(Columna Río de Letras publicada en el diario ADN, semana del 23 al 28 de octubre de 2023)
En el decenio de 1970 apareció el poema Instantes en una revista gringa de psicología. Lo atribuían a
Borges y tenía tono de autoayuda. “Si pudiera vivir nuevamente mi vida, en la
próxima trataría de cometer más errores (…). Correría más riesgos, haría más
viajes, contemplaría más atardeceres (…)”. Resultó ser de
una tal Nadine Stair.
Al
final de siglo XX surgió un texto que adjudicaban a García Márquez. “Si por un
instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un
trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva
pensaría todo lo que digo (…) ¡y cómo disfrutaría de un buen helado de
chocolate! (…)”. El autor era Johnny Welch, un
ventrílocuo mexicano. Se sabe de textos apócrifos adjudicados a Marcel Proust y
muchos más.
A raíz de las recientes acciones en el conflicto entre Israel
y el grupo Hamás en la Franja de Gaza, apareció una carta atribuida a Joan
Manuel Serrat dirigida a los palestinos. Una diatriba contra su fanatismo. En
declaraciones a la agencia Efe, el cantautor negó ser autor de la misiva. “Para
nada corresponde al sentimiento de angustia y dolor que me invade por unos
hechos tan trágicos y peligrosos como los que estamos viviendo en el Medio
Oriente”.
Cuando se esclarece un asunto así se siente alivio. Tanto porque
el texto sea una cursilería o no corresponda al estilo o el pensamiento del
supuesto autor. Sin embargo, así no adoleciera de estos problemas, la
suplantación es una práctica detestable. Cuánto se agradece haber salido del
engaño y poder respirar de nuevo.
Pero John, no hay que negar la maestría de quién hace el fraude, su elaboración y su intención. No hay que caer en el mito de la verdad, sino en admirar la invención como se hace en la literatura.
ResponderBorrarEn todas las arte han existido lo que yo llamo. “Las mentiras piadosas”
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