martes, 24 de septiembre de 2024

Luis Tejada y su enfermedad crónica

(Columna publicada en la revista Generación del periódico El Colombiano el 23 de septiembre de 2024)


https://www.elcolombiano.com/generacion/criticos/luis-tejada-y-su-enfermedad-cronica-FF25465514


 

Este antioqueño es uno de los periodistas literarios más importantes de Colombia. También es uno de los menos recordados.

 

 


Como la memoria es la facultad de olvidar, muchos parecen creer que el mundo fue inventado ayer por la tarde. Por ejemplo, numerosas personas mencionan, por audaces, plumas de periodistas literarios que han escrito en los periódicos colombianos de la segunda mitad del siglo veinte a esta parte. Evocan crónicas y columnas de esas plumas sobre temas políticos, culturales, sociales o de costumbres. Elogian la lucidez de sus pensamientos y el humor inteligente que a veces aflora en esas piezas narrativas. Sin embargo, pocas personas se refieren a los periodistas literarios de tiempos más viejos. Pareciera que el periodismo de calidad lo hubieran inventado los más recientes.


Entre los menos recordados está Luis Tejada, un cronista y columnista que derrochó su ingenio en periódicos liberales de los primeros años del siglo veinte. El 17 de septiembre se cumplen cien años de su muerte y, como se sabe, esto de los aniversarios puede servir de ayuda mnemotécnica para recordar su nombre y su obra.


Tejada nació en Barbosa, al norte del Valle de Aburrá, el 7 de febrero de 1898, en el seno de una familia de académicos. Su padre, Benjamín Tejada, fue fundador de periódicos y colegios en diversos municipios antioqueños; su prima, Lucy Tejada, fue pionera entre las mujeres dedicadas a las artes plásticas; su madre, Isabel Cano, estaba emparentada con intelectuales, entre quienes se destacan María Cano, La Flor del Trabajo, y Fidel Cano, fundador de El Espectador.


Después de unos años en los que nuestro autor invitado parecía inclinado a la educación —el lado Tejada—, algunas incompatibilidades entre su espíritu libre y moderno con los principios de la institución en la que se formaba terminaron por llevarlo más bien a la otra orilla de las inquietudes culturales de la familia: el periodismo —el lado Cano—. La primera columna la publicó en el diario fundado por su pariente, el 7 de septiembre de 1917. Fue el inicio de una carrera en el periodismo literario, en el que sus columnas y crónicas hicieron las delicias de numerosos lectores, que lo bautizaron “Príncipe de los cronistas colombianos”.

 

Tres años después de su debut, publicó, en El Espectador una columna titulada “El himno”, el 23 de septiembre de 1920.

 

“La Cámara ha nombrado una comisión de su seno para que estudie la manera de suprimir en el Himno Nacional el verso “Cesó la horrible noche”, que los españoles pueden considerar depresivo, según afirmó uno de los honorables representantes.


Aunque con los honorables representantes parece inútil acariciar alguna esperanza feliz, yo espero, sin embargo, que ese proyecto no pase en la Cámara. ¿Con qué derecho se quiere mutilar ferozmente lo más viril y hermoso que hay en ese himno? Yo no admiro todas las estrofas del canto, y algunas me parecen decididamente malas. Pero creo que ni una sola de las malas o de las buenas sería perdonable suprimir. El pueblo ya ha acumulado sobre esos versos innúmeras supersticiones, ya los ama así como están y así los sabe de memoria, ya cada una de esas palabras posee un influjo secreto, una sugestión misteriosa que ilumina y entusiasma a la multitud. Es algo clásico, sagrado e inviolable, y poner mano en él constituiría una especie de sacrilegio”.

 

Los lectores de El Espectador, El Universal, El Tiempo, La Nación, El Sol, Buen Humor y Cromos, por donde pasó volando su pluma, se dieron cuenta de que su fortaleza era la observación detenida de los pequeños detalles de la vida y muchos de ellos buscaban el periódico solo por hallar el texto de Tejada. Él, por su parte, entendió rápido que en los pequeños detalles hallaba indicios de transformaciones significativas. En alguna columna se autodenominó “el pequeño filósofo de lo cotidiano”.

 

Luis Tejada creció con el siglo veinte. Amante apasionado de la vida urbana, sentía un placer indescriptible al sentir que los escasos autos de la ciudad pasaran cerca del faldón de su saco de paño y le dejaran su aliento de gasolina en la cara. Vivió la llegada de la modernidad. En la literatura, el simbolismo; en lo social, la industrialización, las máquinas, lo artificial y el individualismo.


Los vientos de la época soplaban fuerte las ideas de izquierda. Los libros de Lenin y otros de la Revolución Rusa entraron en su biblioteca y en su cabeza, e hicieron del suyo un liberalismo cercano al comunismo, como el de sus amigos Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán.

 

“En relación con el trabajo de la mujer y del hombre, va abriéndose paso en todas partes el principio equitativo de que «a igualdad de prestación corresponde igualdad de trabajo», porque es obvio, que en los casos en que la mujer pueda sustituir al hombre, rindiendo el mismo trabajo, deba recibir también el mismo salario”. Expresó en una de sus últimas columnas.

 

A las observaciones minuciosas y agudas les sumó reflexiones profundas e imaginación desbordada. Y así, el humor inteligente, ese que no se desgasta con las relecturas y repeticiones, aparecía solo por mencionar las situaciones cotidianas. Los suyos eran temas políticos, sociales y culturales, colmados de ingenio y hondura, de ideas que se respaldan unas a otras y puntos de vista originales. Entre los escritos alusivos a asuntos cotidianos, aludía a estos con la familiaridad que le tenemos a un pariente en especial con quien nos reímos y peleamos sin consecuencias.


Tejada habló de cosas aparentemente anodinas, siempre inquietantes: las relaciones que tenemos con la vida, las personas, los animales, los objetos; la salida de los trabajadores de las fábricas y las tiendas; del viaje en tren; de estar en la calle; de libros; de la higiene; de los gatos; de la fiebre futbolera; de llevar barba; de los sombreros, de las faldas...

 

“El cronista ha visto esta mañana unos pequeños zapatos (no preguntéis dónde ni cómo), ha visto unos pequeños zapatos de piel blanca colocados sobre un mueble, en esa actitud vigilante y cordial que adoptan los zapatos decentes cuando una mano los ha dejado por allí con especial atención; al verlos juntos y silenciosos, podría pensarse en esos seres unidos por una larga y probada amistad que se quedan a veces muchas horas callados, aparentemente indiferentes, pero enlazados en el fondo por un hilo de comprensión mutua y fuerte.


El cronista sintió con rara intensidad la visión de aquellos menudos, delicados y deliciosos zapaticos de mujer. ¿Que —pensó— no es mucho más bello el zapato que el pie mismo? El pie, no el pie ideal que cantan los poetas, sino el pie real y verdadero, con callos o sin callos, con dedos encogidos o estirados, con uñas atrofiadas o completas, el pie pequeño o grande, gordo o delgado, por perfecto que sea siempre es feo, porque siempre está ineludiblemente deformado, apachurrado más o menos, frío o torpe. En cambio, ¡cuán alado, fino y pulcro es un zapatico bien hecho! ¡Cómo vuela, inquieto, sobre la acera o se balancea con mimo bajo la falda, cuando la dama cruza la pierna! ¿Creéis que con los pies desnudos podría caminar una mujer como camina, bailar como baila, sentarse como se sienta? No, el zapato le da vida al pie, lo agiliza, le coloca alas delicadas y veloces, le comunica algo del encanto felino del raso o de la pulida aristocracia de la piel curtida. El zapato viene, en resumen, a perfeccionar el pie. Además de que por sí solo, un zapatito es lo suficientemente voluptuoso y sensible para infundir un amor o para merecer un beso”. (El Espectador, Medellín 3 de diciembre de 1920.)

 

Luis Tejada murió de tuberculosis en Girardot, sitio al que fue a radicarse con su esposa, la pereirana Julia Gaviria, tras obedecer una recomendación médica que resultó inútil. En su vida breve, dejó más de quinientos escritos de periodismo literario. Están recopilados en  El libro de crónicas, publicado pocos meses antes de morir, con carátula ilustrada por Ricardo Rendón, y en las compilaciones póstumas Gotas de tinta (1977), Mesa de redacción (1989) y Nueva antología de Luis Tejada (2008). Más por la calidad de su escritura que por su cantidad, el barboseño merece un sitio en los altares de la literatura y una neurona encendida en la memoria de los colombianos.


3 comentarios:

  1. John que buena columna no conocía nada de él. Increíble que estuviera abogando por la igualdad salarial y social de las mujeres. Esa apología a los zapatos femeninos, divina. Usted un excelente cronista como siempre

    ResponderBorrar
  2. Linda y muy datiada nota sobre un pilar del periodismo literario. Felicitaciones querido John.

    ResponderBorrar
  3. Hola buenas tardes soy historiadora y me parece importante resaltar a estos escritores

    ResponderBorrar