jueves, 26 de octubre de 2023

Louise Glück, habitante del vacío

(Columna publicada en Generación de El Colombiano el 24 de octubre de 2023)



La norteamericana, ganadora del Nobel en 2020 y fallecida hace unos días, borró los límites entre la vida y la muerte.



Cuando decimos: la muerte es uno de los temas recurrentes en la obra de Louise Glück, tal vez no estemos diciendo mucho todavía. Si pensamos bien, la muerte aparece como uno de los asuntos centrales y reiterativos en la creación de la mayoría de poetas y narradores de todos los tiempos y lugares. La conciencia de finitud, saberse mortales, sobrelleva a unos a la angustia, la rabia, la náusea o el desdén. A otros, al entendimiento de que los actos humanos —y los afanes y las angustias— son inútiles o, por lo menos, intrascendentes. En todos los casos, la muerte se aborda como algo ajeno y distante de los seres mientras viven. Un destino inevitable, una fuerza que permanece al acecho, una amenaza, un castigo o un premio. De ella todo se desconoce; uno apenas alcanza a imaginar.


Esa Louise Glück es una creadora extraña. Habla de la muerte como lo hace alguien vivo, por supuesto, pero a la vez como si ya la habitara y nos dirigiera la palabra desde esa morada eterna. No la concibe como un acto futuro, sino también presente. Como si la vida y la muerte, el ser y el no ser, se fundieran.


Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.

Terrible sobrevivir
como conciencia,

sepultada en tierra oscura.

Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos. (*)

 

Nacida en Nueva York el 22 de abril de 1943 y muerta el 13 de octubre pasado, Glück recibió el premio Nobel de Literatura en 2020. La suya la definen como una poesía confesional. Este es un género surgido en Estados Unidos a mediados del siglo pasado. Se caracteriza por la manifestación de aspectos íntimos del poeta, sin esconder siquiera los concernientes a trastornos mentales o sexualidad. Corriente en la que se conocen los nombres de grandes figuras de la poesía estadounidense. Una de ellas, Sylvia Plath, a quien nos han acercado La Oficina Central de los Sueños y el Teatro Matacandelas con un par de montajes sobre su personalidad y sus ideas.


En Glück subyace la seguridad de la existencia de un alma imperecedera. Un alma que durante un intervalo fugaz llamado vida se alía con el cuerpo para moverse en el espacio y el tiempo. Movimiento, pensamiento, habla. Con el cuerpo, el alma tiene una manera específica de percibir la realidad en la que predominan el sentir y el actuar. En el poema “Lago en el cráter”, incluido en el poemario Ararat, se refiere a una guerra entre el bien y el mal. El alma lucha a favor del cuerpo, al que considera bueno, para vencer a la muerte, a la que cree mala. Pero este combate, como todo, es excepcional y efímero.


Si nos atenemos a su poesía, aceptó su destino de ser mortal sin aspavientos. Y distinto a quienes pensamos que habrá (bastante) tiempo para pensar en la muerte cuando se muera, vivió para pensar incansablemente en la muerte. Para soñarla. Para imaginar sus paisajes sombríos sin horizonte, colmados de nubes en el firmamento, jardines, ríos mansos que a veces están y otras no, un sol del que apenas se intuye su presencia, no por percibir la tibieza del aire en la piel ni la luminosidad que dibuja las cosas, sino por la sombra que reflejan los cuerpos cuando se aleja. Y existió para habitar en la quietud y el silencio. Entendía que debajo de las piedras y los seres está el vacío. Es decir, que en el fondo de la vida subyace la muerte.

 

Aquellos días dorados cuando tu muerte estaba cerca

pero aún podías entablar conversaciones casuales con

desconocidos,

casuales pero también premeditadas, de modo que las

impresiones del mundo

aún seguían tomando forma y cambiándote,

y la ciudad estaba en todo su esplendor, casi vacía en

verano,

aunque entonces todo sucediera más despacio:

comercios, restaurantes, una pequeña vinoteca con un

toldo a rayas,

donde una vez un gato estaba dormido en el umbral;

hacía fresco allí, en las sombras, y pensé

que me gustaría dormir así otra vez, no tener en la

cabeza

ni un solo pensamiento.  (…) (**)

 

No se crea que hay angustia. Tampoco tristeza. No, porque estas implicarían la preferencia de la vida sobre la muerte y equivaldría a una nostalgia anticipada por la pérdida de una existencia que se sabe difusa. Lo contrario: hay una serenidad en habitar ese espacio ahora y después. En el libro Recetas invernales de la comunidad, uno de los últimos poemarios de la autora, reflexiona sobre la vejez, ese tiempo en el que falta dar solo unos pasos en el viaje. Con mayor claridad para hablar de lo difícil que en los poemas de sus primeras etapas, sin alusiones mitológicas, sin vueltas, da cuenta de que el paso por la existencia la ha llevado al punto de aceptación absoluta de su condición de ser en el olvido.


Hay otros temas recurrentes en la obra de Louise Glück, por supuesto. La infancia, la soledad, la vida familiar, pero son satélites que orbitan alrededor de la muerte. Los recuerdos de las edades tempranas y veraniegas son más bien sueños, y si algo retorna, como algunos creen, lo que vuelve no es igual a lo que se fue.

______

Notas:

*Versos del poemario El iris salvaje (1992).

**Versos del poemario Recetas invernales de la comunidad (2021). 

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