aquellos que acaban de suceder, pues, en la mente de las personas está la posibilidad de darles interpretaciones varias y acostumbrarse a las dudas irresolutas.


Uno cree entender lo que pretende decir el autor nacido en Lübeck en 1875 y muerto en Zúrich en 1955. Cuando unos hechos están separados del presente por una cantidad considerable de años, siglos quizá, parecen más indiscutibles, incluso más intocables, que si ocurrieran ahora mismo o hubieran ocurrido hace poco. Casi podría decirse, tienen la consistencia de una roca. Al referirnos a asuntos de un pasado viejo, los de hoy nos atrevemos apenas a contarlos lo mejor posible, sin agregar arandelas y sin mucho derecho a discutir sobre los comportamientos y las reacciones de los personajes involucrados.


Sin embargo, los acontecimientos a que se refiere el alemán en esas palabras preliminares y se dispone a contar en forma de novela —una novela publicada por primera vez en 1924, hace cien años—, sucedieron en el decenio inmediatamente anterior, el de 1910. De modo que cualquiera podría objetarle que no se trata de un “tiempo muy lejano” y, menos, de un “pasado remoto”.


Se ha dicho que La montaña mágica es una novela del Tiempo. ¿Quién lo ha dicho? El autor. Y al leerla, uno encuentra que tal elemento resulta tal vez más importante que cualquier otro, incluso el personaje central, un tal Hans Castorp. El Tiempo es una abstracción compleja en torno a la cual los humanos hemos decidido organizar la existencia, tanto la individual como la colectiva. Cada uno la percibe de distinta forma, aunque a veces tengamos la ilusión de que se trata de una sustancia estable y de apariencia objetiva. Sin contar que factores emocionales hacen del Tiempo una sustancia más incomprensible todavía, más subjetiva si se quiere.


O para decirlo con las palabras de Mann, así comienza el capítulo VI:


“¿Qué es el tiempo? Un misterio sin realidad propia y omnipotente. Es una condición del mundo de los fenómenos, un movimiento mezclado y unido a la existencia de los cuerpos en el espacio y a su movimiento”.


En el caso que nos ocupa, lo emocional es notable: en ese período de los sucesos la humanidad sufrió la Gran Guerra, que no solo interrumpió la escritura de la novela, sino que cambió diametralmente la forma de pensar del escritor. Primero apoyó la causa nacionalista —y militarista— y lo expresó en ensayos como Cartas desde el frente, Reflexiones durante la guerra y Consideraciones de un apolítico; después pasó a defender con vehemencia las ideas democráticas de la llamada República de Weimar. ¡Qué no sucedería en el ámbito de los sentimientos y las emociones, si así cambiaron los pensamientos! Las guerras y algunos otros eventos trascendentales pueden mutar ideas y percepciones del mundo.


La montaña mágica cuenta la historia de Hans Castorp, un “joven modesto y simpático” —como lo califica Mann en el “Propósito”—, estudiante de ingeniería naval, que acude a un sanatorio para tuberculosos situado en los Alpes suizos para visitar a su primo Joachim Ziemssen, interno allí. Una estancia prevista para tres semanas —que él consideraba prolongada antes de llegar—, se convirtió en una residencia de siete años.


“—¡Ya estás pensando en volver a casa! —contestó Jaochim—. Espera un poco, acabas de llegar. Tres semanas no son nada para nosotros; pero para ti, que estás de visita, tres semanas son mucho tiempo. Comienza, pues, por aclimatarte; no es tan fácil, ya te darás cuenta. Además, el clima no es aquí la única cosa extraña. Verás cosas nuevas de todas clases, ¿sabes? Respecto a lo que dices sobre mí, eso no va tan deprisa. Lo de «regreso dentro de tres semanas» es una idea de allá abajo. Es verdad que estoy moreno, pero se debe a la reverberación del sol en la nieve, y eso no demuestra gran cosa, como Behrens siempre dice. En la última consulta general me anunció que aún tenía para unos meses más”.


Como si estas palabras del primo, pronunciadas la noche de la llegada de Hans al asilo, fueran las de un profeta, Hans ve “cosas nuevas de todas clases”. En esos años enferma, se relaciona con los internos, el personal médico y los cuidadores de los pacientes; se enamora, estudia asuntos diversos como patología, embriología, fisiología, psicología; se interesa por los desahuciados y los moribundos; integra grupos de discusión de temas de política (capitalismo y burguesía versus anarquismo y comunismo) y de filosofía (monismo contra dualismo); asiste a carnavales; practica esquí durante el invierno; visita los pueblos cercanos; se interesa en el espiritismo; reflexiona sobre la enfermedad y la muerte; ve morir al primo... Le dan de alta, pero se rehúsa a marcharse. Y, así, entre estas y las otras, pasan los siete años. Recibe la visita de su tío James Tienappel, cuya motivación era arrancarlo de aquel sitio, sin éxito. Al final, llega la Guerra y se enrola como soldado.


Entonces, de este modo, Mann se encarga de mostrarnos una particularidad en nuestra relación con el Tiempo: nadie sabe cuánto durarán las cosas. Nadie tiene el control, por más que creamos lo contrario. Somos seres en el Tiempo y nuestras vidas se despliegan en él como en un fluido apropiado. Los momentos, las temporadas, las etapas se contraen o dilatan de acuerdo con las emociones y los sentimientos. El personaje principal se relaciona con uno u otro interno, se enreda en asuntos del alucinante paisaje de nieves perpetuas y de montañas sembradas de coníferas, donde el tiempo también parece congelarse y emparentarse con la eternidad, y se sumerge en el rol de los enfermos que, tras superar el desespero, no tienen afán por regresar al mundo agitado de las ciudades, o, mejor dicho, a la libertad de la salud.


“—Pero el tiempo debe pasar para vosotros relativamente deprisa —dijo Hans Castorp.


—Deprisa y despacio, como quieras —contestó Joachim—. Quiero decir que no pasa de ningún modo. Aquí no hay tiempo, no hay vida —añadió moviendo la cabeza, y cogió el vaso”.


Otra acepción de Tiempo es la que se refiere a época. Y también de ella se ocupa la novela. Retrata y analiza un período histórico, el de la decadencia de la burguesía europea, precipitada por la Primera Guerra Mundial.


Mann aprovechaba la vida, la individual y la colectiva, como fuente temática y creativa. En Los Buddenbrook pinta el declive comercial de una familia y para tal efecto se basó en la suya; En Alteza real cuenta, aunque de manera distorsionada, su relación y boda con Katia Pringsheim, perteneciente a una familia de artistas, y hasta publicó algunas de las cartas que intercambiaron; en Muerte en Venecia, novela de reflexión estética sobre el amor, la pasión y la belleza, aflora el tema de la homosexualidad, contra la que luchaba y por la que sufría. En la novela centenaria no podía ser diferente: ahí están los resultados de una experiencia propia. Tuvo la idea de escribirla cuando fue a visitar a su esposa, recluida en el sanatorio de Davos, un espacio fascinante en el que los “cautivos”, los internos, se pierden de la civilización sin oponer resistencia. Durante la separación de Thomas y Katia, ella le enviaba cartas en las que le contaba con detalle la vida cotidiana del sanatorio; le describía a los enfermos, sus rutinas y la manera de relacionarse con ellos. Al parecer, Thomas usó varias de esas misivas sin cambiarles más que los nombres.


Por supuesto, La montaña mágica no agota el tema del Tiempo. Cómo podría. Pero nos invita a ser conscientes de que se trata de una ilusión como cualquier otra, misteriosa e inasible. Y no nos engañemos diciendo que el Tiempo es escurridizo, porque daría la idea de que hemos estado a punto de atraparlo y esto no es verdad.


1 comentario:

  1. Genial la saga de Thomas Mann, de alguna manera nos decia que el tiempo es relativo!!

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