(Columna publicada en Generación de El Colombiano, semana del 2 al 8 de octubre de 2023)
La literatura ha enseñado la rudeza y las consecuencias de las migraciones, esas tragedias móviles de la humanidad. Sin embargo, es una lección que nadie aprende.
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Foto Manuel Saldarriaga, El Colombiano |
Si bien es verdad que los humanos nunca se han
quedado quietos, también lo es que la actual es una época de migraciones
masivas. Como caracoles, los humanos van con su miseria al hombro de un lugar a
otro.
Estremecen las noticias de los cientos de miles de migrantes
procedentes de países de América, como Haití, Venezuela, Ecuador y Perú; de
Asia, como Afganistán y Nepal, entre otros lugares, que tratan de atravesar el
Darién y Centro América, con la intención de llegar a Estados Unidos. Según
Naciones Unidas, en los nueve meses transcurridos en 2023, más de 330 mil
personas han pasado por la selva. Tales noticias estremecen porque ya nadie
ignora que esa interminable ola migratoria se convirtió en un negocio macabro,
el tráfico de personas, ejercido por grupos criminales. Y porque en el fondo,
quienes observamos de lejos la tragedia, sabemos que tal “sueño americano” —si acaso
esos ilusos logran entrar a Estados Unidos— será una pesadilla para la mayoría
de ellos. En el país del Norte, los desarraigados casi nunca salen de la
miseria y casi siempre pierden la dignidad y la libertad. Esto es cuento viejo,
como suele decirse. Lo han explicado mil veces en ensayos y lo han mostrado otras
dos mil en novelas, cine y televisión.
“La migración es una especie de suicidio parcial. No
mueres, pero muchas cosas mueren dentro de ti. Entre otras, tu lengua”. Expresa
Theodor Kallifatides, escritor sueco de origen griego,
en su novela Otra vida por vivir. Y
eso que él no alude a una migración tan violenta como la mencionada que cruza
el Darién, sino a la que padecen quienes cambian de sitio de manera individual
y tal vez pacífica, también con el anhelo de endulzar sus días. ¡Ay! ¡Qué he
dicho! Retiro esta idea: no tengo derecho a calificar una tragedia como más
grave que otra. Las desgracias no se dejan medir.
Emigrantes es una novela gráfica del australiano Shaun Tan. Cuenta sobre un ser
anónimo, un hombre, que deja a su familia para atravesar el océano en busca de ese
“futuro mejor”, que ojalá incluya un empleo. Al país desconocido al que llega y
en el que debe aprender a vivir, las cosas, al igual que él, no tienen nombre.
Nada posee significado y el tal futuro es solo una pregunta aterradora y sin
respuesta.
Canción de antiguos amantes, la
novela de Laura Restrepo, también alude al tema. Entre lo mítico y lo actual,
entre el reportaje y la ficción, habla de dos mujeres que recorren las
ardientes llanuras africanas buscando conseguir para sus parientes esas dos quiméricas
palabras que ponemos entre comillas.
Y qué
decir de unas viejas conocidas: las letras que sobre el asunto escribieron los
ensayistas Umberto Eco y Zvetan Todorov, y el narrador Charles Bukowski. El
primero, en su ensayo Migración e
intolerancia, explica que quienes migran son tratados como intrusos
dondequiera llegan y son objeto de discriminación. Eliminar el racismo no es
convencerse de que otros son diferentes a nosotros, sino comprender y aceptar
las diferencias. Este es sin duda un pensamiento loable, Umberto, y deja eco en
las mentes de quienes lo reciben; pero, en la práctica, ¿cuántas dificultades y
cuánto tiempo se requieren para que se materialice?
El
búlgaro-francés Todorov, por lo general ocupado en asuntos de lingüística, tomó
tiempo para escribir sobre El hombre
desplazado. Este integra un nuevo grupo, el de los desarraigados y
desapegados. Perturba las costumbres de los “autóctonos”. Con su presencia y
actitud los interroga e incomoda.
Y ese “viejo indecente”, Charles Bukoswki, dejó una novela al respecto, La senda del perdedor. La Depresión y la Segunda Guerra Mundial desploman la economía. Una familia europea atraviesa el Atlántico para arribar a los Estados Unidos en procura del “sueño americano”. Llega, pero por más que pasa el tiempo, no logra establecerse. Un porrazo, el de la dura realidad, la mantiene despierta. Personajes con ilusiones rotas sobreviven arrastrados, desclasados y sin el pan de cada día.
John sencillamente escalofriante.
ResponderBorrarPaola Rego Rahal
ResponderBorrarSoy producto de una migración en el siglo XX, ambas ramas familiares nacieron en otro continente. He oído hablar de la migración, de la guerra de los apegos y las despedidas. Del desarraigo, de las pérdidas, de la muerte que pasa en carretas por delante del hogar con el pensamiento: cuando me tocará a mi. Y también, del amor, del abrazo, de volver a ser y crecer y seguir a pesar del cansancio. Entiendo a los que se van pero también entiendo a los que se quedan, también el arraigo de estos últimos se resquebraja con los que parten y llevan su vida completa en una pequeña maleta.